Estos días de recogimiento religioso, sobre todo para el obispo de Alcalá de Henares; horas de llanto y saetas, de santos y vírgenes, las calles de las ciudades se han visto ocupadas por los piquetes católicos. Tienen permiso y autoridad para paralizar el tráfico y la actividad laboral, sin que ningún gobernante se pregunte de dónde procede esa legitimidad.

Es más el Viernes Santo las banderas de la Diputación ondeaban a media asta, obviando el articulado constitucional, que en su artículo 16, nos dice:

Es más el Viernes Santo las banderas de la Diputación ondeaban a media asta, obviando el articulado constitucional, que en su artículo 16, nos dice:

  1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la Ley.
  2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.
  3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.

Es evidente que hay preferencias de culto y de expresión, lo que es lo mismo que añadir que hay diferentes clases sociales y diferentes permisos. ¿Por qué no se cuestionan, en está abusiva época de crisis, los cuatro o cinco días festivos que componen la semana de pasión católica, con el coste que ello genera a la economía del país, y si se cuestiona la repercusión económica de cualquier huelga reivindicativa sobre derechos sociales y laborales? ¿Por qué los pasos-de los piquetes religiosos pueden pedir silencio y respeto, y cuando los ciudadanos reclaman su espacio urbano para manifestar su descontento se les reprime con la presencia policial?

Los poderes establecidos mantienen hipócritamente las predilecciones y los favoritismos religiosos, nada más porque la educación que han recibido procede de la atávica regencia católica, y cuando la ciudad murmulla su descontento social, cuando el pueblo exige la igualdad que nos confirma la ambigua constitución que nos han proporcionado, como digo los gobernantes, no se olvidan de recordarnos que somos ciudadanos de segunda, de tercera o no somos ciudadanos. Nada más porque no queremos que los piquetes procesionales no obstaculicen el murmullo de nuestra ciudad y que las banderas no ondeen a media asta, solo cuando muere su líder, queremos que no ondeen nunca por nadie, porque todos los muertos son iguales, igual que todos los vivos somos iguales. Aunque a ellos y al obispo de Alcalá les cueste reconocerlo, y no quieran escuchar cuando la ciudad murmulla su descontento.

Julián Zubieta Martínez


Fuente: Julián Zubieta Martínez