Artículo de opinión de Rafael Fenoy Rico

¡NO!, no nos encontramos en navidades, ese tiempo de hermandad, de alegría, donde casi todo el mundo desea a casi todo el mundo paz y felicidad. No nos encontramos en vísperas de que sus majestades los magos de oriente traigan regalos y hagan posible deseos maravillosos formulados mediante la tradicional carta enviada en los buzones al efecto instalados en establecimientos comerciales o recogidos en persona por el paje de sus eminencias.

¡NO!, no nos encontramos en navidades, ese tiempo de hermandad, de alegría, donde casi todo el mundo desea a casi todo el mundo paz y felicidad. No nos encontramos en vísperas de que sus majestades los magos de oriente traigan regalos y hagan posible deseos maravillosos formulados mediante la tradicional carta enviada en los buzones al efecto instalados en establecimientos comerciales o recogidos en persona por el paje de sus eminencias.

Nos instalamos en el mundo real de la correspondencia donde las personas que a esto de llevar y traer cartas y paquetería sirven de nexo real, encarnado, de la comunicación más genuina y tradicional. Pues bien, estas personas carteros están bastante disgustadas con dos asuntos que, explicados a la ciudadanía, pueden generar la más inmediata simpatía. En concreto el colectivo de carteros de correspondencia ordinaria y algunos de urgente, siguen secundando, en casi un 90%, las jornadas de huelga indefinida convocada por el sindicato CGT de Correos y Telégrafos desde el pasado 4 de abril. Se encuentran pues en su tercera semana de protesta y que repercute, sin que ello se pretenda, en que a día de hoy se alcanza una acumulación de más de 130.000 envíos ordinarios y más de 16.000 envíos certificados, notificaciones y paquetes.

Alguien dirá que con ello se deteriora el servicio público. Es evidente que se llevan años en esa política por parte de los distintos gobiernos de la nación, y que se ha ido privatizando determinados sectores de la actividad, para alborozo de las empresas privadas que hacen pingües negocios. Quedando lo que la privada no quiere en manos del Estado que, a fuerza de recortar y recortar, acabará angostando este magnífico servicio creado el año 1706, precisamente por el primer Borbón, Felipe V. Y curiosamente significó la eliminación de las prerrogativas que los reyes de la casa de Austria habían ido otorgando a particulares. Aunque conviene matizar que no fue en modo alguno una estatalización, sino más bien una apropiación privada de la corona.

Estas personas carteros han visto como en todas las oficinas su número se ha reducido haciendo más arduo su trabajo y en muchas ocasiones imposible. Y detrás de esta reducción, a modo de látigo en otros tiempos, la amenaza de las sanciones si no se cumplen con objetivos inalcanzables. A estos requerimientos se les une las malas formas en el trato y ello aumenta el malestar, sumándose al miedo, a ser sancionado, la vergüenza de recibir un trato indigno. Esta suma de circunstancias provoca el malestar de un colectivo que sirve a la ciudadanía, resida donde resida, sea pueblo, ciudad o zona diseminada o rural.

El patrimonio social que el servicio público de correos representa merece que la ciudadanía, movimientos sociales y vecinales se interesen por la situación del reparto de correspondencia, para exigir a la gerencia de la zona correspondiente la urgente contratación de más carteros reales.

Rafael Fenoy Rico

 


Fuente: Rafael Fenoy Rico