Artículo de opinión de Rafael Cid

“Tranquilos, los problemas medioambientales

se solucionan con ambientadores”

(El Roto)

“Tranquilos, los problemas medioambientales

se solucionan con ambientadores”

(El Roto)

Cuando pinchó la burbuja de las subprimes (burdas hipotecas de mierda) en Estados Unidos desperdigando esa nube tóxica que poco después incubaría la crisis trasatlántica que nos devora, el multimillonario norteamericano Warren Buffett, eterno titular en la lista Forbes de las grandes fortunas, dijo: “existe una lucha de clases que estamos ganando los ricos”. Pero lo que ni los más pesimistas podían entonces sospechar es que iba a ser uno de sus enemigos jurados, la coalición de izquierda radical griego, Syriza, quien confirmaría la cruel impostura de Buffet. Y ello admitiendo encima aquella igualmente terrible afirmación (“there is no alternativa”) de Margater Thatcher, la dama del hierro del neoliberalismo depredador.

Porque esa ha sido en resumidas cuentas la excusa esgrimida por el primer ministro heleno, Alexis Tsipras, ante el parlamento del país al pedir un favorable “sí” para las draconianas exigencias de la renacida Troika (“no tenía otra alternativa”). Triste eximente replicado en España a más abundancia por Pablo Iglesias con un patético “lo que ha ocurrido es la verdad del poder”. La violencia estatal no muda de naturaleza porque unas veces se ejerza por la derecha gobernante y otras por la (sedicente) izquierda instalada. Siempre es letal, y siempre son los pueblos quienes la padecen.

La experiencia dicta que es en los momentos de grandes dificultades cuando se conoce la verdadera talla de las personas. Si este dicho popular lo trasladamos al ámbito de la sabiduría política convencional de la izquierda realmente existente, los resultados son bastante decepcionantes. Ahora mismo, con el “efecto Grecia” aún en la recámara, la reacción entre los que desde esa orilla aspiran a una trasformación social a mejor, ha consistido en lamentarse con la piadosa comprensión que se suele conceder a “uno de los nuestros”. Al final de la escapada, y casi aún sin desplegar su arsenal de estimulantes propuestas electorales, Syriza, Tsipras y lo que le cuelga han admitido con la Maléfica Thatcher en que “son lentejas”. Es como si nuestro más íntimo adversario hubiera conseguido trepanarnos el cerebro para convertirnos a sus nefastos ideales con artes propias de invisibles y funestos drones y troyanos.

Se califica de “inaceptables” y “criminales” las propuestas de la Troika de antaño y “las instituciones” de hogaño; se vota en la sede de la soberanía nacional para que conste el rechazo de sus representantes; se convoca un referéndum a bombo y platillo a fin de hacer patente el rechazo de la mayor parte de la población (casi el doble de adhesiones que el respaldo obtenido por Syriza en las elecciones); se ignora ambas resoluciones aceptando imposiciones de Bruselas más severas que las sometidas a consulta; y finalmente, como acto de contrición antes de volver pasar el memorándum de la capitulación por el parlamento (ahora sin referéndum legitimador), Tsipras declara en la reabierta televisión pública ( que habrá que cerrar de nuevo por mor de los recortes readmitidos), que se vio obligado a firmar un acuerdo “en el que no cree”.

Si canónicamente tener fe es creer en lo que no se ve, ¿cómo denominar a “aceptar algo en lo que no se cree”?. Política de garrafón. Algo parecido a aquello de asumir algo “por imperativo legal”, que suele utilizarse en algunos juramentos o promesas. Pero se queda corto. Es mucho peor. Porque en el caso griego el trágala son unos acuerdos leoninos que han sido dictados por una autoridad externa a su legalidad. El decir, la clase política de aquel país reconoce su condición de súbito de otros poderes superiores, el más allá. Por decirlo descarnadamente: por imperativo ilegal, rozando el delito de alta traición. Aunque con todas las bendiciones, como hemos podido ver en los noticiarios sobre el relevo de los ministros cesados por obstinarse en el “Oxi” (“No”) a Bruselas, una ceremonia bajo la advocación presencial de los popes de la iglesia ortodoxa.

El tortuoso recorrido de Syriza desde que estaba en la oposición y se manifestaba como la esperanzadora alternativa al austericido aplicado por los poderes financieros a las sociedades abatidas por una crisis que ellas no provocaron, hasta su reciente etapa como “gobierno absolutista”, ha pulverizado todas las marcas de la desafección. Aunque no es algo totalmente nuevo en esta plaza. En nuestro propio ámbito, lo hecho por el felipismo rampante con la problemática de la OTAN decantó en esa dirección. No solo por el igualmente esquizofrénico planteamiento y la casuística derivada de aquel referéndum-trampa esgrimido bajo el eslogan “OTAN, de entrada, No”. Sino, y aquí está afinidad con la que acaba de hacer la “coalición radical de izquierda” en Grecia, porque aquel planteamiento que cuestionaba la continuidad en la alianza atlántica patrocinada por el Tío Sam también derivó en una especie de único rancho (“no quieres caldo; pues ahora dos tazas”). Recordemos, España no solo siguió en aquella cofradía belicista, sino que se integró en la estructura militar contra lo prometido por el PSOE. Y poco después su ministro de Cultura Javier Solana Madariaga ocupó el cargo de secretario general de la OTAN cuando fue bombardeada la televisión pública de Belgrado, un objetivo civil.

Las mismas causas provocan los mismos efectos. Dice el gran provocador Varoufakis que lo pactado por Tsipras es como el golpe de Estado de los coroneles griegos pero sin tanques. Lástima que él mismo haya contribuido con su arrogancia a cebar ese arsenal. Su estúpido “juego de la gallina” aplicado a una carrera frontal y desigual, entre un humilde utilitario y un destacamento de blindados en perfecta sincronización, no auspiciaba nada bueno. De hecho el suyo es otro caso para el diván del psicoanalista. Su brillante ensayo sobre los peligros de enfrentarse al Minotauro Global, lejos de representar una ventana de oportunidad para explorar el talón de Aquiles del pérfido enemigo, quedó en un ejercicio de voyerismo de dramáticas consecuencias. Una tragedia griega sin la grandeza de los clásicos. Yanis Varoufakis podrá contar que como Jonás estuvo en el vientre de la ballena, pero no es el Keynes que criticó el Pacto de Versalles por las onerosas indemnizaciones que los aliados impusieron a Alemania tras su derrota en la Primera Guerra Mundial. Por más que el ex ministro de Finanzas griego busque afinidades para la posteridad. Varoufakis, como el mismo afirma, es un marxista errático.

“Tenemos que cambiar las reglas del juego

sin cambiar las reglas del juego. ¡Ahí es nada!”

(El Roto)

El tema que requiere elucidación es saber cómo se puede pasar sin solución de continuidad del orgulloso “sí se puede” al “no haya alternativa”; a qué debemos atribuir que gente decente, con más futuro que pasado, pueda protagonizar episodios de transformismo tan devastadores. Porque si al comienzo del austericidio (será la primera vez en la historia contemporánea en que las generaciones venideras vivirán peor que sus padres) un miembro destacado de gotha capitalista reconoció cínicamente que “la crisis es una lucha de clases que vamos ganado”), el capítulo griego significa casi un jaque mate. Pero solo si no aprendemos de la historia (pensar históricamente) y repetimos los viejos códigos, las malas prácticas y los procedimientos arteros que llevan implícitos en su adn un más de lo mismo.

La disyuntiva está en dos palabras, querer y poder, que no pueden barajarse caprichosamente. Querer es poder. Pero no a la inversa. Poder no es querer. La voluntad popular de una sociedad bien informada, libre, comprometida y responsable, se traduce inequívocamente en poder, entendido el término como capacidad de obrar autónomamente. Esa es la expresión extendida del concepto democracia: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Por el contrario, la toma del poder por sí misma no tiene necesariamente que reflejar una voluntad de querer, sino la sustantivación de su delegación en una casta de profesionales de la política, el gobierno de arriba-abajo, el ejecutivo así llamado. Con su correlato de partidos-guía; elecciones predeterminadas mediante listas cerradas y bloqueadas o primarias con avales de entrada o listas-plancha, y líderes carismáticos dotados de poderes casi taumatúrgicos vaya usted a saber por qué. Ciertamente este proceso de claudicación diferida se activa en el momento en que se acepta acríticamente entrar en el sistema para derrocar al sistema.

En ese contexto la función crea el órgano y lo que brota en la horizontalidad cardinal de la movilización de la sociedad civil, con su correlato de libres e iguales, suele acabar en la verticalidad ordinal del circuito cerrado de la realpolitik (gato blanco, gayo negro, lo importante es que cace ratones), donde prima la jerarquía, la autoridad vicaria y la representación como ausencia de la presencia. Casi todo está ya inventad, lo que no es tradición (o traducción) es plagio. Por eso, y dado que el péndulo de la huella ecológica se acelera, parece urgente abrir caminos inexplorables y huir de los lugares trillados. Conviene explorar en la senda abierta por experiencias ciertas, a nivel individual y colectivo, de utonomía y biodiversidad. Sin dejarse intimidar por las supuestas limitaciones del registro a escala, que solo oculta un problema de densidad de tráfico político manipulado para hacer descarrilar voluntades nómadas hostiles al statu quo. Con el ojo crítico puesto en ese arco iris político donde fulgen las estelas del Movimiento Zapatista; Gamonal, Can Vies, el 15M o Kobane, por poner solo unos ejemplos resistentes.

Reincidir en el modelo político de “fuego amigo” que acaba de validar Syriza es rehabilitar torpemente la división del trabajo como medio de convivencialidad y reproducir el panóptico de la dominación, con la consiguiente dosis de suicida adaptación al medio y adocenamiento a que suele aferrarse el natural instinto de supervivencia. Y sobre todo, entraña renunciar a polinizar marcos de libertad, dignidad, igualdad, inclusividad, espontaneidad y solidaridad que permitan formular una ruptura democrática con la actual forma de existencia en cautividad que una conjura de necios concede en llamar Estado de Bienestar. Como sostenía Cornelius Castoriadis, un griego ilustrado, se trata finalmente de resistir y refutar un paradigma sustentado en un sujeto solitario con un mundo de entes ya constituidos, representables y manipulables.

Rafael Cid

 


Fuente: Rafael Cid