Artículo publicado en RyN nº 380 de julio-agosto.

La plaza que ocupa el centro de la ciudad de València ha tenido diversos nombres a lo largo de los tiempos. Antes de la victoria franquista, estuvo dedicada al historiador, escritor y político Emilio Castelar, que fuera presidente de la I República Española, y esa misma denominación solían aplicarle bastantes veteranos militantes de la izquierda durante muchos años para no tener que nombrar al odiado Caudillo, que es la titularidad que tuvo la plaza durante todo el franquismo. Algo parecido —pero al revés—hemos vivido durante toda la Transición, ya que hay personas que han seguido diciendo «Plaza del Caudillo» a pasar de que ha tenido otros nombres como del País Valencià (que no gustaba nada a la derecha) o del Ayuntamiento, que es el actual —desde los primeros tiempos de Rita Barberá en la alcaldía— y parece que la izquierda no se atreve a cambiar.
Como era lo habitual en la gran mayoría de ciudades españolas los fascistas no se conformaban con dedicar las más importantes plazas y avenidas al Caudillo y el Generalísimo, sino que completaban su idolatría a Francisco Franco colocando la horrible estatua ecuestre del dictador. En València la llegada del general golpista y su caballo fue un tanto tardía, puesto que no se levantó dicho monumento hasta 1964.
Pero, aun así, la imagen de Franco estuvo allí durante veinte años, presidiendo el creciente tráfico urbano, las mascletàs de las fallas y la vida diaria de la ciudadanía, que solía acudir a esta plaza para cualquier gestión en el Ayuntamiento, Correos o Telefónica. Hasta le dio tiempo a ver el intento de golpe de Estado de Tejero y Milans del Bosch, que sacó los tanques a la calle en València aquel 23F de 1981. El caso es que en 1979 el consistorio valenciano aprobó la retirada del monumento franquista, pero debieron pensar que el horno no estaba para bollos y el derribo se fue demorando. Con la llegada del nuevo sistema democrático el miedo que generaba el viejo régimen fue siendo sustituido por grandes anhelos de libertad. Y como la estatua seguía impasible ante los cambios, la gente empezó a pensar que ya estaba bien de aguantar tan molesta presencia. El lanzamiento de huevos y bolsas de pintura, con desigual acierto en la diana, empezó a manchar tanto al Caudillo como a su inocente caballo.
También se acuñó un famoso lema que se cantaba en cada manifestación que discurría por la zona: «El burro i l´aca, fora de la plaça» (El burro y la jaca fuera de la plaza). Por fin y tras varios planes suspendidos y un intento fallido del PCE (ml) que llegó a colocar una cadena alrededor de la estatua, tirando de ella con un camión grúa sin conseguir derribarla, el 9 de septiembre de 1983 se procedió por las autoridades a ordenar la retirada del monumento de exaltación franquista, que había sobrevivido casi 8 años a la muerte del propio Franco. Se temía por la reacción de los grupos fascistas que seguían proliferando en la ciudad y alrededores, por lo que se tomaron todo tipo de precauciones. Lo primero fue no dar difusión sobre la fecha y hora elegidas, también se facilitaron prendas para que los operarios se cubrieran la cara ocultando así su identidad y se buscó gente voluntaria que pudiera realizar adecuadamente la tarea de desmontar la estatua.
Debido a las dimensiones y al peso del monumento fue necesario trocearlo y retirarlo con dos potentes grúas. En cuanto a la reacción de partidarios y detractores del antiguo régimen la cosa no llegó más allá de sendas concentraciones de unas centenas de personas —mantenidas a raya por la policía—, de los previsibles gritos e insultos, y de la aparición durante algunos días de ramos de flores en el lugar dejado vacío.
Tras una década con el espacio libre de estatuas polémicas, en 1993 y siendo ya alcaldesa Rita Barberá, se procedió a colocar en el vértice del triángulo que forma la plaza otra figura pétrea que, lejos de generar entusiasmo popular, ha vuelto a provocar peticiones de retirada. El personaje que actualmente preside la plaza del Ayuntamiento no es otro que Francesc de Vinatea, caballero del siglo XIV y jurado de la ciudad, que al parecer se opuso a que el rey de Aragón repartiera el Reino de Valencia entre sus hijos.
Pero el tal Vinatea tiene otro oscuro episodio en su hidalgo pasado; un hecho tan grave como el de haber asesinado con sus propias manos a su esposa (que estaba embarazada) y a su supuesto amante. Como es de suponer, el hecho de ser varón y encima miembro de la nobleza supuso que consiguiera el perdón real a su criminal comportamiento. Sin embargo, en pleno siglo XXI, y cuando tantos monumentos están siendo retirados porque se considera que sus actuaciones, que pudieron ser toleradas o incluso bien vistas hace varios siglos, hoy no pueden ser perdonadas ni su figura presidir espacios públicos. Viendo los precedentes se podría aprovechar la nueva reforma de la plaza y la intención de retirar a Francesc de Vinatea para dejar en su lugar un jardín y colocar una placa en homenaje a todas las personas que dieron su vida luchando por la libertad.

Antonio Pérez Collado


Fuente: Rojo y Negro