Tócale las narices, tócaselas, pero ten claro que no reaccionará. Ni te notará. Eres demasiado poco rica para que te note; rica de dinero, quiero decir. Y si le tocas, hazlo con fuerza, pellizca dale hasta que se escuche su grito de dolor y de rabia.

Que la molestia que le provocas vuele por todo Londres, de una punta a la otra de la ciudad, que rebote por las estaciones de metro y haga caer el polvo de los semáforos. Que llegue hasta Chicago, Buenos Aires o Santiago de Chile, que llegue su grito y provoque la alegría de nuestros muertos, de aquellos entre los que no eran suyos que torturaron hasta la extenuación, según ella, «por la democracia «. Torturados en el cuerpo, torturados por el hambre provocada como forma de acumular dinero y más dinero en cada vez menos manos.


Que la molestia que le provocas vuele por todo Londres, de una punta a la otra de la ciudad, que rebote por las estaciones de metro y haga caer el polvo de los semáforos. Que llegue hasta Chicago, Buenos Aires o Santiago de Chile, que llegue su grito y provoque la alegría de nuestros muertos, de aquellos entre los que no eran suyos que torturaron hasta la extenuación, según ella, «por la democracia «. Torturados en el cuerpo, torturados por el hambre provocada como forma de acumular dinero y más dinero en cada vez menos manos.

Aunque no notará nada de nada, seguro. Y no, no porque esté muerta y ya no sienta el contacto físico de otra persona humana ni cuando ésta le toca las narices con sus propios dedos. No es por eso. Es porque mientras vivía, nos hacía malvivir, era de hierro, metálica. Y no como C-3PO, el androide de protocolo, diseñado para estar al servicio de los humanos, de «La guerra de las galaxias». Más bien metálica como el hombre de hojalata que Dorothy encontró camino del mundo del Mago de Oz. Sí, más hombre de hojalata que C-3PO. ¿Sabes por qué? Pues porque en el lugar donde los humanos tenemos el corazón ella sólo tenía dinero. Y manchados de sangre. No corazón.

Manchados con la sangre de Bobby Sands, con la de los muertos en huelga de hambre en los bloques H, los mineros y los luchadores sindicales que en Gran Bretaña no querían ocupar el estado ni destruirlo sino mejorarlo, y terminaron pidiendo caridad por los rincones más oscuros de sus ciudades, ocupadas por la policía, utilizada por ella como mediadora social, mediadores con violencia, claro. Dinero manchados con todos los muertos de desesperación, no curados de enfermedades que se podían curar porque no tenían suficiente dinero. Manchados con las personas abandonadas y que del Estado sólo recibían, precisamente, más violencia, más humillación, más control, más nada. Manchados por la ‘poll tax’, un impuesto tan igualitario que lo pagaban todos por igual, tanto los pobres de solemnidad como los ricos tan ricos que hacían asco sólo de explicar cómo eran, de ricos. Manchados por la sangre de las Malvinas, por los muertos en las guerras montadas para distraer al personal y construir así el choque necesario para romper la voluntad de la gente, para romper su relato de la realidad y darles en uno nuevo que pusiera la codicia en el centro de sus vidas, de todas y todos. Sin corazón. De hierro.

Tocarle las narices y que reaccione, porque hoy nuestro mundo está hecho encima de su cadáver, de un cadáver que debería ir, cogido de las manos de sus amigos Reagan, Pinochet y el peor de todos, Milton Friedman , de cabeza a un contenedor de basura. A un genérico, no apto para el reciclaje. Uno de estos de Brixton. Que pasen por el lado los jóvenes y los viejos que celebran que ya está muerta y que su muerte, como la de sus tres amigos, es ya sólo un símbolo. Un símbolo de lo que vendrá. Y vendrá porque tiene que venir y porque el ahora ya es demasiado. Aquí, en la Cava, en Brixton, en Londres entero.

Que ya es primavera y, aunque ellos nos querían programados para que así fuera, no lo es porque lo diga El Corte Inglés. ¡Toquémosle las narices!

* Jordi Martí Font es periodista, escritor, trabajador de la enseñanza y afiliado a CGT Tarragona

 


Fuente: Jordi Martí