Hay un hombrecillo que a pesar de vanagloriarse de su enfrentamiento con la Iglesia Católica se cree Dios, esto es: asume el papel de aquel que representa la esencia de lo que tanto critica. ¿Quién sabe si su inquina tiene su origen en una especie de envidia patológica por no ser su rostro el representado en el Pantocrátor? El caso es que él otorga o niega derechos.

Derecho a la vida digo, o a no padecer
tortura a manos de otras criaturas, por lo tanto me refiero
cuestiones vitales que dicho sujeto interpreta a la usanza del
Antiguo Régimen, deviniendo en particular lo que sólo puede tener
la categoría de universal.


Derecho a la vida digo, o a no padecer
tortura a manos de otras criaturas, por lo tanto me refiero
cuestiones vitales que dicho sujeto interpreta a la usanza del
Antiguo Régimen, deviniendo en particular lo que sólo puede tener
la categoría de universal.

Pero
es que este hermenéuta involucionista, además de Juez al estilo del
Evangelio según San Mateo, es también parte, porque no sólo
defiende la plena potestad de unos seres para martirizar y matar a
otros, sino que se subyuga con la angustia de las víctimas y lo
declara sin el menor rubor. Algo que ciertamente no causa asombro,
pues para algo su verbo, entiende él, adquiere el valor de la
«Palabra» descrita por los Tesalonicenses.

Es
un individuo que tiene voz aunque carece de razones como no sean las
de un sofista, sobre todo porque desde su deífico trono imaginario
piensa que no las necesita para… Iba a decir convencer, pero no, él
no busca persuadir sino dogmatizar, pretensión común en los
endiosados. Escoge el insulto y la afirmación categórica en lugar
del argumento, y eso que curiosamente declara ser él el blanco de
las ofensas, pero he aquí que a los que disienten de su discurso les
llama «gilipollas». Eso sí, como a todos los grandes
adalides del sometimiento ajeno, se le llena la bocaza con la palabra
libertad para amparar la suya en detrimento de la de otros. Y no es
que esos otros le hayan hecho algo ni a él ni a nadie para recibir
un castigo, no, simplemente se cree libre para deleitarse con su
sufrimiento y su muerte. ¿El motivo?: se lo pasa bien y los
damnificados son los del primer párrafo, esos a los que les niega
los derechos. De ese modo se cierra el círculo en el que él decide
la suerte desde arriba y contempla el proceso apoyado en el
perímetro, mientras el torturado se desangra y expira en el centro
de la circunferencia.

Esta
virulenta divinidad de pellejo y carne se llama Albert Boadella. Los
convictos de su ferocidad y egocentrismo son los toros. Los
gilipollas somos todos los que pedimos la abolición de las corridas.
Y ahora, viendo que su gesto a puerta gayola del movimiento
animalista le ha valido los titulares que probablemente tanto
necesita – ¿por qué me recordará mucho a Sánchez Dragó? -, añade
que se ha quedado corto al dedicarnos ese epíteto. Bueno, considero
que ser calificado de bobochorra por quien se deslizó desde un
supuesto izquierdismo revolucionario al más rancio reaccionarismo,
por quien asegura que los que exigen el fin de una tradición
violenta son sañudos y fanáticos, y por el que sostiene que es una
idiotez reclamar derechos para los animales, lejos de ser un agravio
constituye un halago.

Y
a quien intente refutar el abolicionismo devolviendo reflexiones al
estilo de «y tú más», decirle que el movimiento que aboga
por el fin de la lidia ha conseguido desmontar todas y cada una de
las mentiras taurinas, rebatir con cordura las justificaciones
formales y enfrentar racionalidad y sensibilidad a la sinrazón de
quienes se sienten cautivados por un espectáculo encarnizado,
sanguinario y absurdo. La derogación de la violencia como muestra de
cultura, arte, pasatiempo o negocio no es un decreto arbitrario y
absolutista, sino un paso irrenunciable para sacar un pie del charco
del primitivismo y asentar ambos en la justicia, fuera al fin de esa
atmósfera de tinieblas donde la humanidad no alcanza a palpar las
luces de la razón pero sí a hundir el acero en el cuerpo de seres
vivos.

Albert
Boadella que estás en los ruedos… Tú afirmas que «no
existe en el mundo occidental ninguna ceremonia capaz de conmover y
elevar con semejante fuerza al ser humano
como
el ritual taurino».
La
muerte de gladiadores ejercia seducción sobre Calígula, Ivan el
Terrible se regocijaba torturando y arrojando perros desde torres, la
Condesa Isabel Báthory gozaba secuestrando, torturando y bebiendo la
sangre de las jóvenes a las que asesinaba, la Reina de Madagascar
Ranavalona I mató a más de diez mil prisioneros en una semana de
festejos porque le entretenía… En fin, que unas y otros pasaron a
la historia por criminales. Tú te quedarás en el olvido de los
tontolabas. No te comparo con ellos, sólo digo que pasión y
perversión pueden solaparse en un mismo cerebro.

Y
ahora corre, di que yo me arrastro por las injurias mientras tú
asciendes al Olimpo de la sensibilidad por hallar sublimidad,
inteligencia y coraje donde yo no encuentro más que sadismo,
ignorancia, egoísmo y cobardía. Perdón, yo y cientos de miles de
gilipollas más.

Julio
Ortega Fraile

www.findelmaltratoanimal.blogspot.com


Fuente: Julio Ortega Fraile