Es cierto que ni el salario mínimo interprofesional (SMI) ni el precio inalcanzable de las angulas tienen una repercusión directa en la economía de la mayoría los ciudadanos, pero no es menos cierto que dichos datos nos pueden servir de referencia para comprobar, de nuevo, cómo se agranda el abismo que separa a pobres y ricos.

Es cierto que ni el salario mínimo interprofesional (SMI) ni el precio inalcanzable de las angulas tienen una repercusión directa en la economía de la mayoría los ciudadanos, pero no es menos cierto que dichos datos nos pueden servir de referencia para comprobar, de nuevo, cómo se agranda el abismo que separa a pobres y ricos.

Y es que las fiestas navideñas nos han puesto en la imaginaria balanza los 624 euros del nuevo SMI y los 950 euros que cuesta (a los pocos que puedan pagarlo) el kilo de angulas. Nos ahorraremos el cálculo de los meses que tendría que trabajar una víctima del citado salario mínimo para poder comprar unas angulas, una vez descontados del magro jornal todos sus gastos para comida, vivienda, ropa y calzado, impuestos, etc.

No es que los pobres hayamos gozado alguna vez de la posibilidad de acceder a los lujos de los millonarios, pero es que vemos que las distancias que separan a los condenados a ganar el pan con el sudor de su frente de los potenciales consumidores de esas cotizadas angulas, son cada vez mayores.

Una selecta minoría de apenas el 10% de los casi 7.000 millones que poblamos este planeta disfruta del 80% de la riqueza, mientras que el otro 90% nos hemos de conformar con repartirnos el 20% restante ; lo que confirma nuestra vieja sospecha de que los pobres somos cada vez más (y más empobrecidos) y los ricos (gracias a la explotación de la mano de obra y los recursos naturales) son cada año más ricos.

Si comparamos a los grandes directivos de las multinacionales, esos apóstoles del capitalismo ultraliberal que piden ahora ayudas al Estado, nos llevamos la desagradable sorpresa de ver que en los últimos 25 años sus sueldos han pasado de representar 40 veces los de sus sacrificados obreros a 400 veces… ¡Han multiplicado por 10 su ventaja !
Todo esto ya sucedía antes de la actual crisis económica y financiera, por lo que sería injusto culpar a la clase trabajadora (que ha visto reducidos sus ingresos reales medios en un 5% en el último decenio) de los desastres de las bolsas o los masivos cierres de empresas. Son otros los que se han beneficiado del boom económico reciente y los responsables de la crisis actual ; crisis que es obra del propio capitalismo, y no de unos pocos especuladores que han llevado hasta sus últimas consecuencias los principios básicos del sistema ; esos que justifican la búsqueda del máximo beneficio sin que importen los medios o las consecuencias.

Estas cosas hay que tenerlas en cuenta, porque existe un inusitado interés desde todos los púlpitos del poder en hacer tabla rasa de lo ocurrido, llamando al personal a cerrar filas y reconstruir el capitalismo. Ese mismo capitalismo que no ha sido capaz de asegurar los mínimos derechos y servicios ni a un tercio de la humanidad (para los otros dos tercios sólo hay hambre, epidemias y guerras, con la emigración como alternativa), y eso a pesar de que ha podido explotar los recursos de toda la Tierra y de no contar –desde la caída del muro de Berlín- con ninguna oposición o sistema alternativo.

Si en todo este tiempo de bonanza no hemos repartido beneficios, tampoco ahora (que se vislumbran vacas menos gordas) sería lógico que se repartieran responsabilidades y esfuerzos. Por esa razón a mucha gente le han chirriado las palabras reales del último mensaje navideño, en las que el actual monarca español nos llamaba a todos a arrimar el hombro para salir de la crisis. A quienes llevamos toda la vida trabajando y generando esa riqueza, que lejos de distribuirse solidariamente se ha despilfarrado, nos parece una ironía que la corona (cuya real familia nos costará en 2009 más de 11 millones de euros) nos anime a trabajar más y cobrar menos.

Otro tanto se puede decir de nuestra clase política, que se ha apresurado a ayudar a los bancos (inyectándoles 90.000 millones de euros) y a las constructoras (destinando 33.000 millones a obras públicas ; muchas de ellas faraónicas e innecesarias). A los pobres nos animan a consumir, aunque todos saben que una economía que se base en el consumo es poco sólida, sin olvidar que el consumismo es un atentado contra la ecología y la solidaridad.

Pero aunque nos creyésemos las palabras de los ministros, los trabajadores no podemos consumir todo lo que nos proponen, precisamente porque ellos mismos (junto con los empresarios de la CEOE y los sindicalistas de CC.OO. y UGT) nos han venido recortando nuestros salarios y derechos, de tal forma que ahora nos cuesta mucho más llegar a fin de mes y, por si fuera poco, tenemos la amenaza de los contratos temporales y los despidos baratos. Los pobres no podemos consumir más, ni creemos que esa sea la solución a la crisis : hay que buscar soluciones mucho más solidarias y participativas.


Fuente: Antonio Pérez Collado
Secretario General de CGT-PV