Desde la misma noche del 27-M no han cesado de producirse reflexiones y lamentaciones sobre los resultados que arrojaron las urnas en la más reciente cita electoral. Vistas las cosas sin pasión partidista de ningún tipo, no se puede negar que la izquierda (incluso si incluimos todavía bajo esta denominación a los tecnócratas del PSOE) ha recibido un severo correctivo, ya que ha sido incapaz de recuperar ciudades y comunidades tan valiosas como Madrid o Valencia. Que los socialistas hayan arrebatado, mediante alianzas de lo más variopinto, varias alcaldías importantes al PP no puede interpretarse frívolamente como un avance de las huestes de Rodríguez Zapatero.

Desde la misma noche del 27-M no han cesado de producirse reflexiones y lamentaciones sobre los resultados que arrojaron las urnas en la más reciente cita electoral. Vistas las cosas sin pasión partidista de ningún tipo, no se puede negar que la izquierda (incluso si incluimos todavía bajo esta denominación a los tecnócratas del PSOE) ha recibido un severo correctivo, ya que ha sido incapaz de recuperar ciudades y comunidades tan valiosas como Madrid o Valencia. Que los socialistas hayan arrebatado, mediante alianzas de lo más variopinto, varias alcaldías importantes al PP no puede interpretarse frívolamente como un avance de las huestes de Rodríguez Zapatero.

Los resultados del 27 de mayo lo único que han puesto en evidencia es lo que ya se sabía : que la sociedad española se ha bipolarizado entre el conservadurismo ideológico y el neoliberalismo económico, que encarnan perfectamente los chicos y chicas del PP, y la socialdemocracia enamorada del libre mercado, que defienden a ultranza los nuevos socialistas. Fuera de esos dos grandes bloques sólo existen nacionalismos que van a lo suyo (como no podría ser de otra forma) y una pléyade de grupúsculos comunistas o verdes (pálidos) que, a duras penas, pueden optar a un puñado de diputados y concejales con los que negociar con alguno de los grandes a la hora de pillar un trozo del pastel/poder.

Por tanto, y si de verdad se quiere reflexionar sobre la crisis de valores que padece la sociedad actual, no podemos limitarnos a analizar los fríos números que nos proporcionan los cada vez más rápidos y previsibles escrutinios de votos emitidos. Que gane el PP o que lo haga el PSOE no cambia básicamente la posición de los ciudadanos frente a la política, la economía o las libertades y derechos sociales. Prueba de ello es el cuidado extremo que los líderes de las principales formaciones ponen a la hora de pronunciarse sobre asuntos delicados, sobre aspectos respecto a los que sería imprescindible y lógico que discrepasen la derecha y la izquierda si, de verdad, esas concepciones significasen algo que más un color o un símbolo identificativos ante el potencial votante. Asombra (si uno todavía pudiera asombrarse de algo) la absoluta coincidencia de unos y otros ante cuestiones como la inmigración, las privatizaciones, los recortes sociales, el AVE, la congelación salarial, el desarrollismo suicida, la especulación urbanística, el consumismo, las deslocalizaciones de empresas, etc. Se diría que los candidatos apenas tienen ideas y propuestas con las que convencer al elector, por lo que su suerte depende de la imagen ante las cámaras, la habilidad para mentir sin ruborizarse y la capacidad para esbozar media docena de frases algo ocurrentes.

Con tales dechados de oratoria y con proyectos tan poco ilusionantes, nadie debería extrañarse ya de que la abstención suba unos cuantos puntos cada vez que somos convocados a las urnas. Y ello sin que los grupos partidarios de la abstención (anarquistas y autónomos, especialmente) hagan apenas campaña contra la participación en las elecciones. El anarcosindicalismo y demás corrientes del pensamiento libertario no cuentan en estos tiempos del pensamiento débil con la incidencia y el activismo que tuvieron en la primera mitad del siglo XX, por lo que la alta abstención es en exclusiva el resultado de la política que se practica desde los partidos e instituciones que se declaran defensores incondicionales de la participación ciudadana.

Visto el estancamiento de las posiciones ; con una derecha exultante e insultante tras sus éxitos actuales, con una izquierda institucional que hace lo posible por situarse en el disputado y tranquilo centro, y con otra izquierda radical al borde de lo extraparlamentario, que no ve más salida que la entrada en las caducas instituciones burguesas, es evidente que limitarse a efectuar lecturas de resultados y a especular sobre posibles coaliciones para un futuro más exitoso no servirán de mucho a esa otra izquierda social que, llueva o haga sol, haya elecciones o no, sigue bregando e ideando por un cambio profundo de sociedad. Y que lo hace a diario, sin esperar a los cuarenta días de campaña de cada cuatro años. Esa izquierda utópica es hoy posible ; la otra no, porque ella misma se ha invalidado.

Es hora ya de que ciudadanos y colectivos, analistas y medios de comunicación, pensadores y universitarios, cambien de chip y dejen de ver en la urna el único camino para el cambio social. Fuera de las instituciones del sistema se encuentra en nuestros días lo más fresco y activo de las ideas trasformadoras : en las cumbres contra la globalización, en el ecologismo antiparlamentario, en el antimilitarismo, en el fenómeno okupa, en los movimientos libertarios y autónomos, etc. es actualmente donde se da un mayor grado de participación, de ilusión, de debate, de propuestas y proyectos que se oponen frontalmente al neoliberalismo económico y al pensamiento único que amenazan no sólo las libertades y derechos de toda la sociedad, sino la existencia misma de la especie humana.

Si se quiere avanzar hacia una sociedad más libre y justa será imprescindible que se rompa con todo lo que constriñe y reprime las libertades individuales. Reivindicaciones y valores que hace siglos fueron un acicate para las luchas emancipatorias, como el voto o el parlamentarismo, han cubierto ya su ciclo y son estrategias perfectamente toleradas y asumidas por el capitalismo porque se han revelado inocuas y sedantes.


Fuente: Antonio Pérez Collado (Secretario General CGT-PV)