Artículo publicado en Rojo y Negro nº 388 de abril.

Como psicóloga palestina, en mi clínica online tengo contacto con multitud de palestinos de todo el mundo y escribo este artículo por el temor que me invade la salud mental de los palestinos que están viviendo una situación terrible y difícil. No puedo ocultar mi inquietud por las consecuencias a las que les puede llevar el nihilismo o la pérdida de toda esperanza de liberar Palestina. En las tertulias se repiten términos fatalistas como que “Dios es lo único que nos queda”, mientras que los que tenemos conciencia estamos obligados a tragarnos la amargura al contemplar los cuerpos mutilados, los quejidos de los heridos y los escombros de las viviendas, a sufrir los efectos de la catástrofe, la pérdida de cohesión social que afecta a todos los aspectos de la vida. Debemos tener la esperanza o la locura de seguir pensando en una Palestina libre.

Hay otro aspecto sumamente cruel, ya que corrompe el alma colectiva: nos encontramos ante la necesidad de tragar el sabor amargo de la traición de los liderazgos de aquellos que se supone comparten con nosotros los sentimientos de identidad pan-arabista y el pan-islamista incrementando el dolor de la traición. En los momentos en los que más necesitamos y esperamos su apoyo para fortalecer nuestra resistencia, nos han abandonado. Esta traición que ocurre cuando estamos sometidos a la presión de todo el colonialismo occidental que se ha confabulado para manifestar, con todo su salvajismo destructivo, no sólo su desprecio por el ser humano diferente, sino por todos los elementos que sostienen la vida con la clara intención de llevarnos a un estado de destrucción total y a la desesperanza más absoluta, un modelo, concienzudamente planeado por el monstruo occidental, que incluye la esclavización y la liquidación física del diferente tal y como se está demostrando durante los últimos meses, concretamente desde el 7 de octubre. La realidad palpable es que el poder occidental acepta nuestro exterminio borrándonos de la faz de la tierra.
Desde mi posición profesional tengo la obligación moral de analizar este punto para intentar recuperar la iniciativa y poder entender el mundo intentando entablar un diálogo con la gente más afín para plantear un razonamiento diferente que desestime la razón imperante. En la psicología se considera alucinado a quien rompe los lazos con la realidad y la razón imperante y es por eso que, si me escuchas partiendo de los límites de la realidad impuesta por Occidente, te va a parecer que estoy loca, pero no me juzgues tan a la ligera, permíteme preguntarte ¿qué es la razón?
Basándome en la opinión del profesor La Mar Bross, en su artículo Cómo estar loco sin perder la razón, y según la trabajadora social Isamato Goiendelen, en carta dirigida a sus conciudadanos negros en Estados Unidos que seguían esclavizados, tenemos que distinguir entre el concepto de la razón general, que incluye los cálculos conscientes que se utilizan para el funcionamiento de un orden determinado, y los conocimientos impuestos por la ciencia arraigada en la etapa europea del Renacimiento, que presume ser una verdad objetiva al tiempo que dibuja un mapa del mundo desde el Eurocentrismo. En otras palabras, la llamada “razón imperante” es consecuencia de largos años de colonialismo occidental que se mantiene intacto gracias a la imposición universal de su modelo. Actualmente, estudiamos la ciencia que produce Occidente en nuestras escuelas y universidades, leemos sus versiones sobre los relatos históricos, incluso hablamos con nuestros hijos usando el lenguaje colonial, aparte, claro está, de que basamos nuestra economía en el dólar como patrón y lo peor es que miramos con desprecio todo lo árabe propio y local, hemos sustituido nuestra “identidad” privada y de las relaciones sociales por la del colonizador llegando a medir nuestra estatura humana en función de su semejanza con la del occidental.
El modelo “racional” operante corresponde a los actores que conforman la realidad existente, es la aplicación de una escuela de pensamiento impuesta sobre todos nosotros. El artífice principal de esta realidad determina quién es racional y quién loco en función del grado de acatamiento de sus deseos e intereses para imponer el control total o la hegemonía mundial. Todo el que se aparta de esta línea puede ser calificado de terrorista peligroso o extremista o quizás de enfermo que debe ser rehabilitado o expulsado del marco racional aceptable, mejor dicho, impuesto y hegemónico.
Sabemos muy bien que conseguir un objetivo cualquiera es un proceso que comienza con la imaginación, de modo que empezamos por formarnos una imagen para después trazar un plan “realista” que nos permita alcanzar dicho objetivo y, en función de los elementos de coincidencia con la realidad, se tendrá más o menos posibilidades de conseguirlo —como ejemplo, un rico tiene muchas más posibilidades de conseguir sus objetivos: estudiar en las mejores universidades, poseer un palacio o poner una fábrica—. Teniendo los suficientes elementos necesarios, como son los medios materiales, las influencias y, sobre todo, el sentimiento propio de merecimiento el sujeto tiene mayores posibilidades de lograr lo que se propone: nadie cuestiona sus anhelos ni se burla de su sueño de ser poderoso. Todo lo contrario ocurre si el sujeto en cuestión es pobre, le tacharíamos de alucinado o iluso o, en el mejor de los casos, le decimos con cierta sorna “Si Dios quiere”, “In Sha Alla”. Este tipo de comportamiento es consecuencia del gran abismo que existe entre los objetivos y la realidad y, si analizamos el orden y la razón del mundo contemporáneo, nos damos cuenta inmediatamente de que la realidad es fruto de la imaginación del gobernador del mundo occidental que imaginó cómo tiene que ser ese orden sin contar con nadie más porque es su derecho gracias a su hegemonía mundial sin competencia.
Tal y como describió el escritor tunecino-francés Albert Memmi en su tratado sobre la psicología del colonialismo, Occidente se inventó un relato propio presentándose como el padre de la ciencia y de las relaciones sociales y también inventó una fábula del relato sobre “el otro”, el no occidental, presentándolo como esclavo, fugitivo, terrorista o animal salvaje. Se permitió el lujo de clasificar al “otro” según su escala de valores empezando por aquellos que eran aptos para ser domesticados y reformados con el fin de ser utilizados como peones para las conquistas, luego estaban los que no debían ser reformados para seguir siendo esclavos y después habría otros que debían ser eliminados por su peligrosidad para el orden establecido. Occidente aplicó a rajatabla esta clasificación, se rearmó y colonizó el mundo, fundó instituciones y tribunales internacionales teniendo en cuenta que su definición del ser humano es dinámica en función del acatamiento de los grupos humanos al marco establecido por el poder occidental. Como puedes intuir, amigo lector, el palestino está en el último eslabón de este escalafón: nuestra presencia en el territorio palestino entra en contradicción directa con el poder de Occidente cuyo objetivo es afianzar el control sobre el Mundo Árabe mediante su base principal, Israel; la permanencia del colonizador sionista en el corazón de la región árabe es un elemento crucial y real del proyecto colonial occidental con la clara intención de tener el control absoluto sobre los recursos naturales y demográficos para poder esquilmarlos usurpando la tierra. El poder occidental lo tuvo claro desde el principio: dominar la zona de forma directa mediante la fundación de una colonia propia y encargar a los gobiernos de los países limítrofes que conserven y afiancen el poder hegemónico.
No hay un sitio para el ser palestino en este plan, estamos sometidos a las peores formas de exterminio de la historia de la Humanidad, no tenemos existencia real: según el orden occidental si el palestino se resigna y acepta pasivamente este marco de pensamiento de la supremacía de Occidente, quizás tenga la oportunidad de sobrevivir. El pasotismo nihilista que sufren muchos palestinos en estos momentos cruciales es fruto de la resignación a los límites del muro del realismo impuestos por el pensamiento “racional dominante”, pero surgen de nuevo las preguntas: ¿quién de los palestinos no ha soñado con una Palestina libre? ¿quién, en momentos de nostalgia, no ha recurrido a las redes sociales para contemplar el paisaje de las tierras de sus antepasados?
He tenido la oportunidad y el privilegio de visitar la ciudad de Yafa en varias ocasiones y, cada vez que pasaba por el casco viejo, soñaba con adquirir una de las casas que aún están en pie para pasar el resto de mis días, pero siempre me venía a la mente, de inmediato, que ello dependería de la voluntad del refugiado palestino que malvive ahora en los campos de la miseria en la diáspora, que tendría que ponerme en contacto con el verdadero dueño de esas bellas casas, que no negociaría con el usurpador de las casas. Compartimos estos sueños de retorno, pero de inmediato nos despierta la tozuda realidad viendo al colonizador y sus signos por doquier, no sólo para despertarnos, sino para burlarse de nosotros y de nuestros anhelos de liberación, para despejar las dudas diciéndonos que la liberación está totalmente alejada de la realidad impuesta y de la razón imperante y, ante nuestros sueños, solemos respondemos con sorna: ¡In Sha Allah!, cariño.
La razón imperante actualmente consiste en exterminar al palestino, una razón que entra en contradicción radical con el objetivo de liberarlo y de recuperar la tierra usurpada. Mientras que nuestras pretensiones vayan en consonancia con el instinto de conservación natural y de progreso del ser humano fundamentado en una visión opuesta a la realidad del exterminio, no tenemos otra opción que salir de la lógica imperante y asumir nuestra locura, este sueño ilógico de situarnos en un espacio entre la lógica impuesta y el sueño de progreso y justicia que en estos momentos no tiene el apoyo suficiente. Este es el espacio donde yo y muchos palestinos nos encontramos.
Voy a exponer mis observaciones sobre los cambios en la estructura psicológica de los palestinos y lo que ha experimentado durante los últimos meses. En la Franja de Gaza, su primera reacción se encuadró en el marco de la realidad imperante, con incredulidad, presentado signos del lógico shock, pero ahora observo una evolución con síntomas propios del individuo que se encuentra en el espacio de lo ilógico. No podemos negar la verdad de lo que ven nuestros ojos, del salvajismo y la orgía de sangre de nuestros hermanos y hermanas en Gaza que han provocado una serie de adaptaciones que podríamos calificar de patológicas si estuviéramos en una sana realidad o una realidad racional: como la realidad imperante está basada en la limpieza étnica, no se puede esperar más que una respuesta patológica. Como psicóloga, observo que el estado mental del palestino se mueve en un doble sentido: entre la lógica de la realidad y la fe irracional, en función, claro está, del ambiente en que se encuentre y se mueva cada individuo y de su capacidad intelectual y mental. No me preocupa aquel que tiene una postura cambiante entre la realidad imperante y la irracionalidad ilusionada; en cambio, me preocupa el que se somete al fatalismo de la realidad imperante al asumirle en las conversaciones y utilizarle para poner fin al debate con los visionarios convencidos de la victoria final que conduzca a la liberación o, al menos, hacia una salida honrosa: el palestino que se ha rendido a la realidad impuesta se autoinhibe de soñar y no deja margen a los demás para que lo hagan con la autoimposición sobre sí mismo y sobre sus interlocutores, incluso en el pensamiento colectivo.
Cuando nuestro más ilustre y conocido poeta contemporáneo Mahmud Darwísh dice “la máscara ha caído” pienso que lo hace desde una posición de utopía poética, una señal evidente de ser un genio visionario capaz de desprenderse de la realidad, el genocidio, lo mismo que cuando dice “poner cerco a tus cercadores con la locura” intenta decirnos que abandonemos ese espacio de la razón imperante y mantengamos la esperanzada utopía. Esto está ocurriendo a muchos de mis conciudadanos que han dejado de comunicarse con el mundo que los rodea a través de la razón imperante, nos comunicamos con la utopía, con la locura de la liberación, del rechazo a la creencia comúnmente admitida para avanzar hacia lo que debería pasar en nuestra imaginación.
El individuo que revive los recuerdos de las masacres anteriores, durante su sueño o su vigilia, es un loco. La persona que siente una ira incontenible que le puede llevar a incendiar el mundo entero es un loco. Aquel que se concilia con su fatal destino y admite su martirio en su afán de liberar al grupo humano al que pertenece es un loco. La persona que rechaza asumir el relato comúnmente admitido sobre su realidad es un loco. La persona que planifica el futuro utilizando datos que no concuerdan con la realidad es un soñador y un loco… Sin embargo, nuestra esperanza es evitar que califiquen a todo nuestro pueblo de loco: es posible que nos tachen de locos individualmente, pero es imposible hacerlo con todo un pueblo, tal y como pide nuestro poeta Tamim Barghzi “no debemos traicionarnos unos a otros”.
Hermano palestino, hermana palestina, no nos dejes solos sometiéndote a una realidad impuesta, sigue la senda de la locura con el resto de tus compatriotas. No hay otra opción, la alternativa es ubicarte en la indiferencia y la sumisión total esperando que te llegue el turno de ser la siguiente víctima, estamos ante la disyuntiva del “ser o no ser”. Llegados a este punto, invito al lector a que comparta conmigo la creación de un mundo mejor utilizando las potencialidades, conocimientos y especialidades de cada cual. Ahora estamos más necesitados que nunca de encuentros sociales y congresos específicos para caminar hacia la liberación, hacia la refundación de Palestina como lo vemos en nuestro sueño colectivo.
¿Acaso no te has enterado de que los sionistas han organizado un encuentro para planificar la recolonización de Gaza? Sus sueños y planes coloniales se ciñen, de buen grado, al marco imperante; los nuestros son más difíciles y sembrados de obstáculos, pero en realidad la diferencia no pasa de ser un trazo en una hoja. Nosotros, con un alto y doloroso precio, hemos llegado al momento de la liberación mental. Creo que ha llegado el momento de conducirnos por el camino de la locura en nuestra conducta colectiva, hacia la consecución de un sueño que se convierta en una realidad propia, en nuestra senda hacia el progreso, este es el largo camino de la gran liberación nacional.

Rima Abu Hewj
(Traducido por Jalil Sadaka)

 


Fuente: Rojo y Negro