Con la perspectiva que nos proporcionan los nueve meses transcurridos desde la irrupción del 15M, es pertinente tratar de sospesar sosegadamente los acontecimientos: ¿Cuál es la naturaleza del 15M? ¿Qué representó? ¿Qué valoración podemos hacer? ¿Qué retos suscita y cómo podemos afrontarlos?

A partir del 15 de
mayo de 2011, como si de un diluvio primaveral se tratara, centenares de
miles de personas nos precipitamos a las calles e inundamos las plazas
de todo el estado español. El descrédito de lo que hoy se hace pasar por
“política”, el rechazo a la depauperación económica y la indignación
ante la injusticia social estallaron clamorosamente mientras la genuina
actividad política reconquistaba espacios públicos habitualmente
consagrados a la circulación de mercancías.

A partir del 15 de
mayo de 2011, como si de un diluvio primaveral se tratara, centenares de
miles de personas nos precipitamos a las calles e inundamos las plazas
de todo el estado español. El descrédito de lo que hoy se hace pasar por
“política”, el rechazo a la depauperación económica y la indignación
ante la injusticia social estallaron clamorosamente mientras la genuina
actividad política reconquistaba espacios públicos habitualmente
consagrados a la circulación de mercancías. Salvando las distancias, por
primera vez desde mayo del 68 (1),
una protesta masiva desbordó espontáneamente los confines de la
reivindicación y devino un proceso de reflexión colectiva, un encuentro
popular repleto de vívida comunicación, un ensayo de auto-organización
democrática masiva. Con la perspectiva que el paso del tiempo nos
proporciona, resulta pertinente preguntarnos: ¿Qué ha representado esta
experiencia? ¿Como podemos valoración podemos hacer de ella? ¿Qué retos
suscita y cómo podemos afrontarlos?

Para responder estas cuestiones conviene, preliminarmente, definir la naturaleza del 15M: ¿se trata de un movimiento político o más bien de una movilización social?
Si convenimos que un movimiento político presupone un análisis social
compartido, unos fines políticos comunes y unos medios también
aproximadamente comunes para conseguir los fines deseados, mientras que
en una movilización social, en cambio, pueden confluir perspectivas
políticas dispares, divergentes e incluso antagónicas, resulta evidente
que el 15M corresponde más a la categoría de movilización que a la de
movimiento. El mínimo común denominador de los participantes ha sido
significativamente mínimo, a saber: la disconformidad respecto la
espiral auto-destructiva que desgarra a la sociedad contemporánea. Sobre
este mínimo se ha alzado el estandarte de la indignación, aglutinando
posicionamientos políticos extremadamente heterogéneos (2).

Entrando en el balance, por el lado positivo, observamos una causa y una consecuencia general del 15M: la politización.
La ocupación de las plazas ha supuesto la apertura de un espacio-tiempo
en el cual se ha hecho visible y extensible una tentativa masiva de
recuperación de la política, entendiendo esta como la actividad
deliberativa y decisiva de la ciudadanía sobre los asuntos de la esfera
pública. Los procedimientos democráticos experimentados -las plazas como
espacio de deliberación y las asambleas populares como momento de
decisión- han sido, a pesar de sus deficiencias (3),
la característica más meritoria e innovadora de esta movilización y,
también, la más fructuosa: decenas de miles de personas se han adentrado
conjuntamente en la dimensión política de sus vidas y, muchas de ellas,
han proclamado que esta dimensión no puede ser relegada al olvido ni
usurpada por una élite de “representantes” (4). Así pues, podemos caracterizar el 15M como una catarsis politizante: buena parte de la población ha despertado, en diversos grados, del letargo político en la que desgraciadamente vivía (5).

Otro aspecto positivo del 15M es que, implícitamente,
ha puesto sobre la mesa algunos retos sumamente urgentes e importantes
para la humanidad contemporánea. Así, el 15M ha sido una tentativa
precaria, momentánea e improvisada para recuperar la política (en el
sentido genuino del término, definido anteriormente), el reto que
tenemos por delante consiste en conseguir una recuperación plena,
permanente e institucionalizada de la misma; si el 15M ha sido una
celebración efímera del espíritu de comunidad (6),
el reto consiste en convertir la sociedad en una extensa comunidad de
comunidades; si el 15M ha girado en torno a las asambleas populares, el
reto no es otro que conseguir que estas sean soberanas. El 15M estalló
porque estamos sufriendo intensiva y extensivamente las consecuencias de
una profunda crisis multidimensional (económica, ecológica, social,
ideológica y política) originada por las dinámicas de concentración de
poder y crecimiento económico constante inherentes a las principales
instituciones del sistema actual: la economía de mercado y el Estado
“representativo”; el gran reto consiste, así pues, en erradicar estas
dinámicas y substituir tales instituciones, emprendiendo un movimiento
liberador masivo que dé luz a un nuevo sistema de organización social
basado en la autonomía, la comunidad y la reintegración con la
naturaleza.

Sin embargo, si bien a través del 15M muchas personas
han cobrado mayor consciencia de los grandes retos mencionados, esta
movilización no ha podido afrontarlos: una movilización como el 15M
puede servir para abonar el terreno pero, por su naturaleza, no puede
ser la semilla del movimiento radicalmente transformador que
necesitamos. Aunque una movilización social indignada sea necesaria y
deseable, le faltan las bases sólidas imprescindibles para iniciar un
proceso de transformación que nos conduzca hacia un nuevo sistema de
organización social. Así, por ejemplo, no basta con practicar la
democracia como procedimiento tal como se ha acometido en el marco del 15M: también es necesario pensar la democracia como un régimen cualitativamente diferente del actual y luchar para materializarlo (7).
Dicho de otro modo, el 15M ha girado acertadamente en torno a la
organización asamblearia, pero sin embargo, raramente en él se ha
esbozado la construcción de una nueva sociedad donde las asambleas -de
ciudadanos, de trabajadores, de estudiantes, en el ámbito doméstico,
etc.- sean la institución sobre la que pivota la vida colectiva. Por
eso, aunque las formas esbozadas en el 15M han sido una tentativa relativamente innovadora y en términos generales acertada, los contenidos
preponderantes han sido poco innovadores y acertados. En efecto, en el
marco del 15M se han expresado, sobretodo, los planteamientos
reformistas, de estilo de vida y de acción directa, habituales en las
últimas décadas y, también, en menor medida, algunos discursos
revolucionarios procedentes de antaño; todos estos planteamientos son
incapaces, por distintos motivos, de frenar el agravamiento de la crisis
multidimensional actual y, menos aún, de superarla definitivamente (8).

Un ejemplo paradigmático de este aspecto negativo que
señalamos lo podemos encontrar en los “consensos de mínimos” adoptados
por diversas asambleas en el marco de la movilización. Estos acostumbran
a ser un compendio de medidas reformistas que fácilmente pueden
provocar la adhesión de muchas personas. ¿Quién no quisiera trabajo
digno para todo el mundo y la elevación del salario mínimo
interprofesional? ¿Quién no detesta los recortes de los servicios
públicos y las prestaciones sociales? ¿Quién no condena la corrupción y
apuesta por medidas que garanticen la transparencia? Sin embargo, no nos
podemos quedar anclados en estas y otras banalidades: el barco en el
que viajamos está naufragando irremisiblemente; es necesario que nos
preguntemos seriamente si estos “mínimos” son los objetivos factibles y
deseables a los que tenemos que dedicar nuestra energía política, por
los que vale la pena luchar. Un análisis profundo, global e histórico
del sistema actual y sus dinámicas nos indica lo contrario: las medidas
reformistas reseñadas en estos “consensos de mínimos” son, en el mejor
de los casos, insuficientes y, en el peor, fútiles y utópicas. Son insuficientes
porque, aún en el improbable caso de que algunas de estas medidas
fueran implementadas como resultado de una ardua y tenaz protesta
popular, sólo conseguirían imprimir un ritmo ligeramente más lento al
rápido agravamiento de la crisis multidimensional actual: la fuente de
los males, es decir, el sistema de la economía de mercado capitalista y
el Estado “representativo”, continúa brotando. Por otro lado, son
medidas generalmente utópicas porque, en las condiciones que
establece la economía de mercado en la actual fase de
internacionalización neoliberal, su aplicación resulta impracticable ya
que contraviene las dinámicas fundamentales del sistema. Los imperativos
sistémicos -mercantilización, crecimiento, etc.- se han vuelto, en las
últimas décadas, cada vez más incompatibles con las demandas de la
sociedad civil. En otras palabras, las necesidades de las personas y del
planeta, por un lado, y las necesidades del sistema económico vigente,
por el otro, se hallan en un conflicto cada vez más irreconciliable;
hoy, más que nunca, un “capitalismo con rostro humano” es una quimera,
un brindis al sol, una contradicción de términos (9).

Para terminar, de este balance podemos extraer una
conclusión de carácter general: el resultado más positivo de la
movilización del 15M lo obtendremos si conseguimos que forme parte de un
proceso de aprendizaje colectivo que nos conduzca hacia un nuevo
estadio histórico de la lucha social. Es preciso que nuestro horizonte
de intervención política vaya más allá de la repetición o continuación
de un fenómeno como el 15M; es preciso trabajar para unirnos a través de
un proyecto liberador global que apunte claramente hacia la
substitución progresiva del actual sistema oligárquico (basado en el
Estado “representativo” y la economía de mercado capitalista) por un
nuevo sistema realmente democrático (basada en confederaciones de
asambleas populares soberanas y en una economía diseñada para satisfacer
las necesidades de las personas y gestionada democráticamente por las
mismas) (10).
Compartiendo un proyecto anti-sistémico y alter-sistémico de este tipo
estaremos en condiciones de poner en práctica una estrategia para el
cambio social radical y global a la altura de los tiempos que vivimos;
podremos juntarnos no sólo en base a formas asamblearias y consignas
indignadas, sino también a través de un paradigma liberador. Este nos
dotará de la solidez ideológica y la coherencia estratégica necesarias
para cambiar el mundo de base. Para llegar a este nuevo estadio no es
tan necesario un incremento cuantitativo de nuestras energías como un
desarrollo cualitativo de nuestras capacidades.

Blai Dalmau Solé – Febrero de 2012

___________

NOTAS:

1. Durante mayo de 2011 a menudo salió a colación la efeméride de
Mayo del 1968. Es pertinente y puede resultar inspirador rememorar este
levantamiento popular acaecido cuarenta y cuatro años atrás, pero es
preciso tener presente que, aunque existen claras similitudes entre el
15M y el Mayo del 68, sería equivocado tratar de igualar ambas
experiencias: el segundo se puso en cuestión el orden establecido de una
forma mucha más profunda y masiva. Mayo del 68, la última gran
insurrección popular acaecida en la Europa del siglo XX, consistió en
más de diez millones de personas parando completamente el funcionamiento
habitual de la economía francesa durante aproximadamente un mes a
través de una huelga general con ocupación de centenares de centros de
trabajo y edificios públicos.

2. En efecto, planteamientos socialdemócratas, marxistas, societarios
civiles, de estilo de vida, anarquistas e incluso fascistas, se han
juntado, entre otros, en el contexto del 15M. No es de extraño que
incluso miembros de las élites políticas y económicas se hayan
proclamado simpatizantes del 15M: también ellos se sienten “indignados”
por la decadencia del sistema que defienden y administran. Así, por
ejemplo, el “Manifiesto de los indignados en 25 propuestas” (Pilar
Velasco, 2011) ha recibido el apoyo de banqueros, altos funcionarios
del Estado, grandes empresarios, gerifaltes de los medios de
“información” masivos, etc.

3. Naturalmente, los procedimientos democráticos experimentados en el
marco del 15M adolecieron de notables deficiencias y desaciertos
causados por la precipitación, la improvisación y la falta de formación y
experiencia al respecto; esto no quita, sin embargo, que en líneas
generales apuntasen en la buena dirección. Importa que seamos
conscientes de estas deficiencias y desaciertos, no sólo para
subsanarlos, sino también para neutralizar discursos que tratan de
desacreditar el asamblearismo haciendo pasar estos errores
circunstanciales como miserias intrínsecas a las formas asamblearias.

4. Para un análisis de la crisis de lo que actualmente se hace pasar
por “política” y una reflexión sobre la necesidad de recuperar la
dimensión política de nuestras vidas, ver “Reintegrar la sociedad con la política” (Blai Dalmau Solé, 2010).

5. La afluencia de participantes con reducida experiencia política ha
sido notoriamente superior en el 15M que en las grandes movilizaciones
acaecidas durante el cambio de siglo, contra el neoliberalismo (el
llamado “movimiento antiglobalización”). Podríamos aventurarnos a
interpretar el 15M como una gesta colectiva que indica un cambio de
estadio: la despedida del conformismo generalizado que caracterizó las
últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI (tal y como Cornelius
Castoriadis observa en “La época del conformismo generalizado”,
1989) y la apertura de una nueva época donde la conciencia política y
la actividad transformadora toman protagonismo, con el subsiguiente
abandono del repliegue en el ámbito privado, la atomización de la
sociedad así como la preponderancia de los valores consumistas y
materialistas. Ojalá que así sea.

6. Para una visión del 15M como celebración de la comunidad humana y
recuperación de las virtudes de convivencialidad, ver la sección “El sector popular del 15-M” dentro el ensayo “Pensar el 15-M” (Félix Rodrigo Mora, 2011).

7. Sobre esta cuestión, ver “La democracia como procedimiento y como régimen” (Cornelius Castoriadis, 1994).

8. Para un análisis crítico de los planteamientos por el cambio social mencionados y una propuesta para su superación, ver “Estrategias de transición y el proyecto de la Democracia Inclusiva” (Takis Fotopoulos, 2002).

9. Sobre la insuficiencia y el utopismo (en el sentido negativo de la
palabra) de los planteamientos ‘reformistas, ver el comunicado “Sobre la manifestación Democracia Real Ya” emitido
por el Grupo de Acción de Democracia Inclusiva de Cataluña el mismo 15
de mayo de 2011. Para un análisis detallado sobre la cuestión, ver la
primera parte del libro “La crisis multidimensional y la democracia inclusiva” (Takis Fotopoulos, 2005).

10. Un proyecto liberador como el que sugerimos se expone detalladamente en “Hacia una democracia inclusiva” (Takis Fotopoulos, 1997).


Fuente: Blai Dalmau Solé