El huracán mediático Barack Obama pasó por el Brasil para marcar también una nueva política. Cambiados los tiempos, esta vez la línea del Departamento de Estado es pro-activa, buscando reconstruir una agenda bilateral entre los dos países. Ahora el foco de los Estados Unidos es la reaproximación de Occidente al Brasil; lo que implicaría el alejamiento paulatino de los brasileños de las tesis latino-americanistas. Es la razón por lo que nuestro país es elogiado por los norteamericanos en actos discursivos, en lo que concierne a América Latina. A la vez, los EUA tienen una posición tímida en cuanto a nuestra presencia permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Recordamos
que los años anteriores la relación entre los dos países no fue
exactamente armoniosa. La agenda fue debidamente vaciada aún en la
mitad del primer gobierno Lula, debido a posiciones más agresivas
que tuvieron inicio con la depuración venezolana, cuando se
radicalizó en parte el proceso bolivariano después de la victoria

Recordamos
que los años anteriores la relación entre los dos países no fue
exactamente armoniosa. La agenda fue debidamente vaciada aún en la
mitad del primer gobierno Lula, debido a posiciones más agresivas
que tuvieron inicio con la depuración venezolana, cuando se
radicalizó en parte el proceso bolivariano después de la victoria
contra el golpe de Abril de 2002 y el Paro Petrolero (sabotaje de
tipo lockout) a finales de aquel fatídico año. No es
necesariamente una novedad afirmar el cambio de posicionamiento de
Lula en función de la ampliación de las alianzas a partir de las
victorias de Hugo Chávez y la derrota del proyecto del ALCA en el
Continente.

Terminado
el desastre de los dos gobiernos consecutivos de George H. W. Bush
(Bush Jr.), la línea de propaganda de los EUA fue otra. Obama desató
en todo el mundo una imagen y empatía típicas de la epopeya de los
Derechos Civiles en los Estados Unidos. Por primera vez desde John F.
Kennedy, los Estados Unidos tienen un líder carismático al punto de
ser popular, haciéndose una referencia para los electorados de
algunos países.

Los
estrategas de la diplomacia estadounidense operan con esta certeza y
están usufructuando de esa proyección simbólica de acuerdo con sus
intereses a partir de dos máximas de la política. Una de ellas es
“dividir para reinar” y la otra es la “capilaridad de la imagen
de un político”, acentuando su representación imaginaria y no la
real factual.

La
penetración imaginaria de Barack Obama corresponde a su trayectoria
como científico político, abogado con buena oratoria y organizador
de base en güetos de la Gran Chicago. Bate fondo en la formación
del Occidente, aún para aquellos que están contra la política
imperial de la “mayor democracia del mundo”. Sabemos que para los
valores democráticos, aún los de corte liberal–elitista, aún
existe fuente de inspiración y grado de respeto con las luchas de la
sociedad estadounidense y en especial con las etnias en tentativa de
emancipación, como es el caso de los afro-descendientes y de los
latinoamericanos de distintos orígenes. Ese tipo de conmoción es la
tarjeta de visita del presidente que, teniendo un origen en
el 
melting
pot
pluri-étnico
construye una carrera vinculada al Partido Demócrata de Illinois.

No
hay que negar esto, así como también es innegable su papel –el de
Obama– hoy limitado, en el sentido de promover los derechos y
garantías básicas de las mayorías en los EUA y, obviamente, la
absurda relación de fuerza y emparedamiento inagotable entre la
derecha política, las sanguijuelas del mercado financiero y también
la propia derecha financiera (con énfasis en la mediática). Barack
Obama está contra la pared en su país y su plataforma de política
interna se ve con recursos casi agotados y sin tráfico en las dos
instancias parlamentarias. No solamente los Republicanos tienen
mayoría en Senado y en la Cámara de Representantes de los EUA, sino
también buena parte de los Demócratas son conservadores en su
agenda nacional, e imperialistas en la pauta global. Su diferencia
con los republicanos es la intención de buscar fuentes de
legitimación de tipo multilateral, como lo fue la absurda votación
del Consejo de Seguridad de la ONU a favor de la zona de exclusión
aérea y apoyando el bombardeo contra bases e instalaciones bélicas
aún leales a Muammar Al-Gaddafi.

Retomando
el análisis de impacto de Obama en su turné por estos lares,
resaltamos dos momentos. La agenda brasileña del presidente de los
EUA es un caso y su aspecto de adulador de la nueva elite
internacional –los dirigentes y celebridades brasileñas–
necesita otro análisis. Una caracterización posible del pasaje de
Obama por el Brasil es el ejercicio de la diplomacia a través del
énfasis en los aspectos de usos y costumbres de pueblos con alguna
similitud en su formación multi-étnica, aunque occidental. Esta
caracterización es simpática y refuerza la auto-estima de los
brasileños, en especial de la mayoría afro-descendiente.

Ya
su presencia en América Latina es un tiro simultáneo en tres
direcciones. La primera apunta hacia el escenario internacional y
dice obviamente respeto a una clásica maniobra divisionista. Obama
se presenta como el gran relacionista público de los EUA, atrayendo
las atenciones por este trato. Se trata de un juego de espejos entre
aquello que estamos viendo –un presidente de los EUA simpático y
culto– y el accionar de tipo imperialista, atacando a un dictador
en Libia, otrora tolerado. De ese modo, la sala de crisis y la
atención en torno a Washington queda con las imágenes diluidas
entre la trouppe del presidente de los EUA, las decisiones tomadas a
la distancia y el teatro de operaciones en el Mare Nostrum de la
OTAN. 

La
segunda dirección apunta en la agenda única hacia construir las
políticas bilaterales necesarias, reforzando aspectos ya
consolidados –como en el caso chileno– o abriendo la portera para
la entrada de los EUA cómo agente de interlocución en un local
tenso como El Salvador. El presidente de ese país, Mauricio Funes,
es farabundista aunque haya ganado popularidad como periodista y
hasta corresponsal de la CNN. Cualquier acción de reposicionamiento
de los EUA en América Central tiene relevancia para el Departamento
de Estado, en especial después de la victoria política ganada con
el golpe militar en Honduras el 28 de junio de 2009. La quiebra de
una cadena de lealtades y victorias de la centro-izquierda y del
nacionalismo latino-americano culmina en la legalización del golpe
contra Manuel Zelaya, probando también la incapacidad de la
Organización de los Estados Americanos (OEA) para administrar una
situación de crisis con impacto y contundencia. Basta que lo
comparemos con la acción promovida por el Consejo de Seguridad de la
ONU y la “unilateralidad” de sus múltiples agentes al unísono,
a través de la “coalición” contra el gobierno de Libia.

Estar
otra vez cerca de El Salvador y dar énfasis a planes integrados
–quien sabe hasta dando márgenes para resucitar el moribundo Plan
Puebla Panamá– pasa por establecer un diálogo prolífico con el
presidente del FMLN y su tímida política económica. También
implica un mensaje no tan subliminal, a partir del Golpe en Honduras,
afirmando que los EUA están más que predispuestos a actuar en el
Continente, reconociendo rápidamente a gobiernos golpistas mientras
mantengan una apariencia de legalidad en el acto de deposición del
presidente electo.

Es
en este sentido es que apunta la última dirección del análisis.
Dos países son tomados como “modelos” para el accionar del
Departamento de Estado en América Latina. Uno de ellos es Colombia,
después de permitir la instalación de bases y tropas terrestres
estadounidenses en su propio territorio. El otro es Chile, por todo
lo que representó y representa, tanto como experiencia de transición
pacífica al socialismo –derrotada a través de un golpe
sanguinario– como por la “opción chilena” al combinar en forma
de laboratorio un Estado fuerte y gendarme, con una política
económica de estructura de privatización y en a favor de la
transnacionalización de la economía, retirando paulatinamente
derechos históricos de los trabajadores y, a la vez diseminando la
cultura del capital ligero y de culto al emprendedor. Cuando un
presidente de los EUA va a Chile, especialmente tratándose de un
gobierno derechista comandado por un magnate de origen pinochetista,
va a conmemorar la victoria de su proyección imperial y también a
abrir flancos de negociación de forma acentuada.

El
problema de la relación de los EUA con Chile –problemático desde
el punto de vista de los estadounidenses– es la memoria histórica.
En el Brasil, por ejemplo, la ausencia de la pauta derechos humanos
conectada a la política y el hecho de que el actual presidente del
Estado más poderoso del planeta sea negro, refuerza la empatía y el
encantamiento, al llamar a uno de los líderes del G-20 como
“compañero senior”. Ya en tierras chilenas, tanto la victoria de
Sebastián Piñera en las elecciones de 2009 como el no pedido formal
de disculpas por parte de los EUA, operan como un bloqueo a la
penetración de su “efecto encantamiento”. Obama opera muchas de
las veces, más como relacionista público que como jefe de Estado y
Ejecutivo más importante del planeta. En general, como es típico de
la agenda real de la diplomacia y relaciones de fuerza, las pautas no
entran tanto en destaque, pero sí la proyección de la imagen. En la
era de las celebridades, hasta en acciones imperiales tiene que haber
penetración mediática y capacidad de convocatoria para la lectura
común a través de una cultura de rápida degustación. Es sonriendo
al mundo y presentándose como una “persona humilde” que el
presidente Obama refuerza su posición y prueba las habilidades de su
equipo de relaciones públicas al transformar una amenaza en un
encantador de audiencias.

Apuntando
conclusiones: Obama es más peligroso que Shakira

Barack
Obama es un verdadero encantador de audiencias masivas y audiencias
seleccionadas. Por primera vez en su historia el Imperio cuenta con
un presidente muy culto y simpático a la vez. Es innegable
tanto su carisma como la manipulación de éste para con el público
interno de los EUA (relación más bien desgastada por la ineficacia
en aprobar medidas básicas de mejoría de vida) así como para con
quien lo recibe y asiste a su trayectoria en los pagos
latinoamericanos. Es obvio que la visita al Brasil fue la parte más
fortalecida de esa gira, pero también es obvia la utilización del
presidente estadounidense con la ventaja política de su diplomacia.

La
agenda diplomática fue puesta sobremanera en segundo plano, llegando
a no influenciar en la agenda de la cobertura de la tournée basada
en la cultura de las celebridades. Como señal, el paso a paso de
Barack y Michelle por aquí fue grabado y difundido en tiempo real,
vía Internet, a través del proveedor de la propia Casa Blanca. Esta
vez la apuesta es seria y contundente. Los EUA tienen un personaje
que puede ganar arraigo de credibilidad en formadores de opinión –en
escala razonable– en los países latinoamericanos. Fue para eso que
vino aquí, además de reforzar la acción coordenada bilateral junto
al Brasil.

Su
agenda es comparable a la recorrida por la cantante Shakira, con
algunas diferencias. Una de ellas es que, por más manipulable y
cambiada en mercancía que sea la cantante colombiana-estadounidense,
¡ella
no autoriza bombardeos sobre blancos militares o estatales de país
alguno!

Otra es respeto al llamamiento publicitario de Shakira, que no es tan
creíble ni genera tanta adhesión como la presencia de este abogado
y científico político que concentra el mayor poder en el mundo. Y,
por fin, el acto de adherirse a una agenda bilateral promovida por el
gobierno Obama-Clinton, tiene implicancias más graves que consumir
una producción de la industria cultural como es la cantante
yanki–colombiana.

Por Bruno Lima
Rocha y Rafael Cavalcanti – www.estrategiaeanalise.com.br

Publicación
Barómetro 24-03-11


Fuente: Publicación Barómetro