14 de Abril de 1931.

España, su Pueblo, vive ese día como un despertar de Esperanza en el que una efervescencia social desahoga toda su alegría negada tras décadas de represión y sufrimiento, por una minoría que le impuso un yugo a su legítima Libertad, con el hambre que tienen grabado, presente; cincelado por el miedo y las injusticias en sus rostros.

Las calles
bulliciosas. Las sonrisas de la gente iluminaban sus labios;
amanecían en ellos los colores que el gris de la tristeza había
opacado durante años de sangre derramada por su conquista. Nadie
quería perderse esos momentos donde las cadenas se rompían sin
temor. Momentos de júbilo por un sueño que por fin, se había hecho
realidad…


Las calles
bulliciosas. Las sonrisas de la gente iluminaban sus labios;
amanecían en ellos los colores que el gris de la tristeza había
opacado durante años de sangre derramada por su conquista. Nadie
quería perderse esos momentos donde las cadenas se rompían sin
temor. Momentos de júbilo por un sueño que por fin, se había hecho
realidad…

Cinco
años después de este acontecimiento histórico, en los que se
sucedieron hechos políticos y conspiraciones que impidieron al
Pueblo Español desarrollarse en su ansiada lucha por ver crecer su
Derecho de ser libre de las tiranías de las oligarquías dominantes;
con un clero que nunca le favoreció y que se inclinó por perpetuar
sus pesadillas, estalla una guerra civil (incivil y cruel) el 18 de
Julio de 1936. Que traicionó su voluntad y le llevó a un genocidio
que no cesó hasta la muerte del que se proclamó caudillo de un
llamado Movimiento Nacional, inspirado en el fascismo, y que se
autodenominó Nacional-Catolicismo. Que sometió hasta su muerte en
1975, el general Francisco Franco Bahamonde: “el generalísimo
Franco”.

En
este presente de 2011

en
el día que rememoramos aquella esperanza popular, me detengo a
contemplar a esos hombres y mujeres que dejaron sus vidas por la
Libertad sacrificando su futuro y su porvenir sin que sus nombres
hayan sido relevantes o personalmente reconocidos en las páginas de
nuestra reciente Historia. Muchos aún esperan ser rescatados de las
fosas comunes donde yacen sus restos anónimos y silenciados por la
dictadura y en una democracia, que para muchas familias está bajo
sospecha por no haber recuperado sus memorias ni poderles honrar como
quisieran. Memorias incompletas e insuficientes para que podamos
cerrar por fin aquel trágico capítulo que todavía perdura en el
recuerdo de muchos que viven y sufrieron como una tormenta
devastadora.

En
1998, publiqué un libro que recuperaba una de esas memorias
anónimas, “Sólo habremos muerto, si vosotros nos olvidáis”. La
historia de un labrador del pueblo valenciano de Massamagrell y la de
sus compañeros fusilados en la posguerra. Se llamaba Manuel Martínez
Iborra. Su nieta, mi compañera y amiga, Francisca Martínez Fort, me
acercó una caja de puros de cartón que su padre, Manuel Martínez
de la Concepción, había conservado como una memoria que debía
preservar para que nunca olvidáramos su triste destino. Contenía la
correspondencia oficial y clandestina de su padre en el año de
espera de cautiverio hasta que le llegó la hora de su fusilamiento
el 14 de septiembre de 1940. Siendo un niño de nueve años, tuvo que
enfrentarse a aquella realidad como huérfano y primogénito de su
familia. La muerte de su padre marcó su carácter, obviamente. Nadie
puede desterrar ese sentimiento maldito de haber crecido sin la
protección de un padre porque, como muchos derrotados (que no
vencidos) habían decidido combatir a quienes les querían arrebatar
su futuro, el de sus hijos, de libertad y de justicia. Era un
labrador, no un soldado. Un humilde labrador que quiso sembrar de
esperanza su futuro y el de su familia. Nada más. Un hombre que se
resistió a ser pasto de la soberbia y que en su lucha, quiso y
consiguió, defender con su propia vida nuestro futuro.

Para
mi sorpresa, hace unos días, contacté con el hijo de un hombre que
tuvo ese mismo sentimiento, MMLL, hijo de otro Manuel Martínez
Iborra. Que combatió como militar médico a la barbarie franquista.
Un mismo nombre, dos idénticos apellidos. Y un mismo objetivo…
Este Manuel Martínez Iborra fue Secretario General de la FUE de
Valencia (Federación Universitaria Escolar) y presidente de la UFEH
(Unión Federal de Estudiantes Hispanos) que agrupaba a todas las
FUEs del Estado Español. Al estallar la Guerra Civil, como militante
comunista se fue voluntario al Frente de Teruel. Por su capacidad de
organización y de liderazgo, se le designó para la organización de
una Brigada de Sanidad. Fue instruido en Albacete y destinado al
Frente de Madrid donde permaneció toda la guerra. Fue nombrado Mayor
(comandante) máximo rango al que podía ascender un militar no
profesional sanitario. Fue, además, Jefe de Sanidad del III Cuerpo
de Ejército. Poco antes de finalizar la contienda, en la locura
colectiva de la que fueron víctimas presos del caos, que tres largos
y penosos años de lucha fratricida ocasionó, fue hecho preso tras
el golpe de Casado en Alcalá de Henares. Logró, tras muchas y
peligrosas peripecias, escaparse a Cataluña donde fue detenido.
Aquello salvó su vida, ya que allí nadie le conocía y fue
trasladado a San Miguel de los Reyes. Después a Monteolive, donde
pasó la mayor parte de su condena. Aunque su periodo en prisión fue
relativamente breve, al salir y rehacer su vida, recuerda su hijo,
MMLL, que siendo un niño, en los años 50, al ser reconocido por los
“gerifaltes” del SEU (Sindicato Español Universitario) era
insultado en la calle. La posguerra, fue tan cruel para los
derrotados (que no vencidos) como lo fue la misma guerra, más cruel
si cabe, pues no había opción para poder defender su dignidad y,
sufrir ese desprecio en presencia de su hijo, nos aproxima al dolor
que padecieron los represaliados una vez terminada la guerra.

Me
reservo el final de esta Memoria Colectiva, para decir al lector que
he vertido muchas lágrimas al escribir este texto lleno de
sentimiento y de dolor. Pero también de esperanza porque nos sirva
de referencia para que no se repitan tan horribles pesadillas. A
través de un correo electrónico, le dije a Manuel Martínez
Llaneza, lo importante que era trasmitir el recuerdo a nuestra
juventud, a nuestro futuro, para que no ignoren su pasado. Hoy me
siento feliz por haber unido, fuera del tiempo y del espacio a estos
dos hombres que se llamaban igual y tuvieron los mismos apellidos.
¿Casualidad o causalidad? Dejemos que sea el lector, como siempre,
el que tenga la última palabra.

Benjamín
Lajo Cosido (Memorialista)