Sabido es que el pasado día 19 de febrero se celebró en Madrid una concurrida reunión que pretendía ser la señal de partida de un proyecto ambicioso: las mesas de convergencia. Son varios los amigos que me han preguntado si he suscrito la convocatoria correspondiente, como son varios los que, sabedores de que no lo había hecho, han deseado conocer mis razones. Intento explicarlas a continuación, no sin antes expresar dos cautelas.

Si la primera me obliga a certificar
que entre los promotores de las mesas hay gentes respetables,
personas ingenuas y arribistas genuinos, la segunda reclama que
subraye que mi juicio de estas horas lo es en exclusiva sobre el
sentido general de la convocatoria, y no prejuzga lo que ésta, con
el paso del tiempo, pueda dar de sí.


Si la primera me obliga a certificar
que entre los promotores de las mesas hay gentes respetables,
personas ingenuas y arribistas genuinos, la segunda reclama que
subraye que mi juicio de estas horas lo es en exclusiva sobre el
sentido general de la convocatoria, y no prejuzga lo que ésta, con
el paso del tiempo, pueda dar de sí.

1.
Empezaré señalando que la propuesta programática vertida en la
convocatoria que nos ocupa tiene un no ocultado cariz
socialdemócrata. No aspira a nada más que a reconstruir la
regulación perdida y, con ella, a preservar nuestro maltrecho Estado
del bienestar. En tal sentido es llamativo que los promotores de las
mesas se autodescriban a menudo como antineoliberales y eludan
visiblemente el término anticapitalistas. Con estos espasmos
de moderación, ¿esperan ganar para la causa de la movilización a
muchos votantes socialistas o se trata, de manera más llana, de que
no ven ningún horizonte fuera del capitalismo? A quienes seguimos
subrayando que hay que ir más allá de la contestación del
neoliberalismo es común que se nos diga que somos una vanguardia sin
seguidores. Esquivaré ahora la réplica que la afirmación anterior
merece para subrayar lo que se antoja evidente: quienes razonan ahora
en los términos reseñados nos están lanzando el mismo argumento
que los prebostes del PSOE han utilizado contra ellos durante los
tres últimos decenios. Creo firmemente, de cualquier manera, que un
programa de mínimos no tiene por qué ser un programa
socialdemócrata.

2.
La condición hipermoderada del diagnóstico y de la propuesta
vertidos en las mesas guarda muy estrecha relación con la ausencia,
en uno y en otra, de cualquier consideración, ni seria ni liviana,
de la crisis ecológica. Qué patético es al respecto que a estas
alturas los promotores de esa iniciativa sigan hablando de desarrollo
sostenible
. Permítasenos subrayar lo que con el paso de los
meses se irá haciendo cada vez más evidente: hoy es la constancia
de la hondura de la crisis ecológica lo que promueve en lugar
principal –junto con la contestación, claro, de la dimensión de
explotación, exclusión y jerarquización del capitalismo– una
contestación franca a ineludible de este último.

3.
En un terreno más coyuntural, lo que más destaca en el argumentario
que se ha hecho valer para justificar la creación de las mesas es un
sorprendente, y frecuentísimo, intento de exculpar a los sindicatos
mayoritarios una vez certificada su conducta de las últimas semanas.
Debo confesar que en este caso me equivoqué cuando, a finales de
enero, concluí que el acuerdo suscrito por esos sindicatos con el
Gobierno español tenía al menos la virtud de dejar las cosas claras
en lo que respecta a la lamentable condición de los primeros. Veo
ahora que desde los círculos antineoliberales, que lanzan a los
cuatro vientos sus mesas en un local de Comisiones Obreras, se emiten
opiniones que desmienten el buen sentido de mi apreciación. Ahí
están las que señalan que los sindicatos han hecho lo que han
podido, o las que aseveran que al cabo el acuerdo alcanzado –el
pensionazo— no es tan malo. Entre el catálogo de opiniones
patéticas enunciadas hay, con todo, una que despunta: la que sugiere
que los sindicatos mayoritarios no han podido hacer más de resultas
de su escasa capacidad de movilización. Como si esta última no
fuera la consecuencia inevitable de muchos años de renuncia a la
lucha y a la contestación, casi tantos como los que han marcado la
sumisión a las políticas oficiales y la dependencia con respecto a
los recursos públicos (¿alguien tiene conocimiento, por cierto, de
la existencia de dimisiones, en las últimas semanas, entre los
cuadros de CCOO y UGT?). No ha faltado en estos días, en suma,
alguna estéril elucubración sobre el venturoso papel que han de
desempeñar en el futuro las bases de esos sindicatos. Hay quien, al
parecer, prefiere mirar hacia otro lado; es, evidentemente, más
cómodo que asumir una autocrítica en toda regla.

4.
Debo recordar, en fin, lo que algunos parece que no saben: entre los
convocantes de las mesas hay personas que no han dudado en apoyar de
manera franca el pensionazo. Que semejantes personas no tengan
ningún problema en sumarse a esta iniciativa dice mucho de su
condición, como lo dice de la de quienes acogen a estas gentes sin
mayor quebranto. La conclusión parece servida: uno puede respaldar
el pensionazo y mantenerse cómodo, sin embargo, dentro de las
huestes antineoliberales. Para calibrar qué es lo que piensan muchos
de quienes se han opuesto al acuerdo suscrito por Gobierno y
sindicatos mayoritarios recomiendo encarecidamente la lectura del
foro que siguió a una entrevista a Fernández Toxo difundida por el
diario Público. No parece que la abrumadora mayoría de
quienes terciaron en ese foro puedan sentir mayor simpatía por lo
que proponen los promotores de una iniciativa que, al menos en su
formulación inicial, se caracteriza por su nula voluntad de
cuestionar de raíz las miserias que hoy nos acosan.

Carlos
Taibo