Curioso es que la formidable parafernalia informativa que rodea al Fórum Universal de las Culturas coincida con un tramado y eficientísimo bloqueo de cualquier aseveración crítica sobre aquél. En la abrumadora mayoría de nuestros medios de incomunicación es literalmente nulo el espacio reservado a quienes disienten, en lo que se antoja ilustración cabal de una circunstancia tan interesante como perturbadora : la que nos habla de la absorción fantasmagórica, por las instituciones, de buena parte del discurso de los movimientos de contestación, nunca acompañada, claro es, de esfuerzo alguno encamiando a traducir ese discurso en la realidad.

Curioso es que la formidable parafernalia informativa que rodea al Fórum Universal de las Culturas coincida con un tramado y eficientísimo bloqueo de cualquier aseveración crítica sobre aquél. En la abrumadora mayoría de nuestros medios de incomunicación es literalmente nulo el espacio reservado a quienes disienten, en lo que se antoja ilustración cabal de una circunstancia tan interesante como perturbadora : la que nos habla de la absorción fantasmagórica, por las instituciones, de buena parte del discurso de los movimientos de contestación, nunca acompañada, claro es, de esfuerzo alguno encamiando a traducir ese discurso en la realidad.

Bien es verdad que en los hechos las circunstancias son aún más gravosas, toda vez que en una de sus dimensiones centrales el Fórum de Barcelona sirve para acometer dos tareas bien poco edificantes. La primera no es otra que una ambiciosa, y apenas escondida, operación de especulación inmobiliaria, con consecuencias medioambientales, dicho sea de paso, no precisamente menores. Por momentos se hace evidente que el proyecto urbanístico en que se asienta el Fórum no hace sino ocultar, burdamente pese a la acabada estética, la realidad de una ciudad en la que el conflicto, la exclusión y la desigualdad se revelan, sin necesidad de buscarlos, al doblar cada esquina.

La segunda tarea remite a un lamentable lavado de imagen de empresas que habremos de convenir, eso sí, que bien lo precisan. Estamos hablando, por adelantar algunos ejemplos, de El Corte Inglés y de La Caixa, de Telefónica y de Endesa, de IBM y de Iberia, de Nestlé y de Coca Cola, de Indra y de IBM. Al lector bien informado no se le escapará, con certeza, que en la nómina de socios y patrocinadores que han aportado generosamente recursos para el Fórum se cuentan firmas reiteradamente denunciadas por sus draconianas condiciones laborales, por la práctica de la explotación más descarnada y por el deterioro del medio ambiente. No faltan tampoco entre ellas, por lo demás, las que pueden presumir de un largo currículo de implicación activa en conflictos bélicos indeleblemente marcados por la lógica de la rapiña global a la que asistimos.

Las cosas, con todo, no quedan ahí. Éste es el momento de subrayar que el proyecto intelectual del Fórum merece, también, contestación. La apuesta de fondo ha sido cabalmente retratada por el antropólogo Manuel Delgado, quien ha tenido a bien afirmar que «todo sugiere que el evento va a ser una apoteosis de las culturas como tema para la demagogia política y para la trivialización mediática, una diversión en la que la pluralidad cultural se verá reducida a una pura parodia destinada al consumo de masas y a la buena conciencia institucional». En un terreno muy próximo, no deja de sorprender que entre las instancias políticas que en su momento le dieron alas al Fórum no estaban ausentes las que, al tiempo que endurecían las leyes aplicadas a los inmigrantes pobres que llegan a nuestras costas, se apuntaban presurosas a ejercicios de imagen —otra vez la imagen— como el que ahora nos ocupa.

Tampoco está de más poner el dedo en la llaga de una herida sangrante : la de esa patética figura, la de los santones intelectuales, que se revela un sino de nuestro tiempo y, con él, una metáfora del Fórum y de sus intenciones. Uno de ellos, autoproclamado líder alterglobalizador —aceptemos, a beneficio de inventario, la terminología al uso, elitista y ocultadora—, reclama habitualmente tres mil euros, y un billete de avión de primera clase, por pronunciar su conocida conferencia, sin que nadie tenga conocimiento, por cierto, de que sus emolumentos se desvían para sacar adelante causas justas. La responsabilidad de estos gurús es hoy palpable, toda vez que no puede alegarse, en este caso, que ignoren a dónde van. Y su aceptación de las reglas del juego se intuye tanto más lamentable cuanto que el desarrollo de las conferencias previstas en modo alguno anuncia, muy al contrario, una activa y plural participación popular.

Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.