Mucho se ha hablado en los últimos años de la Declaración del Milenio, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2000 y poco después concretada en Monterey (México). La declaración en cuestión estableció ante todo dos grandes propósitos : reducir a la mitad entre 1990 y 2015 la proporción de la población cuyo ingreso es inferior a un dólar diario y reducir a la mitad, también, en ese mismo período, la proporción de la población que sufre hambre. A esos dos grandes objetivos se sumaron, siempre con el horizonte del año 2015, otros varios : asegurar la educación primaria de todos los niños, progresar hacia la igualdad entre los sexos, reducir en dos tercios la tasa de mortalidad infantil, garantizar el acceso universal a los servicios de salud genésica y aplicar estrategias de desarrollo sostenible.

Mucho se ha hablado en los últimos años de la Declaración del Milenio, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2000 y poco después concretada en Monterey (México). La declaración en cuestión estableció ante todo dos grandes propósitos : reducir a la mitad entre 1990 y 2015 la proporción de la población cuyo ingreso es inferior a un dólar diario y reducir a la mitad, también, en ese mismo período, la proporción de la población que sufre hambre. A esos dos grandes objetivos se sumaron, siempre con el horizonte del año 2015, otros varios : asegurar la educación primaria de todos los niños, progresar hacia la igualdad entre los sexos, reducir en dos tercios la tasa de mortalidad infantil, garantizar el acceso universal a los servicios de salud genésica y aplicar estrategias de desarrollo sostenible.

Aunque a primera vista nada importante cabe reprochar a metas tan loables como las reseñadas, lo cierto es que los llamados Objetivos del Milenio merecen una consideración crítica que se ajusta a tres grandes razones. La primera de ellas da cuenta de la modestia —son menos ambiciosos que otros programas anteriores— y, a menudo, de la vaguedad de esos objetivos, tanto más cuanto que no es sencillo determinar cómo se satisfarán y sobran los motivos para concluir que en los hechos en 2015 se estará muy lejos de haberlos colmado. En realidad, conforme a lo pactado se da por descontado que 500 millones de seres humanos, que viven en situación de extrema pobreza, son insalvables para el año 2015, y se olvida que, en virtud del crecimiento demográfico, a esos 500 millones se sumarán 210 millones más.

Hay que señalar, en segundo lugar, que al amparo de los Objetivos del Milenio no se vislumbra ningún afán de contestar las políticas que abrazan el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio, o de reclamar la cancelación plena de la deuda, el final del intercambio desigual y del expolio de los recursos, o el despliegue de medidas que permitan poner freno a la rapiña que ejercen las empresas transnacionales. Tampoco se aprecia ninguna voluntad de encarar los problemas de un sinfín de minorías —mujeres, poblaciones rurales, grupos étnicos singularizados— que padecen de forma directa las secuelas del injusto orden internacional del momento. Al fin y al cabo, y como quiera que no se rompe en modo alguno la triada que configuran liberalización, crecimiento y reducción de la pobreza, ni se postulan políticas encaminadas a reducir las desigualdades, parece que lo que se nos propone es, sin más, resolver los problemas sin encarar sus causas. «Una de las principales limitaciones de los Objetivos de Desarrollo del Milenio es su abstracción del contexto social, político y económico en el que deben realizarse», en palabras de Antrobus.

Hay que agregar, en tercer lugar, que al amparo de los Objetivos del Milenio tampoco se muestra ningún designio de estimular la movilización popular, y en particular la que debe registrarse en los países del Sur. En el mejor de los casos, se le otorga un papel de relativa preeminencia a las ONG asistencialistas radicadas en el Norte, en el marco de un proyecto tecnocrático y elitista que debe beneficiar, por lo que parece, a pobres pasivos que esperan la ayuda exterior. Por detrás de todo lo anterior, parece sobreentenderse, en una dramática simplificación, que la cuestión del desarrollo se puede reducir sin más a la cuestión de la pobreza y a la erradicación de ésta.

Sería lamentable que ignorásemos que hay muchas personas muy valiosas que trabajan con denuedo y con talento por acercarnos a la satisfacción de los Objetivos del Milenio. Quiere uno creer que en su tarea cotidiana hace tiempo que se percataron de que es preciso, sin embargo, ir más allá de estos últimos, tanto en lo que atañe a las metas precisas como en lo que se refiere a los instrumentos que hay que desplegar.


Fuente: Carlos Taibo