Los libertarios de Chile están de celebración. Se cumplen 10 años desde el nacimiento en la ciudad de Valparaíso, el 21 de mayo de 2003, de una de las organizaciones del proyecto político libertario que ha conseguido mayor influencia a nivel nacional: el Frente de Estudiantes Libertarios (FEL).

El FEL surge de la necesidad sentida por los libertarios de dotarse de una herramienta efectiva y con proyección nacional para trabajar en el movimiento estudiantil y se conforma mediante la confluencia de diversos grupos que venían haciendo un trabajo de base y cotidiano en universidades y liceos de todo Chile.

El FEL surge de la necesidad sentida por los libertarios de dotarse de una herramienta efectiva y con proyección nacional para trabajar en el movimiento estudiantil y se conforma mediante la confluencia de diversos grupos que venían haciendo un trabajo de base y cotidiano en universidades y liceos de todo Chile.

El contexto político y social en que se desarrolla la organización está marcado por la herencia de la dictadura encabezada por el general Pinochet, dictadura que conllevó un reordenamiento económico al servicio de grandes grupos transnacionales y de empresarios ligados con el régimen y el arrasamiento de los derechos conquistados por el pueblo en décadas de lucha, para lo cual proscribió a sus partidos y organizaciones sindicales y sociales, persiguió a sus militantes y construyó una nueva institucionalidad a su medida.

En el terreno de la enseñanza la dictadura impulsó un conjunto de leyes que la convirtieron de un derecho en un bien de mercado y dieron paso a un proceso de privatización y segmentación de la educación a todos los niveles, configurando una educación para ricos y otra para pobres.

La Concertación, la coalición de centro-derecha y centro-izquierda que gobernó Chile desde el plebiscito que puso fin a la dictadura hasta 2010 (cuando ante su desgaste asume el gobierno nuevamente la derecha), no sólo mantuvo en lo sustancial el modelo educativo legado por la dictadura, sino que lo perfeccionó y adaptó, asumiendo como verdad incuestionable el dogma neoliberal de que el mercado es el mejor proveedor de bienes y servicios incluso en campos como la educación, y que el rol del Estado debía ser únicamente legislar y regular esa actividad económica.

Uno de los resultados fue que el aumento en la matrícula universitaria en Chile como producto de su modernización dependiente se hizo fundamentalmente por la vía del endeudamiento de los estudiantes y de sus familias: el costo medio de la educación universitaria en Chile es de los más caros del mundo, siendo superior al monto del salario mínimo de un trabajador.

Otro fue la proliferación de centros de enseñanza superior armados a modo de empresa de servicios y con escasa o nula preocupación por los estándares académicos y por la continuidad de un proyecto educativo más allá del beneficio económico a corto plazo de sus inversores.

Contra esa realidad excluyente es que el movimiento estudiantil comienza a levantar sus demandas, que se expresan multitudinariamente en las calles en sucesivas oleadas anuales, cada una de ellas con más actores sociales involucrados y mayor profundidad en las demandas: el “mochilazo” en 2001 con modificaciones del pase escolar de transporte y al acceso a la educación superior como reivindicaciones principales de los estudiantes secundarios, la “rebelión pingüina” (llamada así por el uniforme escolar chileno) del 2006, también sostenida por los estudiantes de instituto, alcanzando su cénit en el 2011 durante la llamada “Primavera chilena”, en que el movimiento conjunto de secundarios y universitarios consiguió instalar en el centro del debate público los temas fundamentales de la educación: su propiedad, su gestión, su orientación, su financiación, su relación con la sociedad… con tal potencia y profundidad que puso en cuestión el conjunto del modelo impuesto durante la dictadura y vigente hasta el día de hoy.

Consiguió que el sentido común virara a la izquierda y que se resquebrajara el consenso neoliberal que dominaba la política chilena, abriendo debates largamente postergados, como el de la soberanía sobre los recursos naturales del país, fundamentalmente de la minería del cobre, desde hace 40 años en manos de conglomerados privados que dejan en el país una mínima parte de su rendimiento. O la inexistencia de servicios públicos propiamente dichos y de derechos sociales como la vivienda, la salud o la educación, cuyo financiamiento, precisamente, podría pagar el cobre.

En ese amplio movimiento estudiantil y social que dos años después sigue sacudiendo Chile y que trata de pasar a una etapa superior, de lo reivindicativo y lo social a la construcción de alternativa política y la disputa de poder, el Frente de Estudiantes Libertarios, con 10 años de experiencia a sus espaldas, juega un rol de motor y de orientación programática y estratégica a través de su trabajo cotidiano y de base y de la dirección, en solitario o en coalición con otras fuerzas de izquierda, de numerosas Federaciones de Estudiantes en los principales centros de estudios del país.

A día de hoy y por derecho propio el FEL es no sólo una fuerza clave del proyecto político libertario, sino también un actor relevante en el escenario nacional, parte del torrente popular que busca los modos de romper los diques de la institucionalidad impuesta por la dictadura para abrir los caminos y escenarios de posibilidad de un nuevo Chile dentro de una nueva América Latina.

Manu García


Fuente: Manu García