En el lugar donde Dimitris Christulas acabó con su vida, su hija encontró una nota: “El nombre del muerto hoy es Democracia, pero somos 11 millones de vivos y nuestro nombre es Resistencia”.

Marina Demetriadou - Desinformémonos

Después de gritar consignas contra
los recortes a salarios y pensiones impuestos por los prestamistas
internacionales de Grecia, el farmacéutico j
ubilado Dimitris Christoulas, de 77 años, se disparó un tiro en la cabeza a menos de cien metros del Parlamento, en Atenas.

Después de gritar consignas contra
los recortes a salarios y pensiones impuestos por los prestamistas
internacionales de Grecia, el farmacéutico j
ubilado Dimitris Christoulas, de 77 años, se disparó un tiro en la cabeza a menos de cien metros del Parlamento, en Atenas.

El hombre aseguró en una nota de despedida que los problemas financieros lo habían puesto en una situación extrema, y que prefería morir antes que tener que rebuscar su comida en la basura.

En la plaza Syntagma, lugar donde
desde hace dos años se han llevado a cabo multitudinarias protestas
contra las medidas de austeridad impuestas por el gobierno griego,
cientos de personas se congregaron. Bajo el árbol frente al cual el
pensionado cayó muerto, l
os inconformes improvisaron altares con velas, flores y notas escritas a mano en protesta por la crisis.

Rápidamente, Christoulas se convirtió en el símbolo de los costos sociales de la austeridad y miles de detractores de los recortes presupuestarios y el aumento de impuestos, organizaron manifestaciones para honrar su memoria.

El suicidio del hombre desató violentes disturbios, principalmente en la plaza Syntagma, donde policía antidisturbios disparó gases lacrimógenos contra unos mil 500 manifestantes para vaciar la plaza. En los enfrentamientos al menos dos periodistas fueron apartados violentamente por la policía. Una decena de asistentes fueron detenidos y alrededor de 20 personas resultaron heridas y fueron hospitalizadas.

A continuación, la reportera griega
Marina Demetriadou comparte un texto basado en el suicidio de Dimitris
Christulas y en la información que ha sido difundida por la prensa
griega.

Logré mi meta. Despertarlos un poco. No a
los políticos. Ellos ya no me importan. Los escuché susurrando palabras
de tristeza. Gerry Rice, del Fondo Monetario Internacional, declaró que
les dio mucha tristeza mi muerte. “Es trágico que un compañero
ciudadano termine con su vida por sí mismo. En estas horas difíciles
toda la sociedad -Estado y ciudadanos- debemos apoyar a nuestros
compañeros que están desesperados”, dijo Lucás Papadimos, ex empleado de
Goldman Sachs, ex vicepresidente del Banco Europeo, economista y
actualmente primer ministro de Grecia, impuesto por la coalición de
partidos que forma el gobierno griego y no elegido por el pueblo.
Imbéciles con lágrimas de cocodrilo. No fue la desesperación la que tomó
el arma el pasado miércoles 4 de abril en la Plaza Sintagma a las nueve
de la mañana. Fue mi mano que agarraba la pistola como el último acto
político de una vida digna.

Me conocían en Ampelókipi, mi barrio en
Atenas. Allá tuve mi farmacia por 35 años antes de jubilarme. Allá
creció mi hija, Emi. Ella sí entendió por qué lo hice. Lo leí en la
carta que dio a los medios. “El último acto de mi padre fue un
consciente acto político, totalmente congruente con todo lo que creó y
practicó toda su vida. En nuestra patria, Grecia, matan las cosas
incuestionables”. Ella sí entendió. Ella sabía que no tenía problemas
económicos, como dijeron los políticos y los medios de comunicación para
esconder el carácter político de mi acto, para disminuirlo.

Entendieron también los jóvenes que hace
poco encontré en la Plaza Sintagma, en mayo de 2011: los Indignados.
Fueron los mismos que encontré después en nuestra asamblea popular de la
plaza del barrio. Encontré también muchos en las actividades del
movimiento “No pagaré”. La bandera del movimiento colgaba en mi balcón
para exigir todas estas cosas que el Estado nos debía ofrecer, como el
libre acceso a las calles y a los hospitales. Cosas que muchas veces
pagamos.

Qué buena forma de hacer política en las
calles. Un intento de democracia directa y participativa, en pequeña
escala. Qué diferencia con la nuestra: la democracia de los partidos y
de la persecución de los izquierdistas que produjo la dictadura de 1967.
Y ¿ahora? Ahora la democracia de la persecución de los inmigrantes que
salieron de sus países para encontrar una vida mejor (acaso ¿hay gente
que abandona su casa y su familia bajo su propia voluntad?). Una
democracia que se hace cada vez más autoritaria. Una democracia que
encontró en la amenaza de la bancarrota la manera de disciplinar la
indignación, la lucha para los derechos, la voluntad por la vida digna.
Una democracia que encontró la manera de transformar la política en
gestión económica, supuestamente neutral (¿acaso “democracia” es todavía
una palabra griega?). Por algún tiempo creí en esta forma de política.
Creí en el socialismo. Pero los partidos ya perdieron su camino. No me
importan ellos. En los jóvenes tengo mi esperanza. Son ellos quienes
quería que despertaran. Y muchos sí me entendieron. En mis 77 años no
pude hacer nada más radical que terminar con mi vida de esta manera. Lo
hice por ellos. Y sí, fueron muchos los que me entendieron.

Los Indignados convocaron
manifestaciones en el lugar en el que me suicidé. “Para que no nos
acostumbremos a la muerte”, esa fue la consigna. Nada respetaron los
policías, ni mi muerte ni la indignación justa de los manifestantes. Con
órdenes de sus jefes tiraron gases lacrimógenos y golpearon a la gente.
Los abuelos de estos policías tienen mi edad (aunque yo ya no tengo
edad). Acaso ¿están orgullosos por sus nietos? El presidente de los
fotoreporteros, Marios Lolos, está todavía en el hospital, recién
operado de la cabeza por el golpe mortal que le dio policía. Fueron
muchos los heridos. Tienen miedo los traidores de la patria, tienen
miedo de que la gente se quede frente al parlamento hasta que ellos se
vayan. Hasta que se desaparezcan. “Para que no nos acostumbremos a la
muerte”. Les quise gritar que muerte es también vivir sin esperanza.
Pero no se necesitaba. Ya lo saben.

Son muchos los que viven sin esperanza
bajo las políticas de austeridad que impusieron los acuerdos de préstamo
del Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea y el Banco Europeo,
que encontraron colaboradores en los gobiernos griegos. ¿Qué puede
hacer un jubilado, como lo era yo,  a quien le quitaron buena parte de
su pensión. Ya nos habían robado el 20 por ciento de nuestras pensiones
y, según el segundo acuerdo de préstamo de febrero pasado, van a tomar
más a partir de mayo. ¿Los enfermos que ahora deben comprar medicinas
que antes daba la seguridad social y no pueden hacerlo? ¿Los
desempleados y despedidos que ya no pueden mantener a sus hijos
(alrededor del 21 por ciento de la población de Grecia)? Una pareja
vecina de dos funcionarios públicos gana ahora lo que hace dos años
ganaba uno sólo. En esto estamos. O estuvimos, porque yo ya no estoy.

Qué choque me dio cuando leí en el
periódico que hay niños que colapsan en la escuela por hambre, que hay
niños que duermen hambrientos en la noche y no piden comida porque saben
que no hay en la casa. Qué choque fue ver ancianos de mi edad buscar en
la basura su comida y dormir en los bancos de los parques. Por todos
ellos morí; por los muertos todavía vivos que sufren callados la
injusticia. Morí para que no haya más muertos.

Mi funeral político el sábado 7 de abril
se convirtió en una manifestación más. Cuando terminó la ceremonia,
cubrieron mi féretro con la bandera de Siria. Mi último deseo fue que
incineran mi cuerpo. Esto se va a suceder en Bulgaria porque en Grecia
es prácticamente imposible, a pesar de que está permitido desde 2006.
Tampoco podemos morir como queremos. Los musulmanes muertos viajan en
taxi sentados hasta el norte de Grecia, donde está el único cementerio
musulmán en todo el país. Y yo me voy a Bulgaria porque los procesos
para abrir un crematorio son tan complicados que seis años después que
se logró el permiso todavía no se ha abierto. Falta de voluntad política
se llama. En este asunto también.

Leí la carta mandada por Miltos
Paschalidis, un compañero de mi hija que vivía en el mismo barrio.
Después se hizo un famoso cantante, pero lo veía a veces. A Miltos le
causó un choque mi suicidio. Se sorprendió porque escribí en mi última
carta que sería capaz de tomar las armas en contra el gobierno de los
colaboradores, un gobierno parecido al que tuvo Grecia durante el tiempo
de la ocupación nazi. Y Miltos terminó su carta con una pregunta hacia
estos traidores, esos que “después de haber mandado a nuestros padres,
abuelos y abuelas al miedo, a la miseria y a la desesperación, tienen
además la insolencia de declararse conmovidos por el suceso: cabrones,
¿el espejo ya ha empezado a escupirles o todavía lo piensa?” Siempre me
cayó bien este chico.

La primavera árabe empezó con un
suicidio. ¿Acaso mi muerte tendrá tanta suerte? ¿Ya llegó el tiempo? Los
Indignados convocaron en mi memoria a manifestaciones diarias en la
Plaza Sintagma, desde el domingo 8 de abril hasta el 1 de mayo, con la
consigna “La rabia regresa a la Plaza Sintagma”. Ojalá que no haya más
muertos en este lugar, ni más heridos. Pero sí, los que me entendieron
no tendrán miedo a manifestarse. “Requiere virtud e intrepidez la
libertad”, decía el poeta Andréas Kalvos. ¿Tendrá tanta suerte mi
muerte?

Mi hija vio en el lugar en el que morí
una nota: “El nombre del muerto hoy es Democracia, pero somos 11
millones de vivos y nuestro nombre es Resistencia”.


Fuente: Desinformémonos