"No nos gusta cuando callas mujer, nos gusta cuando gritas, discutes y celebras".

No hemos venido a justificar la necesidad de una reflexión feminista entre anarquistas, sabemos que en un principio, puede estar claro para tod@s. ¿Se puede ser anarquista sin ser feminista? La pregunta nos la hemos hecho ya varias veces, y no nos parece necesario buscar la respuesta en Prudhon, Bakunin o Emma Goldman.

Pasa por si podemos nosotr@s ser anarquistas sin ser feministas, o
mejor aun, se puede practicar el anarquismo sin mantener siempre
presente que la opresión sexista traspasa todo espacio público y
privado, que lo personal es siempre político y que no hemos nacido para
ser disciplinados por nuestros genitales. No concentramos nuestra
atención en los principios, que por obvios muchas veces no nos
molestamos en llevar a la práctica, que es para lo único que estos
principios sirven.

Pasa por si podemos nosotr@s ser anarquistas sin ser feministas, o
mejor aun, se puede practicar el anarquismo sin mantener siempre
presente que la opresión sexista traspasa todo espacio público y
privado, que lo personal es siempre político y que no hemos nacido para
ser disciplinados por nuestros genitales. No concentramos nuestra
atención en los principios, que por obvios muchas veces no nos
molestamos en llevar a la práctica, que es para lo único que estos
principios sirven. Vemos como urgente que en nuestros espacios
personales y colectivos, restringidos y liberados se plantee la
necesidad de una reflexión acerca de cómo llevamos a la práctica no sólo
la manoseada igualdad entre hombres y mujeres, si no lo que entendemos
como primordial en el sentido que le damos a nuestras acciones: la
desnaturalización de nuestras identidades de féminas, machos y maricas.
No existen esencialismos, no buscamos femeneizar el mundo sabiendo que
esto es un constructo, toda desviación, des-generación en las prácticas
la entendemos como fuga, rebelión e insumisión, que va desde olvidarnos
de todo privilegio y toda obligación asociada a nuestro sexo, hasta
necesariamente crear, imaginar formas de vida utópicas, a­típicas,
heterotópicas, es decir, múltiples.

Entendiendo que no se trata de simples detalles, no permitiendo que
se subentienda que las prácticas sexistas son aisladas y visibles,
recalcamos la necesidad de hacer política ahí donde la vida misma se
practica, que no es solamente allá afuera, si no también dentro de
nuestros cuerpos, nuestras mentes, y entre nosotras y nosotros
individual y colectivamente. Lo que nuestros escritos, publicaciones y
hasta parches y banderas dicen acerca de igualdad entre hombres y
mujeres se contradice con los chistes sexistas, la caballerosidad
injustificada y la horizontalidad masculina que pretendemos levantar
como estandarte de lucha ante un enemigo que reconocemos en otro campo,
allá afuera, una horizontalidad que se torna diagonal, vertical o
giratoria cada vez que dejamos que la opresión machista se cuele en
nuestros espacios, permitiendo que las compañeras callen su opinión, que
nuestras madres vivan por nosotras y nosotros, que nuestras hijas e
hijos aprendan a comportarse como mujeres y hombres, como probablemente
se nos enseñó a nosotr@s. Llega un momento en que el discurso de la
igualdad, tantas veces enunciado se vacía de todo significado y nos
lleva a preguntarnos ¿Es igualdad lo que perseguimos? ¿Hombres y mujeres
con los mismos derechos y posibilidades? ¿Bastaría con eso?

Constatamos la acción permanente de una normatividad que prescribe
nuestras acciones desde lo más básico, clasificándonos, moldeándonos,
decorándonos de celestito y rosadito: una hétero­normatividad según la
cual se es hombre o mujer, y a cada cual su cada quién, nada de patitas
de chancha ni colitas, menos aún cuerpos indefinibles, incomprensibles,
ingobernables. No es igualdad lo que perseguimos, es la desaparición
absoluta de esta hetero-normatividad y todo lo que implica en nuestras
vidas, cuerpos y afectos. No tenemos tampoco como fin ultimo la igualdad
de salarios entre hombres y mujeres o inserción laboral en igualdad de
condiciones ya que no nos interesa lograr iguales condiciones de
explotación (aunque no por eso seremos pasivos ante estas puntas de
icebergs) Hay quienes dirán, «¡Qué aburrido un mundo sin feminidad ni
masculinidad! ¿Qué pasará con la poesía, con los vestidos y los bigotes?
¿Seremos todos iguales, no habrá contrastes?» Si que los habrá, será la
celebración de los contrastes y las mezclas, los devenires aún no
imaginados. Los vestidos los usará quien quiera y luciremos bigotes
todas y todos los que así lo deseemos. Por la poesía no habrá que
preocuparse, hay tanta lisonja misógina que no echaremos de menos, algo
sobre marineros que dejan una mujer en cada puerto, algo sobre me gustas
cuando callas. No nos gusta cuando callas mujer, nos gusta cuando
gritas, discutes y celebras.

Colectivo Anarcofeminista AFEM – 13/7/2011

http://www.lahaine.org/index.php?p=55008