Artículo publicado en Rojo y Negro nº 388 de abril.

Es un hecho demostrado y publicado que la salud mental de la población europea ha ido empeorando progresivamente en los últimos cincuenta años. Los tratamientos asistenciales, sobre todo los patrocinados por la protección social de los diferentes Estados, se fundamentan en el uso de fármacos. Nadie habla de la “sociedad del malestar”, es decir, de la etiología del problema. Se atiende a los síntomas, pero no se buscan las causas.

La salud mental es uno de los muchos retos que la sociedad moderna tiene que resolver en el siglo XX y no solo en España, sino en el mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial los problemas mentales se han duplicado; a pesar de ello, los recursos que se han empleado en su tratamiento han ido disminuyendo progresivamente hasta llegar a casos como el del Estado español en el que prácticamente sólo existe presupuesto para recetar fármacos a los pacientes que pocas veces ayudan, aunque palíen en alguna medida su malestar. Esta forma de actuar no hace más que cronificar el sufrimiento de las personas afectadas y es de suponer que la presión de las multinacionales farmacéuticas tendrá algo que ver en el problema.
Aunque son muchos los trastornos psicológicos que pueden aquejarnos, se suele considerar como enfermedad mental grave a aquella que produce alteraciones incapacitantes a nivel cognitivo, afectivo y social. Quizá los trastornos más asociados a esta descripción sean la esquizofrenia y el trastorno bipolar: en ambos casos la persona afectada no tiene un contacto racional con la realidad y puede padecer distorsiones perceptivas lo suficientemente graves como para impedir su desarrollo individual y su integración social. Estas personas, a su vez, pueden perder gran parte de su autonomía por lo que suelen depender en gran medida de las familias.
Desde los años 70 se viene trabajando en modelos de apoyo familiar que contribuyan a mejorar la situación y faciliten la incorporación activa de las afectadas a la sociedad. Estos modelos pretenden que los allegados posean conocimientos sobre el trastorno en cuestión y entiendan las consecuencias que éste tiene en la vida cotidiana, también pretenden enseñarles a resolver los problemas diarios de un modo no estresante.
Existen varios modelos de intervención que han demostrado experimentalmente su eficacia: el Modelo de Anderson, el Modelo de Leff, el Modelo de Fallon y el Modelo de Tarrier. Todos ellos enfocan el trato con las familias con una actitud positiva, centrada en no culpabilizar y reconocer el esfuerzo que realizan las personas afectadas: establecen un vínculo de apoyo sólido con las mismas haciéndoles ver que los profesionales van a estar siempre disponibles en los momentos difíciles. La relación con ellas se centra en problemas concretos que van surgiendo en cada caso tratando de favorecer expectativas racionales sobre la evolución del paciente en el futuro.
Los objetivos a conseguir en todos estos modelos son: a) Informar sobre el problema de la persona enferma: etiología, evolución y posibles tratamientos; b) Enseñar a manejar el estrés que genera el contacto diario con la persona y especialmente en las fases agudas del trastorno y c) Establecer metas razonables.
Los estudios que se han desarrollado sobre la eficacia de estos modelos de intervención sugieren que el tiempo que necesitan las familias para estar preparadas para afrontar la situación de convivencia con una persona enferma mental grave es largo, alrededor de dos años. También se ha constatado experimentalmente que tras este tipo de tratamientos las pacientes tienen menos recaídas y son capaces de mantener la medicación por sí mismas. Además, mejoran su calidad de vida en todos los aspectos —desde la higiene hasta las relaciones interpersonales— así como la de las personas que conviven con ellas y facilitan su rehabilitación psicosocial.
En España se han aplicado puntualmente varios programas en esta línea de actuación con buenos resultados, pero por desgracia no se han generalizado a toda la población afectada porque las distintas administraciones, como ya se ha mencionado, no destinan recursos económicos para este fin.
Las claves de actuación con una persona afectada por un trastorno mental son las siguientes:

a) Es relevante tener presente las peculiaridades de cada individuo y los contextos en los que la relación se produce. No existe un patrón igual para todas las personas, sólo líneas de actuación.
b) Hay que intentar establecer un diálogo cómodo con la persona afectada. En ocasiones resulta complejo iniciar una simple conversación sobre el problema que la aqueja.
c) Empezaremos por expresar nuestro malestar ante lo que le está sucediendo y nuestra disposición a escuchar sus quejas y necesidades. Le manifestaremos nuestro apoyo incondicional sin presuponer sus necesidades. Para obtener esta información lo mejor es preguntarle.
d) Obtener datos sobre el trastorno que aqueja a la persona que intentamos ayudar. Cuanta más información poseamos más fácil resultará la intervención.
e) Debemos tener presente que el trastorno que afecta a nuestro ser querido puede ser de larga duración por lo que cuidaremos mucho en no mostrar impaciencia y en no hacer recriminaciones o culpabilizar.
f) Hay que establecer objetivos factibles, expectativas realistas. Cualquier tipo de recuperación o rehabilitación difícilmente va a ser sencilla, sobre todo en casos más incapacitantes como esquizofrenia, trastorno bipolar o trastornos ansioso-depresivos cronificados.
g) En ocasiones, la persona cuidadora tendrá la impresión de que el apoyo que presta no ofrece un resultado palpable. No hay que desanimarse, tal vez la persona que cuidamos, aunque no entienda claramente lo que estamos haciendo, sí entienda que estamos presentes en su vida de manera incondicional y que puede contar con nosotras para afrontar sus crisis y malestares.
h) Es obvio decir que hay que buscar ayuda externa, tanto para la persona que padece el trastorno como, en ocasiones, para nosotras mismas. Cuidar a alguien, independientemente de su gravedad, es un estresor que afecta a nuestro sistema nervioso y a nuestra calidad de vida en general. En ocasiones será necesario que establezcamos límites puntuales para poder resistir la totalidad del viaje que suponen los cuidados que estamos proporcionando.

Ángel E. Lejarriaga

 


Fuente: Rojo y Negro