Artículo de opinión de Rafael Cid

Entender lo que está pasando en la política española en este interregno requiere plantearse preguntas intempestivas. Las herramientas habituales para estos casos no nos permiten salir de la perplejidad. Sabemos que mucho de lo que se cuece dentro de los partidos milita en la fe ciega propia de las iglesias y en la disciplina afín a la mentalidad militar. Pero ahora esos vectores resultan absolutamente insuficientes para interpretar los vaivenes de los hooligans que dirigen la carrera hacia el poder.

Entender lo que está pasando en la política española en este interregno requiere plantearse preguntas intempestivas. Las herramientas habituales para estos casos no nos permiten salir de la perplejidad. Sabemos que mucho de lo que se cuece dentro de los partidos milita en la fe ciega propia de las iglesias y en la disciplina afín a la mentalidad militar. Pero ahora esos vectores resultan absolutamente insuficientes para interpretar los vaivenes de los hooligans que dirigen la carrera hacia el poder.

Que un PSOE, ayer obstinado en plantear como viable un gobierno de cambio con Ciudadanos a todas luces disidente de la necesaria aritmética parlamentaria, se enroque en el doblete de un “no al PP” y otro “no a Podemos”, escapa a toda lógica. Porque la alternativa ante ese imposible metafísico son unas nuevas elecciones donde posiblemente las huestes de Pedro Sánchez ahondarán aún más su viaje a ninguna parte. Una caída en el abismo que consagraría a su secretario general con el dudoso honor de haber pulverizado todos los records negativos de la historia del centenario partido.

Tampoco la plana mayor de Podemos tiene un discurso meritorio tras su reciente dulce derrota. En esta esta ocasión, afanado en esconder responsabilidades debajo del ala, en la mejor tradición del turbulento centralismo democrático. Y con planteamientos dignos de figurar en las revistas de humor. Dijeron en una primera valoración que los resultados electorales indicaban que la gente les aprecia pero tienen miedo a que gobiernen. Para más tarde, ya testados los estados de ánimo de sus afiliados, sostener que lo ocurrido tiene que ver con la desmovilización de sus socios de Izquierda Unida y el “hastío” de los simpatizantes tras meses de parálisis parlamentaria. Balones fuera.

Ambas posturas demuestran que problemática de fondo no radica de lo que haga la derecha de Mariano Rajoy, sino en la inoperatividad de la izquierda. Toda vez que tanto antes como ahora la suma de los escaños del bloque de izquierdas era suficiente para deshacer el impasse. Pero sin duda la carga de la prueba recae fundamentalmente sobre la cúpula de Ferraz, empeñada en todo tipo de sortilegios para no pactar con Pablo Iglesias. Aunque Podemos esté casi suplicando un postrer arrejuntamiento que le salve de la diáspora y la discordia que se está incubando en su seno.

Mientras tanto, uno por hache y otro por be, los dos líderes se están comportando como consumados trileros. El jefe siempre tiene razón. Con granizo o con pedrisco, el mando nunca sucumbe. Ni el tortazo de Sánchez ni el gatillazo de Iglesias les han llevado a poner su cargo a disposición de las bases. El dirigente de Podemos ha llegado a decir que ahora incluso se siente más apoyado que nunca, y su competidor socialdemócrata Sánchez le imita haciendo mutis en un chiringuito de la playa de Mojácar. Obviamente, los respectivos aparatos de Podemos y PSOE asintieron como está mandado. Claro que Sánchez no ha fabricado el cargo de “invitado permanente” para alguno de sus fieles caído en desgracia el 26-J, como ha hecho Iglesias con el “soldado de Podemos” Julio Rodríguez, el anterior JEMAD.

Luego, volviendo la oración por pasiva, habría que suponer que la idea de otros comicios no es algo que contemplen con excesivo desagrado las respectivas ejecutivas. Y aquí es donde entraría el factor rendimientos. Una suerte de ánimo de lucro con el que las direcciones de ambos partidos quitarían hierro a esa incierta perspectiva. Saben que cada asalto a las urnas supone un decenas de millones para sus arcas y bolsillos. Esas son las retribuciones que reciben personalmente los diputados y senadores electos (dietas, indemnizaciones, etc.) y el botín que ingresan los partidos como subvención por los votos y escaños obtenidos. Entre pitos y flautas unos 130 millones por consulta general, el presupuesto de provincias como Castellón o Jaén.

Tres elecciones, tres trinques multimillonarios de dinero público. Sin importar que haya legislatura de verdad, o simple simulacro, como en la anterior ya vencida. La conclusión no deja indiferentes. A falta de una mayoría absoluta mediante la cual el partido agraciado puede actuar impunemente con el BOE y los Presupuestos, la cascada de elecciones permite blindarse financieramente a la espera de nuevas oportunidades. Es otra forma de corrupción, solo que desde la legalidad y sin tipificación penal. Como la que supone la visita a Obama en comandita de los tres líderes de la oposición (Sánchez, Iglesias y Rivera) en el “Protectorado” EEUU de la base de Torrejón, como si de rendir tributo a un señor feudal se tratara y con el Informe Chilcot sobre las tretas de la criminal invasión a Irak recién publicado. No hay estética sin ética.

Rafael Cid

 

 


Fuente: Rafael Cid