No hace mucho el consejo de los ancianos tenía importancia. Con el transcurrir del tiempo ha ido perdiendo el peso tradicional que tenía antaño. No en vano el refrán sentenciaba aquello de “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”, remachando la importancia del vivir para la posesión de la sabiduría. En muchas películas modernas, sobre todo de luchas marciales, y de otros géneros históricos o fantásticos aparecen los ancianos como los portadores del conocimiento esencial para afrontar grandes retos. ¿Por qué sí contaba la opinión de los mayores entonces y hoy no?

Aparece claro que en la evolución de las sociedades orales las personas ancianas eran las que podían acumular una mayor cantidad de conocimientos sin los cuales el clan o la tribu tendrían serias dificultades para sobrevivir. Este conocimiento cultural, en el sentido profundo de cultura (todo aquello producido por la humanidad para poder sobrevivir) era imprescindible para la vida cotidiana. Pero más allá del uso del mismo tenía tanta o mayor importancia la función de receptáculo de la misma.

Aparece claro que en la evolución de las sociedades orales las personas ancianas eran las que podían acumular una mayor cantidad de conocimientos sin los cuales el clan o la tribu tendrían serias dificultades para sobrevivir. Este conocimiento cultural, en el sentido profundo de cultura (todo aquello producido por la humanidad para poder sobrevivir) era imprescindible para la vida cotidiana. Pero más allá del uso del mismo tenía tanta o mayor importancia la función de receptáculo de la misma. Las mentes de las personas ancianas atesoraban la cultura de todo un pueblo. Y cuando se sumaban varias mentes con este conjunto de conocimientos la sociedad, fuese la que fuese, contaba con un bien precioso y muy apreciado. No pocas culturas han contado con un Consejo de Ancianos entre sus instituciones de mayor relevancia política, social o religiosa.

Cuando aparece la escritura es posible almacenar datos y conocimientos en tablillas, papiros, papel. Estos nuevos soportes pueden competir, incluso con ventaja a la memoria que se almacena en las mentes de las personas mayores. De hecho los ritos iniciáticos del aprendizaje de la lectura y escritura son custodiados, en muchos casos, por los propios consejos de ancianos o maestros mayores. No obstante con la escritura se produce un lento pero inexorable movimiento que subvertirá este orden en el que el consejo del anciano es la expresión única de la sabiduría. Ya en las primeras civilizaciones letradas (históricas) son personas jóvenes las que van asumiendo el protagonismo de orientar y dar consejo porque pueden acceder a la cultura escrita sin necesidad de contar con los ancianos.

No obstante el vivir genera un conocimiento de la vida que no siempre se encuentra encerrado en soportes escritos, audiovisuales o digitales. Y si a este conocimiento que da el vivir se le suma el que se aprende estudiando el que contienen esos soportes, parece evidente que la mayor edad, más que una limitación debería ser un mejor complemento del saber diferido, leído, visto u oído. Mucho se escribe sobre asuntos del diario discurrir de los seres humanos, pero de todo lo escrito también debemos dudar porque no siempre la objetividad y la bondad del fin perseguido son evidentes. Por otro lado las múltiples fuentes de información, añaden a este grave defecto de su posible falta de objetividad y fines bastardos, el número. Una casi infinitud de mensajes pueden llegarnos y esa multiplicidad más que aclarar sin duda confunden e incluso paralizan. Por ello siempre debemos prestar nuestra atención y solicitar de la sabiduría del vivir consejo y orientación. Sobre todo si la persona mayor (anciana) nos quiere bien y desea lo mejor para nosotros. No despreciemos nunca un consejo de anciana o anciano, porque es de sabios respetar el conocimiento que ha generado el vivir.

Fdo. Rafael Fenoy Rico Comunicación Educación CGT.


Fuente: Rafael Fenoy Rico