Artículo de opinión de Rafael Cid

Con la extraordinaria diseminación de las nuevas tecnologías, la masiva globalización y la acelerada conectividad entre territorios y personas, para optimizar la función de control del Estado ya no basta con el tradicional monopolio de la violencia, según la clásica definición de  Max Weber. Hoy, gobiernos e instituciones de gestión social necesitan dominar el relato en circunstancia de crisis colectiva para hacer prevalecer la legitimidad que otorga el ejercicio de soberanía. Es lo que está evidenciando con el drama del coronavirus, por activa, por pasiva y por perifrástica.

Con la extraordinaria diseminación de las nuevas tecnologías, la masiva globalización y la acelerada conectividad entre territorios y personas, para optimizar la función de control del Estado ya no basta con el tradicional monopolio de la violencia, según la clásica definición de  Max Weber. Hoy, gobiernos e instituciones de gestión social necesitan dominar el relato en circunstancia de crisis colectiva para hacer prevalecer la legitimidad que otorga el ejercicio de soberanía. Es lo que está evidenciando con el drama del coronavirus, por activa, por pasiva y por perifrástica. O sea, en países que en estos momentos parecen estar superando la pandemia, como China; en otros que la sufren con rotunda letalidad, como España e Italia; y por último, en un tercer grupo offshore, entre los que felizmente siguen indemnes o enmascaran su huella por imagen política, Cuba en el primer caso y Rusia en el segundo. Para cada uno de estos modelos se maneja un tipo distinto de relato desde el poder.

La China de los dos sistemas (capitalista de Estado) está pasando de apestada a samaritana. Allí brotó la pandemia que asola a medio mundo, según algunas fuentes por usos alimentarios de ingesta de animales salvajes (zoonosis) sin una eficaz  supervisión sanitaria, como otras epidemias también tuvieron allí su foco infeccioso (Gripe Aviar y SARS). Pero tras comenzar negando la realidad, reprimiendo sin contemplaciones a periodistas y médicos que habían defendido su código deontológico contra la censura gubernamental, las autoridades aplicaron medidas draconianas para frenar la expansión de la plaga. Cerrada a cal y canto la ciudad de Wuhan y forzando al confinamiento de sus habitantes manu militari, epicentro de la epidemia, dos meses más tarde lograron los primeros resultados favorables. Y ahora, Pekín saca pecho ofreciendo su experiencia al resto del mundo en forma de patrióticas misiones humanitarias y ventas al por mayor, y previo pago al contado, de productos y recursos para sobrellevar la pandemia. De esta forma, ha conseguido hacer de la necesidad de otros su propia virtud como régimen y economía. Hasta el punto de atreverse a <<polucionar>>  los canales de información sobre la causa de la causa del coronavirus, deslocalizando teorías de la conspiración de rivalidad ideológica. Si el contexto no resultara especialmente dramático, los resentidos podrían pensar como aquel dicho brutal de <<primero te parto las piernas y luego te vendo las muletas>>.

En España el relato del Gobierno ha consistido en parapetarse en los expertos,  lo sabios, prueba y error. Su conocido <<lo que haga falta, donde haga falta y cuando haga falta>>, mal remedo de aquel manguerazo financiero del presidente del BCE, Mario Draghi, metaforizado para animar el rescate de las economías golpeadas por la crisis, se escuda en el consejo de los epidemiólogos en plantilla, ese <<mando único e integral>> que las diarias ruedas de prensa escenifican como una junta cívico-militar. Y la verdad es que el Ejecutivo no miente. Es cierto, fueron a rebufo de los acontecimientos, es decir, un paso detrás y una mano delante. Por eso precisamente actuaron mal y tarde, no escarmentaron en cabeza ajena. El no menos sabio consejo <<antes prevenir que curar>> no cabía en sus coordenadas. Su capacidad política quedó supeditada a criterios partidistas y economicistas excusándose en el criterio de los asesores científicos. Se hacía muy cuesta arriba que nada más acceder al poder un gobierno de izquierdas se viera en el brete de tomar medidas restrictivas y sin duda impopulares. Eso llevó primero a minusvalorar el peligro, haciendo creer a la población que era poco más que otra gripe estacional, y luego a primar la defensa del tejido empresarial sobre las contingencias de salud pública. Además, las terminales mediáticas amigas (enseguida han clamado <<que hay de lo mío>> por los servicios prestados y ante el derrumbe de su publicidad) ya se encargarían de centrar la atención sobre la <<herencia recibida>> (por supuesto descontando la parte que a ellos les competía, como ya ocurrió con éxito de crítica y público en lo referente a <<las formas más lesivas de la contrarreforma laboral del PP>>, dejando en el alero las que previamente igualmente perpetró el PSOE).

Confiados en el hábil manejo del relato, el gobierno de coalición <<rotundamente progresista>> cayó en lo misma obediencia debida que la izquierda de cátedra denunció antaño sobre la estrategia de sus rivales políticos. Sostenella y no enmendalla. Negar la evidencia. Mentir a sabiendas <<por nuestro propio bien>>. Ladran, luego cabalgamos. Lo mismos que hizo José María Aznar ante el atroz atentado terrorista del 11-M, que pocos días después le desalojó del poder en unas elecciones convertidas en inapelable plebiscito. Igual que hizo José Luis Rodríguez Zapatero con la crisis financiera del 2008 al negar su virulencia sobre la sociedad española cuando todos los indicadores adelantados señalaban en dirección al colapso. Anteponer los propios intereses de partido, cofradía, secta o parroquia,  a los generales de la sociedad toda a la que dicen representar, para la que gobiernan sin que se les haya otorgado un cheque en blanco, y de la que cobran regularmente salarios, emolumentos, dietas y extras truene o caigan chuzos de punta.

No parece una casualidad que las dos demarcaciones más devastadas por el rigor de la pandemia sean Madrid y Barcelona, con extensión a todo su ámbito comunitario. Precisamente allí donde tuvieron lugar sendos acontecimientos que provocaron un importante tráfico de personas, en una especie de vaivén-tobogán,  centrífugo-centrípeto, que sirvió de hormiguero humano para la propagación del <<bicho>>. Ambos sucesos negados en sus consecuencias en tiempo real y sobrevenido por las autoridades, trasladando por toda cautela a una opinión alegre y confiada una normalidad temeraria que no existía. Me estoy refiriendo al Mobile de Barcelona, clausurado de mala gana el 12 de febrero gracias al responsable descuelgue de grandes corporaciones, cuando ya miles de feriantes se habían desplazado a la ciudad desde todas las geografías. Me estoy refiriendo, en el caso de la capital, a la multitudinaria manifestación del 8-M, a la que asistieron garrapiñadas más de 120.000 personas, a pesar de que una semana antes, el 1 de marzo, el ministerio de Sanidad emitiera una circular a los médicos recomendándoles no celebrar ningún tipo de encuentro, acto o evento que entrañar concentración de sanitarios <<para prevenir contagios>>. Por algo el Gobierno español es el que contabiliza más contagiados del mundo y tenemos el mayor número de sanitarios contagiados (casi cuatro veces superior a los registrados en China).

Pedro Sánchez salió de su complacencia el 14-M decretando el Estado de Alarma por mero cálculo político. Cuando el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) comunicó a Moncloa los datos que se estaban cocinando sobre la última encuesta realizada entre los días 1 y 13 de marzo con claras señales de alarma entre la población, potenciales electores: el 67,3% daba su apoyo a la aprobación de medidas sanitarias más estrictas y un 51,7% estaba a favor de suspender eventos que implicaran <<grandes aglomeraciones de personas>>. Así es si así os parece. El imperio del relato…orweliano. Como ocurrió con el flamante rescate de los náufragos del Aquarius, ahora denegado el asilo a un 94% de sus integrantes. O la igualmente rutilante repatriación y  acogida de deportistas españoles afincados en Wuhan en el hospital militar Gómez Ulla, mientras se banalizaba calificándolo como un <<caso importado>> la notificación  del primer infectado producido en Madrid el 15 de febrero.

Por eso, como ocurrió durante el franquismo, tenemos que recurrir a la prensa extranjera para entender el calado de los que nos pasa, ya que con nuestros medios no llegamos a entender lo que nos pasa. A  <<alarmistas>> como el rotativo británico  The Guardian, cuyo corresponsal en Madrid, Gilles Tremlett,  escribe que España <<vive uno de los momentos más oscuros y dramático de sus historia>>, recalcando que  «el gobierno socialista de Pedro Sánchez reaccionó tarde y de forma torpe. Falta equipo médico esencial como ventiladores, ropa de protección para sanitarios y test de coronavirus>>. O al diario alemán el Frankfurter Allgemeine Zeitung, dando cuenta en una crónica de Hans-Christian Rössler del caos reinante en el país. «La protección de un sanitario consiste en bolsas de basura y simples impermeables sujetos con tiras adhesivas», afirma, al tiempo que se hacía eco de un comentario del secretario general de la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM), Gabriel del Pozo, refiriéndose así a la «falta de coordinación» en el suministro de equipamiento: «Nadie sabe lo que hace el otro… parece una guerra de guerrillas>>.

¡Falsos positivos!

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid