20 de Noviembre de 1910, Francisco Madero con el Plan de San Luis de Potosí, convoca al pueblo mexicano a levantarse en armas para derrocar al tirano Porfirio Díaz, comenzaba así la Revolución mexicana.

20 de Noviembre de 1910, Francisco Madero con el Plan de San Luis de Potosí, convoca al pueblo mexicano a levantarse en armas para derrocar al tirano Porfirio Díaz, comenzaba así la Revolución mexicana.

Sirvan estas líneas como breve homenaje en el centenario del inicio de aquel proceso social y político, que encumbró a la categoría de mitos a incansables guerrilleros del pueblo como Pancho Villa y Emiliano Zapata, que provenían de la clase más olvidada y explotada de la sociedad, la indígena.

No podemos olvidar a los hermanos Flores Magón, verdaderos precursores del movimiento revolucionario. En la que fue la primera Revolución política del siglo XX, se debe destacar por encima de todo que el peso principal de la lucha arrancó y se desarrolló desde las capas más bajas y oprimidas.

Sin embargo, como en tantas otras revoluciones, los intereses liberales de la burguesía terminaron por imponerse a los ideales de libertad y justicia del pueblo. Un sector de aquellos primeros combatientes, se encaramó al poder y terminó por traicionar la verdadera esencia de la revolución de la forma más abyecta, en aras de un capitalismo que favoreciese exclusivamente a las clases acomodadas.

Quienes representaron un problema o provocaban cierto grado de incomodidad hacia estos oscuros intereses del nuevo poder, fueron aniquilados. En 1919 asesinaron a Zapata y cuatro años más tarde hicieron lo propio con Villa (cuando este último ya se encontraba totalmente retirado de la lucha armada).

Cien años después, con gran tristeza y preocupación observamos que México se desangra día tras día. Al infinito grado de corrupción de los sucesivos gobiernos se le añade el gravísimo problema del narcotráfico, el terrorismo de estado con sus hordas de paramilitares, los intereses del atroz capitalismo de grandes multinacionales yanquis, que someten a buena parte de la población a un estado de explotación y miseria, apropiándose injustamente de los recursos naturales que realmente pertenecen a todos los mexicanos.

Por último, creo que el noble y guerrero espíritu de Zapata y Villa nos debe acompañar cada día, para que nos rebelemos ante toda forma de injusticia y sobre todo ante este sistema tan despiadado e insolidario que padecemos.

David Armendáriz