Artículo de opinión de Rafael Cid

A veces hay victorias amargas. Son aquellas que dan el gobierno a los <<buenos>> (la izquierda según el canon) y llevan en su mochila la postración de la sociedad civil. Ni crítica, ni vigilancia, ni capacidad de respuesta. Se trata de <<uno de los nuestros>> y la coherencia y la honestidad se le presupone. No hay canario en la mina. Eso solo rige cuando está en el poder la derecha (los <<malos>> de la catequesis ideológica). Eso es lo que esta sucediendo desde el minuto uno con la gestión de la pandemia << a la española>>.

A veces hay victorias amargas. Son aquellas que dan el gobierno a los <<buenos>> (la izquierda según el canon) y llevan en su mochila la postración de la sociedad civil. Ni crítica, ni vigilancia, ni capacidad de respuesta. Se trata de <<uno de los nuestros>> y la coherencia y la honestidad se le presupone. No hay canario en la mina. Eso solo rige cuando está en el poder la derecha (los <<malos>> de la catequesis ideológica). Eso es lo que esta sucediendo desde el minuto uno con la gestión de la pandemia << a la española>>. La técnica de meter la cabeza bajo el ala que nos ha encaramado como uno de los primeros países del mundo con peor balance ante la arremetida del maldito bicho.

El pasado 19 de diciembre, Our World in Data y Mortality.org informaba que España era el miembro de toda la Unión Europea que había registrado más muertes por la Covid-19 desde que irrumpió el virus (https://ourworldindata.org/excess-mortality-covid). Exactamente 77.271 muertos contabilizados en los registros civiles frente a los 44.668 de los recuentos oficiales. Lo que supone un exceso del 26% de óbitos, frente al 4% de más registrado en Alemania (23.096 defunciones), a pesar de casi doblarnos en población y los 3.399 de Grecia, que ha sufrido tres rescates-país (para los que excusan nuestras lacras cargando todo a los ajustes y recortes aplicados durante la etapa de Zapatero y Rajoy, que haberlos haylos).

La primera ola, la de los idus de marzo, nos colocó en el macabro podio de ostentar el liderazgo en cuantos a muertos, infectados y sanitarios contagiados, sin que el confinamiento más severo aplicado hasta entonces a nivel global, con el añadido de una hibernación total de la actividad económica, aliviara significativamente el panorama. Eso sí, cuando el gobierno decidió precipitar la desescalada, bajo la presión del PNV, su socio de investidura, a Pedro Sánchez le faltó tiempo para anunciar la buena nueva. <<Hemos derrotado al coronavirus>>, celebró el presidente el 5 de julio, casi en paralelo a que Gran Bretaña instara a sus ciudadanos a no viajar a España. Un fiasco de tomo y lomo que tiró por tierra el intento de relanzar el turismo, el monocultivo productivo en el que estamos instalados desde que el franquismo inventara con rotundo éxito el pesebre económico de sol y playa.

De ese ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio hemos pasado a una especie de estado de alarma perpetuo, con las singularidades que aplican cada comunidad autónoma por su cuenta y riesgo. Porque de lo que se trata es de echar la culpa al contrario, el gobierno a la posición y viceversa. El triste negocio de la pandemia. Utilizar la zozobra general para lograr réditos políticos. Una trifulca que, en resumidas cuentas, convierte la lucha contra la pandemia, caiga quien caiga, en subsidiaria de los intereses electorales de los partidos con mando en plaza. No hay canario en la mina que nos advierta del peligro al acecho. Y como en el gobierno están los <<buenos>> (ergo, la izquierda institucional) y la mayoría de los medios de comunicación (todos quebrados) se han convertido en terminales suyas, ¡quietos, paraos! Casi nadie se atreve a protestar, manifestarse o llevar la contraria. No hay que desestabilizar ni hacer el juego a los fachas. Dios y sus representantes en la tierra proveerán.

Y así, burla burlando, hemos aterrizado en plena tercera ola. Con nueva cepa o simple mutación de la bichería, el pasado fin de semana media Europa se colocó en posición de máxima alerta ante las noticias que llegaban de Gran Bretaña, potencialmente el foco de un rebrote mucho más virulento. Dicho y hecho, en apenas unas horas veinte naciones excluían los vuelos procedentes de Londres y aledaños. Desmereciendo flagrantemente el hecho de que desde hace una semana en sus aeropuertos se exigían test precautorios, y de que el Reino Unido ha sido el primero del continente en la carrera por la vacunación.

Pero España es diferente, o indiferente, según la posición del observador. Porque mientras eso sucedía en nuestro entorno, el ministro de Sanidad Salvador Illa declaraba que a él no le constaba que el nuevo patógeno hubiera llegado aquí. Otra vez, tarde y mal. Porque si hay dos territorios dentro de la Unión Europea especialmente expuestos a visitantes ingleses uno es precisamente el nuestro. Son miles los británicos que residen en la Costa del Sol y otros tantos los que suelen viajar a la península y las islas para pasar las navidades alejados de la tediosa bruma londinense. Por no hablar del tráfico diario existente en la colonia de Gibraltar, donde trabaja otro importante contingente de españoles.

La historia se repite, como esperpento, sino no fuera por sus funestas consecuencias a medio y largo plazo para la salud y la económica de los más débiles. Al cerrar esta nota, lunes 21 de diciembre, se ha sabido que el gobierno piensa sumarse a las citadas restricciones a partir del martes. Donde dije digo dio Diego, y que salga el sol por Antequera. Entre el sábado 18 y el domingo 20, llegaron 203 aviones procedentes de Gran Bretaña, y el lunes estaban previstos otros 120. Será que para Illa todos gozan de la permisiva condición de <<allegados>>, ese engendro-coladero que perpetró nuestro filósofo de cabecera en su momento de Pontifex Maximus.

 


Fuente: Rafael Cid