Dos tipos de eventos —las contracumbres y los foros— han sido asiento fundamental del crecimiento de los movimientos que han decidido plantar cara a la globalización en curso. Si las primeras vieron la luz con el designio de dar réplica a los cónclaves que organizaban unas u otras instancias oficiales, los segundos respondieron al propósito de aportar recintos de debate que permitiesen dejar atrás la condición, a menudo estrictamente protestataria, que atenazaba, a los ojos de muchos, a las contracumbres. Nadie en su sano juicio se atreverá a negar que los eventos que nos ocupan -tanto foros como contracumbres- han exhibido muchas virtudes.

Dos tipos de eventos —las contracumbres y los foros— han sido asiento fundamental del crecimiento de los movimientos que han decidido plantar cara a la globalización en curso. Si las primeras vieron la luz con el designio de dar réplica a los cónclaves que organizaban unas u otras instancias oficiales, los segundos respondieron al propósito de aportar recintos de debate que permitiesen dejar atrás la condición, a menudo estrictamente protestataria, que atenazaba, a los ojos de muchos, a las contracumbres.
Nadie en su sano juicio se atreverá a negar que los eventos que nos ocupan -tanto foros como contracumbres- han exhibido muchas virtudes.

Han fortalecido, por lo pronto, el discurso crítico característico de los movimientos y han dotado a éstos de una sesuda batería de propuestas alternativas. Han generado, por otra parte, un muy saludable sentimiento de comunidad entre gentes que otrora trabajaban por separado. Han servido, en fin, de reclamo para que las redes de contestación alcanzasen mayoría de edad a los ojos de muchos medios de comunicación. Todo ello invita a afirmar, sin lugar para la duda, que contracumbres y foros han servido de formidable catapulta para que los movimientos sean hoy lo que son : una realidad viva que ha despertado inusitadas esperanzas en el conjunto del planeta.

Nada sería más desafortunado, sin embargo, que olvidar que con el paso del tiempo las instancias que nos ocupan se han ido revelando, también, como una fuente de problemas delicados. El primero de ellos, y a buen seguro el más oneroso, lo aporta la posibilidad de que contracumbres y foros acaben por sustituir, en los hechos, a los movimientos. Urge subrayar que unas y otros sólo tienen sentido si en el ámbito local existen, con anterioridad, redes organizadas o, en su defecto, si sirven para acelerar la creación y la consolidación de éstas.

Uno está obligado a preguntarse, por ejemplo, qué huella ha dejado en nuestras ciudades y pueblos la muy nutrida presencia de jóvenes, el pasado noviembre, en el Foro Social de París. No vaya a ser que las reuniones internacionales se conviertan en el quehacer principal de unos movimientos que, entonces, desatenderían los menesteres cotidianos más inmediatos. El futuro de esos movimientos en modo alguno se dirime, sin embargo, y como pudiera parecer, en Porto Alegre, en Bombay, en Génova, en París o en Barcelona : depende, casi en exclusiva, del trabajo en los escenarios que nos son más próximos.
Y al respecto se antoja cada vez más urgente que las redes tomen conciencia de que contracumbres y foros apenas guardan relación con el asentamiento organizativo, con el trabajo realizado con vocación de permanencia o con las campañas de sensibilización. Uno de los muchos activistas que trabajó denodadamente en la organización de la contracumbre barcelonesa de marzo de 2002 puso el dedo en la llaga al glosar los equívocos que se derivaban del desmesurado optimismo que levantó la macromanifestación del día 16 de aquel mes : «Lo que a mi me gustaría saber es dónde están esas 400.000 personas los 364 días restantes del año». Aunque los movimientos disponen, en otras palabras, de energía, y de capacidad de convocatoria, en la mayoría de los lugares carecen de los canales que permitan iluminar barrios y pueblos.

Otra dimensión delicada que acompaña, de un tiempo a esta parte, a los foros —las contracumbres se prestan menos al juego correspondiente— es la que hace de aquéllos un lugar propicio para el desembarco de fuerzas políticas y sociales cuya relación con los movimientos reales es más bien liviana. El ejemplo más granado de esas fuerzas lo ofrecen segmentos significados, acaso los más ilustrados, de la socialdemocracia europea, que de un tiempo a esta parte, en Porto Alegre, en París o en Bombay, han recalado en la playa de la resistencia global. Aunque lo suyo es celebrar la presencia de esas gentes en los foros —configura, por lo pronto, un indicador halagüeño del atractivo de éstos—, es inevitable que muchos activistas muestren sus recelos al respecto y subrayen que los protagonistas del desembarco, remisos a trabajar en los movimientos, bien se cuidan, en cambio, de procurar el repetidor mediático que las reuniones internacionales dispensan.

En la dimensión que ahora nos interesa, los foros se han convertido, por añadidura, en el escenario más apropiado para que saquen adelante sus propuestas los sectores más moderados de cuantos se dan cita en los movimientos. Tal es el caso, por citar el ejemplo más reciente, de los que han dado en impulsar un concepto tan discutible como es el que reivindica una globalización alternativa. El ascenso de esas propuestas se antoja con frecuencia inseparable, por lo demás, del desmesurado predicamento del que disfrutan santones intelectuales y liberados de organizaciones políticas en detrimento del trabajo de activistas menos vistosos. Cada vez resulta más palpable que los primeros suscitan entre los segundos sospechas que no siempre son injustificadas.
No es difícil barruntar una conclusión general del balance que acabamos de trazar : una de las prioridades de los movimientos decididos a plantar cara a la globalización que padecemos estriba en calibrar cuáles son las aristas negativas de contracumbres y foros que, pese a ellas, siguen siendo un activo importantísimo para explicar por qué tantas conciencias están empezando a despertar.

Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.