Artículo de opinión de Rafael Cid

“Cuando los hombres dejen de desfilar,

entonces se realizarán también sus sueños”

(Max Horkheimer)

“Cuando los hombres dejen de desfilar,

entonces se realizarán también sus sueños”

(Max Horkheimer)

Cuando el Dios Jano de la realpolitik muestre su cara oculta, ahora encriptada hasta que culminen las negociaciones entre las cúpulas políticas, podremos aventurar si el ciudadanismo rampante puede habilitar algo radicalmente nuevo o desembocará en el imaginario placebo de una democracia poética. De momento las cartas que se están barajando, por sabidas, mantienen el suspense. Prevalecen las tradicionales reglas del juego: la obligación de cumplir los pactos entre partidos implica “matar al padre” incumpliendo en mayor o menor medida los programas ya refrendados por los electores.

La autopsia de las pasadas elecciones ha descubierto la reacción endógena de los partidos frente al veredicto de las urnas. Todas las formaciones, las ya instaladas o las emergentes, han efectuado una valoración ensimismada de los resultados. Aunque los grupos políticos al completo han salido perdedores, ninguno lo ha reconocido y además ni siquiera han sabido reconocer lo nuevo que el 24M ha dejado. Y remacho que nadie ha ganado porque ni los dos miembros del duopolio dinástico hegemónico lo han hecho (tanto PP como PSOE han sacado los peores resultados de su historia), ni los nuevos, Ciudadanos y Podemos, han tenido suficiente apoyo electoral para imponerse a sus competidores.

En ese contexto no es extraño que las primeras respuestas de las cúpulas de los partidos hayan ido dirigidas a reproducir la vieja estrategia opositora. Sobre todo en el caso del PP y del PSOE, que han echado mano de proclamas tan socorridas como “echar a la derecha de las instituciones”, en el caso de los socialistas (con el concurso declinante de Izquierda Unida), o cerrar filas ante “el peligro de los soviets”, según la estrafalaria formulación de Esperanza Aguirre (un gatillazo cultural, porque la lideresa debía tener in mente todo lo contario: la dictadura leninista). O sea, otra vez asumiendo una forma binaria, y por tanto maniquea, de entender la contienda ideológica.

Y ello porque su manera de estar en política se define más por reacción ante el rival que por su propia oferta programática. En una palabra, encarnando el modelo político “amigo-enemigo” que acuñó el pensador filonazi Carl Schmitt, que como recuerda el historiador francés François Furet (Inventarios del comunismo) tanto predicamento tuvo también en la otra orilla. “Definir el comunismo en esencia por el antifascismo equivale a mantenerlo en una pura negatividad y a atribuirle los rasgos inversos de los de sus adversario: si el fascismo es hostil a la libertad entonces el comunismo le será por definición favorable (…) La tesis es absurda (…) demuestra que extrae su fuerza de la pasión política más que de su coherencia intelectual”. Por cierto, lo del “Frente Popular” de Cayo Lara es otra ocurrencia.

Pero entre los emergentes la respuesta tampoco ha sido muy edificante. Tanto Podemos como Ciudadanos han aplicado esquemas parecidos a los del tándem PP-PSOE. El partido de Pablo Iglesias evitando admitir el fracaso relativo cosechado en la jornada electoral. Como promedio, en los comicios autonómicos Podemos obtuvo un 14% de los sufragios, casi un punto menos de lo ya logrado en la comunidad andaluza, donde alcanzó el 14,8%. Seguramente porque en esta apuesta su dirección se ha mimetizado en cuanto a propuestas-marco con las que blandían PSOE e IU, “echar a la derecha de las instituciones”. Por su parte, la tropa de Albert Rivera basó el hecho diferencial sobre en un debate diferido, pero igualmente subsidiario, que cabría resumir en “echar a los separatistas de la instituciones”.

Nadie entre todos los partidos se detuvo en un primer momento en lo realmente constructivo de estas elecciones: la irrupción de unas candidaturas ciudadanas polifónicas y comuneras. Esa ha sido la cosecha directa que ha dejado el 24M. Y cuando repuestos de la soberbia los políticos que opositan al pódium institucional en los parlamentos autonómicos han caído en la cuenta, su reacción ha reproducido el autobombo de sus respectivas “victorias pírricas”. El PP ha arreciado en el tremendismo; el PSOE zanganea en la esquizofrenia de ni contigo ni sin ti; Ciudadanos busca en el transformismo una reubicación más rentable y Podemos e IU se han lanzado a intentar fagocitar a las formaciones comuneras cuyo ámbito de actuación en su día despreciaron olímpicamente.

Barcelona en Comú, el epicentro de la Plataforma Anti-desahucios; Ahora Madrid, kilómetro cero del 15M y Compostela Abierta y Marea Atlántica, enclaves de Nunca Máis, y otras con parecido enfoque agorista, constituyen la verdadera revelación de estas elecciones. Más por el fuero que por el huevo. Y por eso mismo están llamadas a ser vistas como un obstáculo por los partidos de la primera división institucional. Aunque estas plataformas están lejos de ser homogéneas, todas ellas comparten vocación de igualitarismo ciudadanista. Con diferentes grados, que van desde la estructurada integrada por activistas sociales a título personal, como Ahora Madrid, hasta las que se organizan como una convergencia de siglas, tipo Barcelona en Comú. Con el añadido de que estos últimos a su vez se subdividen entre aquellas plataformas donde prima el Podemos más “pablista” y las que tienen a representantes del sector crítico como referencia.

Con esas modulaciones habrá que calibrar cómo se desenvuelven esas plataformas ciudadanas que en su constitución reflejan en mayor o menor medida, siguiendo la terminología de Gilles Deleuze, un proyecto rizomático, sin un centro único de decisión, frente al esquema convencional de los partidos, que se configuran de manera arborescente, con un tronco principal del que penden como afluentes las restantes piezas del puzle. Lo trascendente será seguir su experiencia nómada y comprobar si se afirma lo espontáneo y autodidacta o, por el contrario, impera la heteronomía de las marcas políticas adheridas. Se trata de ver si el proyecto municipalista se realiza en sus supuestos rupturistas o queda varado como una “democracia poética”.

A cierto nivel, y con todas las prevenciones posibles, esta es la primera vez desde la transición en que la política se piensa a sí misma desde la polis y no nace troquelada desde las agrupaciones de intereses que son hoy los partidos. Circunstancia que el filósofo Paul Ricoeur, hablando de la Revolución Francesa, concretó en la pregunta “¿cómo lograr hacer un cuerpo político, precisamente un cuerpo sin cabeza, con individuos autónomos?” Un enigma próximo al que ahora mismo sobrevuela sobre la concreción del derecho a decidir en Catalunya, movilización popular que igualmente brotó a nivel local de la mano de la Asociación de Municipios por la Independencia.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid