Las banderas son tema de discusión frecuente en círculos libertarios y movimientos sociales. Llega la mani del día X, convocada vía redes sociales: ¿llevamos banderas de nuestra organización? ¿Comienza la mani del 1 de mayo: quien toma las banderas? 

¿Hacemos banderolas de un solo uso para poder distribuir entre los asistentes y tener más presencia como organización, o nos limitamos a llevar tres o cuatro para limitarnos a indicar que estamos? ¿Gritamos «ni banderas ni fronteras» bien fuerte con una bandera negra en las manos?

¿Hacemos banderolas de un solo uso para poder distribuir entre los asistentes y tener más presencia como organización, o nos limitamos a llevar tres o cuatro para limitarnos a indicar que estamos? ¿Gritamos «ni banderas ni fronteras» bien fuerte con una bandera negra en las manos?

La bandera es uno de los elementos identitarios colectivos por excelencia. La bandera agrupa, pero también distingue. No es lo mismo una bandera española republicana que una con el pollo, aunque ambas sean españolas, y seguro que no despertarán el mismo tipo de reacciones. Por tanto, la bandera no es sólo un «pañito»; su poder simbólico es palpable. ¿Es un poder de la propia bandera? No, evidentemente. Somos nosotros que depositamos el significado en el símbolo, y en este sentido la bandera no es diferente a cualquier otro objeto, material o no, al que le damos este valor. Para algunos adolescentes, por ejemplo, la música puede llegar a tener un poder simbólico total, sirviendo como identificador individual y grupal. ¿Escuchas Andy y Lucas? No me interesas.

Lo que a menudo asusta de las banderas es precisamente esta capacidad de distinguir, separar unos y otros. La separación es terrible, ¿verdad? (Algún día escribiré sobre la separación). Pero podríamos decirlo de esta otra manera: la bandera nos reagrupa, o nos agrupa según criterios de afinidad. Esto, claro, si la bandera es nuestra, si nos dan una en mano y nos dicen «es la tuya, defensa-hasta la muerte», seguramente nos desentenderse de cuanto podamos y acabaremos odiando. ¿Odiando la bandera? Bueno, más probablemente odiando lo que simboliza.

A mí no me molestan las banderas como tales, pero algunas banderas me irritan, y mucho. Imaginad por un momento que eliminásemos las banderas, todas, y nos quedáramos sólo con lo que simbolizan. Seguiría igual de irritado, pero sin la bandera. El problema nunca es el símbolo, sino lo simbolizado y cómo nos relacionamos. El símbolo sólo nos recuerda que hay diferencias, relaciones gregarias, entidades omnipresentes, pero ni las crea ni las destruye.

* Carlus Jové es activista libertario. Artículo publicado en el núm. 145 de la revista Catalunya.

http://www.cgtcatalunya.cat/spip.php?article8512


Fuente: Carlus Jové