No me altera la indignación que siento, no me altera porque como nieta de fusilado he crecido con ella.

No me altera la indignación que siento, no me altera porque como nieta de fusilado he crecido con ella, me he acostumbrado a ella, la indignación ha sido el pan de cada día para aquellas personas a las que les mataron un familiar por ser republicano, anarquista, comunista o nacionalista. La indignación es lo único que nos ha quedado, las palabras y las quejas nos las quitaron de cuajo. Ha sido nuestra compañera de viaje y a puro de convivir con ella, nos hemos acostumbrado.

No me altera la indignación que siento, no me altera porque como nieta de fusilado he crecido con ella, me he acostumbrado a ella, la indignación ha sido el pan de cada día para aquellas personas a las que les mataron un familiar por ser republicano, anarquista, comunista o nacionalista. La indignación es lo único que nos ha quedado, las palabras y las quejas nos las quitaron de cuajo. Ha sido nuestra compañera de viaje y a puro de convivir con ella, nos hemos acostumbrado.

Pero tiene delito que quienes llevaban por bandera el nacionalcatolicismo, no hayan tenido ningún problema moral para matar, torturar, robar, humillar, violar, … Y mientras, en un alarde de compasión cristiana, a los familiares les ha tocado no solo sufrir estos atropellos, sino además han tenido que ser testigos silenciados de la glorificación de la barbarie.

Y no me queda odio, que no vaya a pensar nadie que estas exhumaciones lo alimentan. Quienes sabemos qué es la muerte y amamos la vida, no perdemos el tiempo en odiar. No vamos a morir en vida, esa sería la última victoria de los golpistas.

Pero sí me queda ansia de justicia y reparación. No deja de ser un insulto para quienes sufrieron esas barbaries, que edificios y elementos en el centro de la ciudad glorifiquen a quienes se levantaron en contra de un gobierno democráticamente elegido o lo que es lo mismo, contra el pueblo.

41 años después de muerto el genocida, la pervivencia de esos símbolos nos retrotraen a los años de silencio forzoso, de represión, torturas y más muertos. Años en los que los verdugos estaban en estatuas, y las víctimas en cunetas (muchas de ellas ahí siguen).

Califican los familiares de Sanjurjo la exhumación de los cuerpos como una vejación y literalmente dicen: “El anuncio de la fecha de exhumación sin autorización previa de los interesados en instituciones implicadas, resulta una absoluta vulneración de nuestros derechos fundamentales, que defenderemos en nombre del recuerdo y la dignidad de nuestro padre y abuelo hasta agotar los procedimientos»

Pues bien, lo que ustedes llaman vulneración, para los familiares de las víctimas es recuperación de la memoria. La dignidad de una persona viene dada por su trayectoria vital, el poso que ha dejado en esta vida, lo que ha aportado y, francamente, esta persona lo que hizo en el ámbito público fue, además de guerrear, promover un golpe de estado que trajo miles de muertos, presos y sobre todo dolor, mucho dolor.

Y quienes protagonizaron todo esto deben mucho, a mí y a miles de familiares de represaliados. No solo nos han cercenado una parte de la vida familiar, no solo nos han robado casas, tierras, negocios, … Por encima de todo eso, han querido robarnos nuestra historia y en parte lo han conseguido pues las víctimas tienen nombres y apellidos mientras que muchos de los verdugos no.

En Alemania, los nietos y familiares de nazis han pedido perdón a las víctimas, y viven con vergüenza los crímenes de sus familiares. Esto nunca ha existido en el Estado Español, aquí es una quimera. Franco murió en la cama y los herederos del bando vencedor nunca han sentido que tuvieran que avergonzarse por tantos crímenes cometidos -allá cada cual con su conciencia- pero que eso sea la norma no implica que sea lo justo.

Pueden tener las querencias que sea, e incluso, sentirse orgullosos de un familiar con esa trayectoria. Y pueden, si quieren, honrarlo, pero por favor, háganlo en el ámbito privado, en la tumba, panteón o nicho que ustedes se hayan costeado.

Mientras los nuestros sigan en cunetas y en fosas, mientras algunas estemos intentando recomponer una historia familiar silenciada y parcialmente ocultada por el miedo, no hablen de dignidad ni de derechos cuando se les niega seguir ocupando un espacio público destacado.

Y queda mucho por hacer, con nuestro dinero se siguen costeando los gastos del monumento de los caídos, donde está enterrado el genocida y José Antonio.

Y no es odio, es justicia.

Maura Rodrigo

Secretaria General de CGT/LKN-Nafarroa

En memoria de Valentín Rodrigo Ramirez y de todas y todos los represaliados por el fascismo.

 


Fuente: Maura Rodrigo