Artículo de opinión de Rafael Cid

Al final Puigdemont superó el efecto Tsipras. A la tercera fue la vencida. Empezó dejando en suspenso el “mandato popular”. Siguió con un guiño de pacto al Estado con nuevas elecciones. Y finalmente, en el rebote, formalizó la declaración de independencia en forma de república. El viernes 27 de octubre, en paralelo a la aprobación del artículo 155 por el Senado. Y mediante votación secreta de 70 papeletas a favor, 8 en contra y 2 abstenciones, porque el bloque constitucional había abandonado la cámara en señal de protesta.

Al final Puigdemont superó el efecto Tsipras. A la tercera fue la vencida. Empezó dejando en suspenso el “mandato popular”. Siguió con un guiño de pacto al Estado con nuevas elecciones. Y finalmente, en el rebote, formalizó la declaración de independencia en forma de república. El viernes 27 de octubre, en paralelo a la aprobación del artículo 155 por el Senado. Y mediante votación secreta de 70 papeletas a favor, 8 en contra y 2 abstenciones, porque el bloque constitucional había abandonado la cámara en señal de protesta. Una torpe decisión fruto del cabreo que impidió demostrar que la desconexión con el Régimen del 78 se había consumado por la exigua diferencia de 8 votos.

Y ahora qué: monarquía constitucional frente a república constituyente. Un inédito en los anales de la Unión Europea (UE) en su hora más decisiva. Una UE que ha visto, por primera vez desde que se formó como marco supranacional, con pérdida de soberanía aceptada por los Estados concursantes, una regresión micro hacia escalones inferiores a esa escala estándar. Enorme papeleta. Desde el punto de vista político, jurídico, económico y social. Porque esa estructura democrático que integran los 28 gobiernos no puede blindarse con el “uso legítimo de la fuerza” que reconoce el vademécum de la doctrina académica.

Estamos, hasta estos momentos, ante una masiva movilización ciudadana hacia la ruptura de impecable plasmación pacífica, cívica y democrática. Hasta el punto de que los únicos actos violentos han sido los protagonizados por la policía en su frustrado intento de impedir el referéndum del 1-O y los coletazos ultras perpetrados al final de la concentración españolista que convocó en Barcelona a un extraño trío. El formado por un Premio Nobel de Literatura afín a la FAES, Mario Vargas Llosa; un jacobino en la corte del PSOE como Josep Borrell; y un ex eurodiputado de Podemos,  el antiguo fiscal anticorrupción del felipismo, Carlos Jiménez Villarejo. Se quiera o no, el procés ha seguido la estela insurgente del 15-M y de las primaveras árabes. Tomas de conciencia de colectivos que solo se pueden cercenar al coste de perder la virginidad democrática para sus victimarios.

Cuando se imponga la larga mano de la ley que se postula por encima del derecho a decidir, revirtiendo los efectos formales de la proclamación independentista, solo las urnas que ayer se negaron podrán restañar las heridas abiertas. Pero será en vano si lo que se busca son unos comicios patrocinados por Madrid como su corralito. Y muchos menos si, contra todo pronóstico, prosperaran tesis para ilegalizar las legítimas opciones independentistas. Esto último, en una interpretación espuria y dolosa del arsenal legal utilizado por el bipartidismo dinástico para liquidar al “entorno de ETA”. La única alternativa válida, democrática y sostenible pasaría por recepcionar aquí con plenas garantías los mecanismos de participación que han permitido deliberar y decidir en referéndum a otros ciudadanos europeos (Escocia y Bréxit), y que en países como Suiza suponen la esencia de su constitución profunda.  

Este escenario, utópico o factible, no evita las consecuencias directas de esa proclamación republicana de facto en Catalunya. A partir de ahora ya nada será igual en reino de Felipe VI. El Régimen del 78 queda seriamente afectado y con él el gobierno de la nación y el partido que le sustenta. Ciudadanos y su líder Albert Rivera se alzan como el banquillo por la derecha a la derecha instalada. Pedro Sánchez y el partido socialista se ciñen a la noria del PP, volviendo sobre los paso de la gestora que le derrocó, para evitar al sorpasso del susanismo rociero. Unidos-Podemos y el dúo Iglesias-Garzón quedan desterrados al limbo reservado a los arrogantes que han jurado en vano asaltar los cielos. Y los comunes de Ada Colau tendrán que esperar turno a rebufo de lo que la CUP haga, diga y consienta.

¿Estación término, pues, las elecciones del 21 de diciembre? La respuesta cabal implica despejar algunas incógnitas sobrevenidas. ¿Fue Rajoy y no Puigdemont quien ofreció la salida electoral de marras? ¿Aceptarán los soberanistas catalanes esa oferta con lo que implicaría de suspender hasta dicha fecha la república recién conquistada? ¿Obraran en consecuencia autodeterminacionista boicoteándola para vaciarla de contenido? Y una última cuestión colateral: ¿por qué el PSOE en el senado retiró in voce la enmienda que precisamente pedía suspender el 155 si se daba paso a unas elecciones autonómicas? El suspense sigue. Ceteris paribus.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid