No hay ningún motivo, ni profundo ni coyuntural, para defender a un personaje abyecto como el todavía presidente de Uzbekistán, Islám Karímov. Producto, como tantos otros, de una interesada reconversión desde las instancias directoras de la organización local del Partido Comunista de la Unión Soviética, Karímov exhibe un currículo poco edificante : si, por un lado, propició en el decenio de 1990 una fraudulenta privatización, las más de las veces en provecho propio, de buena parte del sector público de un país visiblemente empobrecido, por el otro se ha entregado a una feroz represión de toda disidencia que ha alcanzado incluso al islamismo de perfiles más moderados. Nadie negará, con todo, el talento táctico del personaje, que ha sabido granjearse el apoyo de los dirigentes de las dos grandes potencias -Rusia y Estados Unidos- que se disputan el Asia central de estas horas.

No hay ningún motivo, ni profundo ni coyuntural, para defender a un personaje abyecto como el todavía presidente de Uzbekistán, Islám Karímov. Producto, como tantos otros, de una interesada reconversión desde las instancias directoras de la organización local del Partido Comunista de la Unión Soviética, Karímov exhibe un currículo poco edificante : si, por un lado, propició en el decenio de 1990 una fraudulenta privatización, las más de las veces en provecho propio, de buena parte del sector público de un país visiblemente empobrecido, por el otro se ha entregado a una feroz represión de toda disidencia que ha alcanzado incluso al islamismo de perfiles más moderados. Nadie negará, con todo, el talento táctico del personaje, que ha sabido granjearse el apoyo de los dirigentes de las dos grandes potencias -Rusia y Estados Unidos- que se disputan el Asia central de estas horas.

Nada es más urgente hoy, con todo, que huir de los dos cuentos de hadas que, desde perspectivas diferentes, y ambos -bien es cierto- con algún fundamento material, pretenden relatarnos lo que ha ocurrido, desde finales de 2003, en Georgia, Ucrania y Kirguistán, y lo que podría ocurrir, conforme a un derrotero improbable de los hechos, en Uzbekistán. Olvidémonos ahora, dicho sea entre paréntesis, de discutir lo que al cabo tiene su miga : ¿Se han hecho valer en todos esos escenarios circunstancias razonablemente similares que justifiquen su inclusión en un mismo y uniforme proceso ?

El primero de los cuentos invocados sugiere que en todos esos países se han revelado durante años señales alarmantes de crisis económica, corrupción y espasmos autoritarios. De resultas, se habrían generado las condiciones propicias para una revuelta espontánea que habría aupado al poder a dirigentes llamados a promover cambios tan agudos como saludables. Semejante descripción olvida palmariamente los interesados pasos acometidos por potencias externas -ante todo Estados Unidos-, al tiempo que otorga a los nuevos gobernantes capacidades y voluntades difíciles de creer, tanto más cuanto que todos ellos proceden de las viejas estructuras de poder. Pensar que Yúshenko va a generar en Ucrania fórmulas de economía social frente al capitalismo mafioso imperante es, simplemente, darle la espalda a la realidad.

El segundo de los cuentos no es menos manipulador que el primero : atribuye todo el protagonismo de lo ocurrido a la insania de la política norteamericana, claramente orientada a disputarle a Rusia su zona de influencia y empecinada, de resultas, en desequilibrar regímenes allí donde, antes, no habría problemas mayores. Salta a la vista cuál es la tara que este cuento arrastra : mientras, por un lado, prefiere ignorar la condición de fondo, impresentable, de las viejas nomenclaturas reconvertidas encabezadas por los Shevardnadze, los Kuchma y los Akáyev, por el otro estima, caricaturizando la realidad, que las revueltas ’populares’ son, sin más, artificiales movimientos urdidos desde el exterior. Esta percepción no parece apreciar, en suma, mayor problema en la visión que los gobernantes rusos postulan de los hechos.

Concluyamos que cada vez es más urgente cuestionar por igual dos lógicas imperiales -la estadounidense y la rusa- y recoger los elementos creíbles que los dos cuentos de hadas referidos incorporan, desprendiéndose, en paralelo, de las distorsiones interesadas, y de las simplificaciones, que acarrean. Semejante tarea es tanto más relevante cuanto que en la trastienda lo que despunta es un escenario indeleblemente marcado por el relieve estratégico de muchos de los países afectados -aportan una atalaya decisiva para controlar los movimientos de potencias tradicionales y emergentes- y por la disposición, en muchos casos, de materias primas energéticas muy golosas.

Por razones fáciles de entender, la reflexión que acabamos de adelantar es de utilidad muy relativa en lo que atañe al hervidero uzbeco de estas horas : tanto Rusia como Estados Unidos parecen firmemente decididas a respaldar a Karímov. No hay que ir muy lejos en procura de una explicación : como quiera que el grueso de la oposición a aquel lo configuran movimientos más o menos marcados por el islamismo radical, Moscú y Washington se apuntan aquí, con descaro, al esquema del ’todo vale’ ante lo que, de manera inopinada, interpretan que ha de ser por definición caldo de cultivo de eso que ha dado en llamarse terrorismo internacional. Para nosotros, y entretanto, el problema debe ser otro : ¿Cómo conseguir que las poblaciones de estos países se deshagan de gobernantes impresentables sin por ello darle alas a gentes de dudosa moralidad y sin reírle las gracias, en paralelo, a Estados Unidos y a sus intereses ?


Fuente: Carlos Taibo | AGENCIA DE INFORMACIÓN SOLIDARIA