Por JORGE GÓMEZ BARATA. ALTERCOM
Sin la espectacularidad que aporta la novedad ni el estupor que produce el contacto masivo con el dolor, lo ocurrido en Nueva Orleáns sucede frecuentemente. La diferencia es que ahora la tragedia rozó al país más poderoso de la tierra y a la que se presumía la sociedad más opulenta del planeta, lo que añade un elemento de humillación que los pobres no experimentan.
Por JORGE GÓMEZ BARATA. ALTERCOM

Sin la espectacularidad que aporta la novedad ni el estupor que produce el contacto masivo con el dolor, lo ocurrido en Nueva Orleáns sucede frecuentemente. La diferencia es que ahora la tragedia rozó al país más poderoso de la tierra y a la que se presumía la sociedad más opulenta del planeta, lo que añade un elemento de humillación que los pobres no experimentan.

Los Estados Unidos son una colectividad hecha a mano que, mediante una delicada obra de ingeniería humana, había ocultado sus fealdades con una impenetrable fachada ideológica, formada por mitos políticos, jurídicos y consumistas, que todos creen porque creer es más cómodo que dudar.

Los monzones en la India y Bangla Desh, las avenidas del río Yangtzé, en China, los huracanes y los deslaves en Centroamérica, los tsunamis en el Pacifico, los terremotos en diversos lugares y otros fenómenos naturales con los que la civilización no ha aprendido a convivir, ocasionan enormes tragedias humanas que se suman a calamidades perennes.

El hambre y sus eternas compañeras : enfermedades, epidemias, elevadas tasas de mortalidad infantil y materna, baja esperanza de vida, ocurren en un entorno natural virginal, en el que los fenómenos atmosféricos y climáticos, constituyen el telón de fondo para dramáticos hechos y calamitosas experiencias colectivas que, a pesar de sus devastadoras consecuencias, raras veces logran sostenerse varios días en la gran prensa occidental, menos en verano cuando mandatarios y súbditos toman vacaciones que no deben ser perturbadas.

La tragedia no es novedad en el Tercer Mundo, sino realidad cotidiana y sus escalofriantes cifras e imágenes impresionan menos, porque forman parte de una rutina incorporada a la cultura de la desigualdad que es la ideología de la clase dominante.

Del mismo modo con que ningún estudiante se indigna hoy porque los esclavos romanos fueran arrojados a las fieras en pública exhibición y el hecho de que los europeos exterminaran civilizaciones enteras en el Nuevo Mundo para robarles sus tierras y despojarlos de sus riquezas, es asimilado con frívolo interés académico, un tsunami que mate a 50 mil personas es metabolizado con pena e inmediatamente rescatado para producir filmes, aventuras, comics y dinero.

Los trabajadores blancos de Europa y los Estados Unidos, la clase media de esos países que utilizan vasos y cubiertos desechables, compran un vestido para utilizarlos una sola vez y gastan en una tarde de copas lo que una familia pobre necesitaría para comer un mes, no estaban preparados para enterarse de lo que la frívola Nueva Orleáns ocultaba tras su exquisito buen gusto, sus magníficos barrios de tolerancia, sus fiestas de jazz y sus coquetos aires afrancesados, muy bien contextualizados con desenfado criollo.

La novedad no es la tragedia en si misma, sino la latitud. Ahora alcanzó al Norte que se presumía opulento e invulnerable a la humillante exhibición de pobreza unida al miedo primitivo, a la indefensión y el abandono que puso a Estados Unidos, el más reverenciado de los íconos del capitalismo moderno, ante sus propias inconsecuencias.

Katrina no ha enseñado nada al mundo pobre porque no ha revelado algo que no supiera ya, pero mostró a los norteamericanos lo que nadie les había dicho, con el agravante de haber puesto en evidencia a sus gobernantes, unos perfectos incompetentes, incapaces de auxiliar a una ciudad y preservar el orgullo de una Nación.

Ahora se sabe : en Estados Unidos la pobreza es tan degradante como en cualquier otra parte, la exclusión funciona como sucedáneo de la competencia y el fin de la segregación racial no provocó la integración social. Estados Unidos de América, no parece ser y quizás no sea una nación, sino una corporación mal administrada.

El mundo entero, especialmente los pobres, se alegran de que Estados Unidos se levante y deje atrás la tragedia, no sólo por humanidad sino porque a nadie le conviene su inestabilidad y su indefensión. No obstante, ya que hubo una lección de humildad, bueno sería que la aprovecharan.


*Jorge Gómez Barata : Profesor universitario, investigador y periodista cubano, autor de numerosos estudios sobre EEUU.