Artículo de opinión de Rafael Cid

En la época de la sociedad informacional, lo más difícil es la transmisión del conocimiento. Por personal e intransferible. Las hemerotecas están llenas de noticias que insinúan sucesos pasados, pero solo en la experiencia de haberlos vividos reside tener conciencia cabal de los hechos. De ahí la enorme dificultad del “vivir históricamente”, que decía el maestro Pierre Villar. Por eso hay que recurrir a modelos y supuestos que nos aproximen a una realidad  que no sea solo virtual.

En la época de la sociedad informacional, lo más difícil es la transmisión del conocimiento. Por personal e intransferible. Las hemerotecas están llenas de noticias que insinúan sucesos pasados, pero solo en la experiencia de haberlos vividos reside tener conciencia cabal de los hechos. De ahí la enorme dificultad del “vivir históricamente”, que decía el maestro Pierre Villar. Por eso hay que recurrir a modelos y supuestos que nos aproximen a una realidad  que no sea solo virtual. Una prueba de esta gap de comprensión la hemos tenido estos días, con motivo de los 35 años del Golpe de Estado del 23-F. Casi una anécdota en el calendario vital de las nuevas generaciones.

Estamos ahítos de informaciones sobre aquel acontecimiento que inflan lo accesorio y ocultan lo esencial, quizás porque aún están entre nosotros y con mando en plaza los principales protagonistas del 23-F de 1981. Y así dejamos de percibir el otro 23-F, de este 2016, que está discurriendo bajo los mismos railes sobre los que discurrió eso que en garbancera calificación se llamó “el tejerazo”. Seguramente para poner denominación de origen al oprobio y sanseacabó. Pero la estirpe sigue, impasible el ademán

Porque, ¿qué fue en resumidas cuentas el 23-F de 1981 sino un intento de reapropiación de lo público legítimo en nombre del Rey y por la fuerza de la extorsión de sus subordinados? Un atraco a mano armada que nunca podía terminar con perjuicio para el máximo convocado en el aquelarre debido a que la constitución vigente consagraba la inmunidad en la cúspide. Lo demás, nombres, apellidos, soflamas, embustes y folletines de periodistas, novelistas e historiadores prèt â porter  son parte del atrezo diario. Así es si así os parece. Una comedia. Un teatrillo. Títeres desde arriba.

Pues eso mismo, mutatis mutandis, ha acontecido 35 años después, el martes 23 de febrero de 2016, ante los ojos de una sociedad sometida  a la compulsión de imágenes que ocultan más que mil palabras. Mientras la Marca España que en 1981 apañó el butrón antidemocrático como una exclusiva y excluyente “noche de los tricornios” aprovechaba la efeméride para volver a coronarse como salvapatrias, en un tribunal de Palma de Mallorca se visionaba otro borbónico 23-F sin que casi nadie sacara las oportunas consecuencias.

Ni el 23-F de 1981 fue un intento de Golpe de Estado ni el 23-F de 2016 es un simple “caso Nóos” sin orden ni concierto, sino otro serial de cosas de Palacio Con una significativa diferencia. Si entonces nada se supo de la trama civil del “tejerazo”, quedando sus responsables en el secreto del sumario, militar por supuesto, ahora conocemos lo esencial y lo intuimos todo. A saber: que nuevamente el atraco se ejecuta bajo el santo y seña de la monarquía; que  el “elefante blanco” son cinco (la hija del Rey;  Cristina de Borbón; el abogado del Rey, el conde de Fontao; la amante del Rey, la princesa Corinna; el secretario de las infantas, García Revenga; y el jefe de la Casa Real, Rafael Spottorno, uno de los beneficiarios de las tarjetas black de Caja Madrid); que los apaños se oficiaban incluso en La Zarzuela y que le propio Rey Juan Carlos seguía puntualmente el curso del negocio familiar. 

Treinta y cinco años han servido para que donde el 23-F del 81 hubo un “caso cerrado” ahora, en este otro proceloso 23-F del 2016, prevalezca la “audiencia pública”. Se mantiene, no obstante, la misma impunidad en las alturas ante el descarado asalto de Estado. Y además, contra toda lógica, en vez de un único Rey hoy en España ofician dos: el de curso legal y el zángano. Puro enaltecimiento del borbonismo.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid