No es fácil escribir un libro, pero Philip M. Parker parece haber superado todos los obstáculos.Parker ha generado más de 200.000 libros, como demuestra una reciente búsqueda avanzada sobre su editorial en Amazon.com, lo que le convierte en "el autor más publicado del planeta", en sus propias palabras.

No es fácil escribir un libro, pero Philip M. Parker parece haber superado todos los obstáculos.Parker ha generado más de 200.000 libros, como demuestra una reciente búsqueda avanzada sobre su editorial en Amazon.com, lo que le convierte en «el autor más publicado del planeta», en sus propias palabras.

Entre los títulos publicados con su nombre están The official patient’s sourcebook on acne rosacea (168 páginas por 15 euros) ; Stickler syndrome : a bibliography and dictionary for physicians, patients and genome researchers (126 páginas por 18 euros) ; y The 2007- 2012 outlook for tufted washable scatter rugs, bathmats and sets that measure 6-feet by 9-feet or smaller in India (144 páginas por 314 euros).

Pero no se trata de libros convencionales, y quizá sea más preciso llamar a Parker recopilador que escritor. Parker, que también es profesor de ciencias empresariales en Insead (una facultad de Empresariales con campus en Fontainebleau, Francia y Singapur) ha desarrollado algoritmos informáticos que recopilan información a disposición del público sobre un tema (general o raro) y, con la ayuda de 60 o 70 ordenadores y seis o siete programadores, convierte los resultados en títulos de todos los géneros, muchos de ellos de unas 150 páginas que sólo se imprimen cuando un cliente lo compra. Aunque haya gente a la que esto le pueda parecer tramposo Parker, que tiene ideas algo provocativas y aparentemente rentables sobre lo que constituye un libro de consulta, no lo cree así.

Aunque se venden centenares de ejemplares de sus libros más populares, afirma, muchos se venden por docenas, a menudo a bibliotecas médicas que coleccionan casi todo lo que él produce. Ha ampliado su técnica y ahora abarca también los crucigramas, los poemas rudimentarios y hasta guiones para programas interactivos animados.

Y también está estableciendo las bases para componer novelas románticas generadas por nuevos algoritmos. «Ya lo tengo todo pensado», explica. «El cuerpo sólo tiene un número determinado de partes».

Si un lector se pone a hojear una obra como la de las perspectivas para las ventas de alfombrillas de baño en India, le costará encontrar una frase que haya sido «escrita» por el ordenador.

Al abrir un libro, encontramos la página del título, un índice de contenidos detallado y muchas páginas de gráficos con textos introductorios ajustados al contenido y al género.

Aunque nada indica que los libros de Parker sean generados por ordenador, un lector llamado David Pascoe estuvo cerca de averiguarlo, a juzgar por los comentarios que dejó en Amazon en 2004.

En una reseña sobre una guía del acné rosacea, una enfermedad cutánea, Pascoe, de Perth, Australia, se quejaba de que «el libro es más una plantilla para ‘investigación médica genérica’ que algo específico sobre el acné rosacea. La información es tan genérica que se podría utilizar para escribir un manual sobre cualquier tema médico con sólo ‘buscar y reemplazar».

Cuando le dijeron a través de un mensaje electrónico que sus sospechas eran acertadas, Pascoe respondió : «Supongo que ahora entiendo por qué el libro era tan aburrido y frustrante».

Parker estaba dispuesto a admitir muchas de las cosas que Pascoe afirmaba. «Si se te da bien Internet, este libro no sirve para nada», reconoce, y añade que Pascoe no debería haberse gastado los 15 euros que costaba. Pero sostiene que también hay gente que no sabe navegar tan bien por Internet y a la que estas guías le parecen útiles.

Lo que impulsó a Parker a involucrarse en este proyecto es la idea de automatizar tareas difíciles o aburridas. Según él, lo que hace es «deconstruir el proceso de llevar los libros a la gente. Cada paso que se nos ocurre, lo automatizamos». Y remacha : «Mi objetivo no es que el ordenador escriba frases, sino que realice las tareas repetitivas que de otra manera saldrían demasiado caras».

En una entrevista desde su casa en San Diego y en sus oficinas cercanas, Parker explicaba que su idea era ofrecer contenidos que el mercado había rechazado por la escasez de demanda. Eso es válido para cosas escritas en un lenguaje incomprensible, para enfermedades extrañas o productos relativamente desconocidos.

Parker compara sus métodos con los de un editor tradicional, sólo que con los suyos el ordenador hace parte del trabajo.

Los investigadores del campo de la inteligencia artificial afirman que los ordenadores están lejos del concepto de escritor que tiene el público general.

«Hay un espectro continuo, también conocido como cuesta resbaladiza, entre un programa que escribe automáticamente una guía de teléfonos y un programa que genera textos en inglés con el grado de variedad que se podría esperar de un hablante de inglés medio», explica Chung-chieh Shan, profesor adjunto del departamento de informática de la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey. «El primer programa es fácil de escribir, pero el segundo es muy difícil ; de hecho, es como el santo grial de la lingüística».

Últimamente, Parker se inclina más por temas ligeros con orientación didáctica.

Ha invertido en videojuegos basados en palabras y programas interactivos que enseñan inglés a extranjeros. YouTube tiene muchos ejemplos de estos juegos, que cuentan con guiones generados por ordenador.

La versión menos tecnológica de esos juegos son los miles de libros de crucigramas que Parker ha realizado en unos 20 idiomas. Las pistas están en un idioma extranjero y las respuestas en inglés.

Como parte de su amor por las palabras y los diccionarios de todos los idiomas, Parker afirma que ha empezado a utilizar el ordenador para escribir poemas.

Como es lógico, una de las dificultades de generar 100.000 poemas es pararse a evaluar su calidad.

«¿Cree que alguno se le podría atribuir a Shakespeare ?», le preguntaron. «No», responde. «Pero sólo porque todavía no he hecho sonetos».


Fuente: NOAM COHEN (NYT)