En un nuevo intento para comprender a las sociedades –intentos baldíos, casi siempre, pero necesarios para humanidad-, quizás, ya deberíamos de haber aprendido que nada puede fundamentarse sin el conflicto. Que nada ocurre sin el juego de las contradicciones renovado constantemente por los mecanismos de la duda, luchando cuerpo a cuerpo con los intentos ideológicos cimentados en el totalitarismo del poder -el siglo XX es un claro ejemplo-.

Su datación es intemporal, lo mismo
que su entramado, el cual, se ha ido perfeccionando tecnológicamente
ya que su intención tiránica es permanente. Si algún concepto
puede considerarse como cosmopolita, no es otro que el poder.
Es común a todos los países, en todos los lugares encuentra patria
y discípulos aclimatando sus posibilidades, fatalmente destructoras,
en la ciudad universal a la que todos pertenecemos.

Su datación es intemporal, lo mismo
que su entramado, el cual, se ha ido perfeccionando tecnológicamente
ya que su intención tiránica es permanente. Si algún concepto
puede considerarse como cosmopolita, no es otro que el poder.
Es común a todos los países, en todos los lugares encuentra patria
y discípulos aclimatando sus posibilidades, fatalmente destructoras,
en la ciudad universal a la que todos pertenecemos. Nos encontramos
ante el mínimo común múltiplo de las sociedades que ya describía
la ideología marxista: “las ideas dominantes son las de las
clases que tienen el poder económico y político”.

El origen del término
cosmopolita es, de nuevo, Grecia; donde los filósofos estoicos se
identificaron como ciudadanos del mundo, la cosmópolis –la ciudad
universal mencionada-. Pero, fue el Imperio Romano el que aplicó su
desarrollo práctico en base al poder, impregnando su funcionalidad
cosmopolita por el orbe conocido, sufriendo, finalmente, la fatalidad
corruptora de su ambición. Convirtieron el cosmopolitismo en un club
elitista, basado principalmente en los privilegios económicos que se
fueron instalando en los diferentes terrenos conquistados por el
poder de la fuerza, potenciando privilegios y ventajas que afectaron
a las libertades personales y políticas, destruyendo la personalidad
de los pueblos conquistados bajo la batuta de la corrupción. De
nuevo la sociedad cruzó el Rubicón del comportamiento pasando de la
Edad Antigua a la Edad Media, época de desconcierto. Estos datos
deberían de estar siempre presentes en la memoria de los que
organizan las sociedades.

Jorge Santayana es el
autor de una frase que golpea fuertemente en la conciencia de la
humanidad: “el que olvida la historia está condenado a
repetirla”.
Y la Historia siempre se olvida de los marginados,
de los derrotados y humillados en función del progreso, reflejando
en sus cuartillas la herencia de los poderosos. “Necesitamos la
historia, pero no del modo en que la necesita un gandul en el jardín
del conocimiento” Del uso y abuso de la historia,
Nietzsche.
Los marginados sólo tienen sitio en el festín del consenso al
precio de olvidar los ultrajes disfrazándose con el velo de la
ignorancia. Como ha ocurrido tras la Guerra Civil en este país, de
nuevo gobernado por los herederos. De nuevo marginados en el olvido
los derrotados.

Demos un salto al
presente. La situación internacional actual nos demuestra,
desvelándonos y anunciándonos su procedencia –pero no nos
enteramos o no nos queremos enterar-, que nos encontramos, otra vez,
en la frontera de un recambio estructural. En la orilla de otro
Rubicón de la historia, respecto a las relaciones entre las
sociedades y las personas que las componen, con similares
protagonistas: Grecia, Italia, Europa, el poder, la globalización
cosmopolita y los privilegios económicos- en este caso de la elite
bancaria-, que están afectando a toda la política internacional
poniendo en peligro las libertades conquistadas al precio de la
sangre de los marginados por la historia oficial.

Al igual que el
Renacimiento proyectó una nueva mirada en la forma de ver el mundo
desde el humanismo, abandonando, en cierta manera, los dogmatismos
que proscribían los padres de la Iglesia a través de las
Escrituras, para enfrentarse al mundo como realidad física desde el
artificio de la perspectiva (una abstracción que carece de
materialidad); o el camino que tomaron las civilizaciones bajo la
Ilustración con la finalidad de disipar las tinieblas de la
humanidad mediante las pretenciosas luces de la razón (los
pensadores de la Ilustración sostenían que la razón humana podía
combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, y construir
un mundo mejor), al igual, como digo, que estas expresiones denominan
las mutaciones necesarias para el desarrollo humano mostrando las
fronteras del tiempo y las cicatrices sociales -guerras,
revoluciones, campos de exterminio y de trabajo en condiciones de
esclavitud…-deberíamos de estar un poco más atentos, para
observar que ha sido siempre el poder el que concede estas
transformaciones amparado bajo la mascarada del progreso humano,
concediendo siempre los privilegios a los herederos elegidos,
olvidándose por completo de los marginados, como ya hemos
mencionado. Esa es la esencia del cosmopolitismo del poder.

Un ejemplo. Los
militares, siempre con el pretexto de hacer frente a la
inestabilidad, al desorden y al caos político, acaban ocupando las
posiciones dominantes de la vida política. No hace falta más que
echar una mirada a cualquier época de las que hemos mencionado, sin
olvidarnos del presente que vivimos. Si la clave de la política
reside en el gobierno y la del gobierno en el poder, la historia
política de la humanidad es la historia del poder. Los sedimentos de
esta historia –eurocentrista, elemento que tampoco tiene que
pasar desapercibido- descansan sobre escombros y cadáveres. Lo que
para unos fue una catástrofe, para otros, para los vencedores que
escriben la historia, es brillante consenso. Esta es una de las
claves entre los marginados y los herederos.

Avanzar sobre las
víctimas, aceptar sin sonrojo ninguno la producción de víctimas,
como si la conquista de nuevas metas tuviera un inevitable costo
humano y social, ese parece el fin del cosmopolitismo del poder. Es
como si hubiese concertado una estrategia política en maridaje con
la violencia cuya misión es desembocar en el progreso, olvidándose
de los marginados que se han quedado en las cunetas de la historia.
¿Por qué no juzgar los logros, relativos, siempre relativos, del
progreso a partir de los sistemáticamente oprimidos y marginados?
Reivindicar su lugar en la historia, a pesar de que sólo nos ha
llegado el silencio, la indiferencia y el desconocimiento. Nuestra
procedencia originaria, como humanos, tiene un tronco común, un
cordón medular que nos une y nos identifica, aunque nuestro
comportamiento sea desmesurado en los hechos, cuyos rasgos más
significativos no están en nuestros libros sino en las tierras y los
rostros. Ambrose Bierce, en su Diccionario del Diablo
representa a la Humanidad como una “especie animal tan sumida en
la ensimismada contemplación de lo que piensa que es, que a menudo
se olvida de plantearse lo que evidentemente debiera ser…su
principal ocupación es el exterminio de otros animales y de su
propia especie”.

Es evidente, como expresó
Saramago, que el tiempo de los descubrimientos aún no ha terminado.
Intentemos aprender de la historia embelleciendo el cosmopolitismo
descubriendo a los otros. Continuemos descubriéndonos a nosotros
mismos, olvidemos el poder y las apariencias. Vivamos.

Las leyes actuales,
herederas de la historia, nos gobiernan por medio de la obediencia
bajo la batuta de la violencia –ejércitos, policías y embusteros
de la política-. Estas leyes son falsas. No son hijas del estudio y
común ascenso de los hombres, se han olvidado de los marginados. Son
hijas de una minoría bárbara que se apoderó de la fuerza bruta,
para satisfacer su codicia y su crueldad. Kafka lo expresó
gráficamente en su “Informe para una Academia” en el que
un ex-simio tuvo que explicar su evolución ante la humanidad a unos
señores académicos que creían detectar unos rasgos simiescos bajo
su apariencia civilizada. Recuperemos a los marginados para construir
otro cosmopolitismo. Renunciemos por ley a las herencias… no crean
más que problemas.

Julián Zubieta Martinez


Fuente: Julián Zubieta Martinez