El 16 de mayo de 2012, participé en un debate organizado por Òmnium Cultural en Tarragona sobre la independencia de Cataluña a partir de la publicación del libro coordinado por Roger Torras "¿Por qué queremos un estado propio? Sesenta intelectuales hablan de la independencia de Cataluña ", dentro del ciclo de charlas-debate" Reflexiones en torno a Cataluña, nuevo estado europeo ".

En la charla, compartida con Roger Torres, coordinador del libro, el ex alcalde de Valls Jordi Castells y el profesor de Filología Catalana y escritor y Magí Sunyer, defendí varios puntos sobre la liberación nacional y social sobre lo que ahora me extenderé después de que José Cots, de Òmnium de Tarragona y amigo, me lo pidiera varias veces. 

En la charla, compartida con Roger Torres, coordinador del libro, el ex alcalde de Valls Jordi Castells y el profesor de Filología Catalana y escritor y Magí Sunyer, defendí varios puntos sobre la liberación nacional y social sobre lo que ahora me extenderé después de que José Cots, de Òmnium de Tarragona y amigo, me lo pidiera varias veces. 

Mi intervención y las posteriores aportaciones que hice en el debate iban en la línea de poner en duda los argumentos que defiende este independentismo de derechas, aunque se llame a sí mismo «transversal» que últimamente patrocinan los medios de desinformación principatinos y que es el responsable de haber sacado a la calle la mayor manifestación independentista de la historia de las cuatro provincias. Digo de derechas porque es eso mismo hablar de independencia y al mismo tiempo hacer pactos con el PP que dejarán la mayoría de la población de esta tierra mítica que dicen que quieren liberar en la miseria. O no hacer pactos y dejar a la gente sin sanidad, ni educación de calidad, proteger los bancos que nos roban con participaciones preferentes o cualquier otro invento, proteger a «la Caixa» y sus montajes empresariales de la desobediencia ciudadana, rebajar los salarios de la mayoría por -dicen y mienten- salir de la crisis -robo- o aplaudir a la policía cuando abre la cabeza a la gente que lo único que hace es ejercer el derecho de ciudadanía y protestar… Una parte importante de los patrocinadores de la manifestación han hecho esto mismo en los últimos años y en los últimos meses y semanas y no se ve por ninguna parte ninguna intención de cambio. 

Ahora bien, la gente que salió a la calle siguiendo este lema del estado propio ¿lo hizo para esto mismo? ¿Para destrozar sanidad y educación y que no se note tanto con la excusa de que «liberan» (o no) a la vez la patria? Claro que no. Los dueños son muy hábiles y necesitamos reconocer este don que tienen que hace mirar hacia otro sitio mientras nos roban y al mismo tiempo hace desaparecer las reivindicaciones sociales junto a las nacionales, cuando en este pedazo de mundo unas y otras han ido y creo que deben seguir yendo juntas y juntas, como un todo que a la vez que nos hace libres como catalanas nos libera como personas. Pero miremos lo que dicen y veremos quiénes son… 

Como personas que vivimos en los Países Catalanes repartidos en cuatro estados y donde aún se habla o hay rastros de la lengua catalana, somos nosotros el sujeto activo que debe hablar a la hora de pedir la libertad de la tierra y de la gente. Por ello, lo primero que quise resaltar en la charla mencionada y que creo que hay que tener en cuenta es el marco territorial, que también se ha fundido como hielo en una olla al fuego. Para mí, este sigue siendo los Países Catalanes, a pesar de las posibilidades que tengan las cuatro provincias de convertirse en un estado, porque el nervio de la nación es la lengua, no el expolio fiscal ni el Barça ni la Moreneta, y la lengua que se habla en Guardamar y en Salsas, en Ibiza y en Fraga. Ojalá los independentistas de derechas tuvieran tan claro como tienen los unionistas de derechas e izquierdas el marco lingüístico cuando la atacan sin vergüenza en cada una de sus eslabones más débiles o no tan débiles. Si tuviéramos el expolio fiscal que tenemos y no tuviéramos lengua está claro que podríamos llegar a ser un estado a partir de la concienciación de la injusticia económica que éste supone, pero está claro también que no seríamos una nación, al menos tal como la hemos construido ideológicamente los últimos doscientos años. Podemos cambiarlo, aunque yo no lo cambio por unas propuestas basadas en chistes (la risa es buena pero solo, sin nada más no lleva a ninguna parte), lugares comunes ni discutidos ni hablados, cómo hacer el centro de la lucha independentista la gratuidad de las autopistas (este no es el gran problema aunque no quiero negar que desobedecer no pagando es una potente forma de formarse en la desobediencia) u otras formas de pasar el rato para construir un ideario que cuando lo explicas fuera de nuestro ámbito nacional propio algunas veces llega a hacer reír, ya me disculparéis… Y digo que hace reír teniendo en cuenta otras naciones, procesos, etc. 

Aparte de que si hablamos de dinero, hablemos. Así, si el expolio fiscal del Principado descabezado por parte de España es insoportable para una cierta burguesía y para el resto de gente, nos dicen, para este «resto de gente» es mucho más lesivo notar cómo las grandes fortunas reciben la protección de leyes, jueces y policía y los trabajadores y trabajadoras, las personas que vivimos de nuestro salario cuando tenemos trabajo (que a pesar de que nos quiera hacer pensar lo contrario, seguimos siendo mayoría) sufrimos un robo constante para muchos de los que se quejan de este «gran atraco» cada uno de los días de nuestra vida, tanto por parte del Estado como de los encargados de la finca principatina que salen como el que más acumulando dinero que nunca reparten como no sea con los suyos. Para nosotros, salarios bajos, pocos impuestos a los ricos y no persecución de los ladrones que se saltan hasta sus normas (Millet y compañía continúan disfrutando de una vida regalada mientras las prisiones que gestionan desde Barcelona están llenas a rebosar de «pequeños delincuentes «). Todo ello, para que el insulto a la inteligencia sea más grande, bien acompañado por la desaparición de las condiciones mínimas de bienestar social que cualquier ser humano necesita: casa, sanidad, transporte, cultura, educación… No es este el camino que parecen querer seguir muchos de los que a última hora, como iluminados por no se sabe quién, se declaran independentistas. No es el camino de la igualdad económica, del reparto de dinero y la defensa de los derechos sociales existentes pensando siempre en su extensión. Y que quede claro que no es por ser de última hora que los critico aquí, ya que cada uno elige cuando cambia de opinión, sino por los intereses ocultos de clase que su opción independentista acoge, no llamados pero sí explicitados en cada uno de sus movimientos y acciones. Y repito e insisto que aquí hay que separar a la gente que de buena fe, la mayoría, participó en las movilizaciones últimas de las personas que intentan dirigir el proceso y en buena parte lo consiguen repitiendo lo del «Primero la independencia y luego ya veremos» mientras no dejan de robar a las clases bajas y medias derechos y protección social desde una evidente opción de clase, de derechas en este caso. 

Para terminar quisiera hacer una reflexión sobre el concepto tan tocado, retocado, dicho y repetido de independencia. Hoy en día, vivimos en un macroestado autoritario y poco democrático llamado Unión Europea, una estructura dirigida por el Banco Central Europeo al servicio de los intereses del gángster banco Goldman Sachs (culpable de la «crisis-atraco» que estamos sufriendo, no solo pero sí muy acompañado). En la Unión Europea dominada por los «mercados», la democracia es sólo una palabra sin contenido. Aquí y en este momento de la historia, los estados no tienen ni voz ni voto (a pesar de las bromitas de bar sobre si Alemania, Francia, Merkel o Sarkozy-Hollande), sino que sólo están para hacer cumplir las normas que desde la economía capitalista nos dictan y que tienen un objetivo: hacer negocio para un grupito de ultraricos con la privatización de lo que fue la Europa social, el estado del bienestar, etc. Hoy, aquí, apelar a la independencia y punto como proyecto emancipador, tal como se hacía hace unos años basándola en la creación de un nuevo estado y punto está fuera de lugar o directamente resulta ridículo. El estado no garantiza la independencia. El ejemplo lo tenemos en Grecia, un estado que no es independiente, o en el Estado español, que seguirá el mismo camino. El estado propio, pues, no es garantía de nada más que no sea el control sobre la violencia policial, siempre al servicio de los mismos y como ejemplo las 125 personas detenidas por Felip Puig con motivo de la huelga general pasada y los cero detenidos por delitos económicos (sí, ya sabemos que los ricos tienen la legislación hecha para que robar no sea delito pero es que no detienen ni los que se saltan sus propias normas…), y algún servicio de beneficencia que pueda hacer la función de caramelo envenenado para reducidos grupos de personas que se peleen por los muelles y distraigan así su rabia lógica ante la miseria que se extiende ante la pobreza que los engulle. 

Por tanto, que nuestra casa sea los Países Catalanes y que este sea nuestro marco mental siempre, sin apriorismos de nombres ni de mapas pero sí con la voluntad firme de ejercer de catalán (con nombres y formas diversas) en toda la nación es un objetivo factible, como todos los que planteo, que nos puede hacer ir más allá. 

Que no aceptamos la Unión Europea como único marco posible de relación internacional es una posibilidad que hay que defender en todas partes. Hay que decir bien claro que el Estado no asegura nada, porque hay estados que son puras colonias y, por tanto, debe ser la sociedad civil organizada la que construya la independencia más que una mayoría simple de votantes que gane un referéndum. Con esto no niego el referéndum sino que afirmo el proceso como constitutivo real de la independencia. Porque es la independencia el camino pero no el objetivo final.

Jordi Martí Font


Fuente: Jordi Martí Font