Artículo de opinión de Rafael Cid

“La paciencia forma parte de la inteligencia”

(Lucio Urtubia)

“La paciencia forma parte de la inteligencia”

(Lucio Urtubia)

El pasado sábado 9 de abril mi compañera y yo nos acercamos a la Puerta del Sol para solidarizarnos con los acampados parisinos de la #LaNuitDebout contra las políticas del gobierno Hollande. Acudimos cuatro gatos y nuestro propósito se quedó en simple conato. Nasciturus. Los indignados de ayer están ahora pendientes de los nuevos partidos emergentes, startups institucionalistas que sirven como inhibidores de la relación directa. El intento de montar una asamblea fracaso estrepitosamente porque, además, el megáfono que teníamos era un cacharro y más que facilitar la comunicación invitaba a la estampida. “Qué se le va a hacer”, nos dijimos, “otra vez será”. Resultaba inútil luchar contra los elementos y la desidia de la gente. Nos quedamos con las ganas de hacer una concentración guapa por los cabreados franceses.

Así que dimos media vuelta y nos fuimos a oír a Lucio Urtubia hablar de sus experiencias en una librería colaborativa próxima. Genio y figura, con lleno hasta la bandera, el libertario residente en la capital de la luz fue desgranando sus peripecias como altruista expropiador ácrata. Al terminar el acto nos acercamos a saludarle. “He leído lo tuyo sobre Podemos”, me dijo, al tiempo que recordaba que en el año 2001 había presentado su primer libro en un Ateneo de Valladolid. Quedamos en volver a vernos en París y nos despedimos. Al llegar a casa, hojeo su autobiografía “La revolución desde el tejado” por la parte referida al mayo del 68. Sorpresa, también Lucio se topó entonces con imponderables. Cuando su grupo quiso improvisar un mitin en Clichy vio que el altavoz no funcionaba y, lo que era peor, que el “agitador” que los estudiantes de la Sorbona les habían enviado para enardecer al público era tartaja. Sin embargo, perseveraron: paciencia y a barajar. Más tarde, tras empapelar el barrio con pasquines de la nueva convocatoria y tirar del boca a boca, la cita resultó todo un éxito. La imaginación y el bricolaje al poder.

Porque ya se sabe, “el ojo del amo engorda al caballo”. Aunque hasta que llegó Heisenberg con su “teoría de la incertidumbre”, demostrando que la posición del observador influye en lo observado, el popular proverbio careció de aval científico. Y eso es en buena medida lo que ha ocurrido con las “primaveras árabes”, primero, y con sus secuelas europeas tipo 15-M, después. Que hemos banalizado el contexto. Hay dos vectores, a intramuros y extramuros, que galvanizaron las conciencias para que el pueblo, infieles y creyentes, se echara a la calle. Hablamos de esa perfecta escenificación del pensar global y el actuar local que identificara Patrick Geddes en su clásica obra “Ciudades en evolución”.

El primero es ideológico, y consiste en la evidencia empírica de que la trama esencial de aquellas movilizaciones ciudadanas se forjó contra la sedicente izquierda en el poder. Desde Túnez a El Cairo, pasando por Madrid y París, la indignación popular hizo diana sobre gobiernos con credenciales socialistas: Ben Alí (Túnez), Hosni Mubarak (Egipto) Rodríguez Zapatero (España) y Hollande (Francia). Todos ellos en nómina de la Internacional Socialista (IS). Los partidos de los dos primeros fueron expulsados de la IS tras su derrocamiento por las mareas ciudadanas, y PSOE y PSF siguen en plantilla porfiando su redención. Un asunto que entraña una cierta mutación política contradictoria con ese lugar común de que “contra la derecha se lucha mejor”. A no ser que las nuevas generaciones estén pasando de etiquetas e interpreten el mundo más allá de clichés políticos y maniqueísmos ideológicos.

El otro vector es exógeno. Se trata de la oleada de masivas filtraciones habidas en ese periodo sobre “secretos de Estado” a escala global. Y se encarna en los nombres ya tan conocidos como el soldado Manning, Assange, Snowden, Wikileaks, Falciani (por cierto, todos “represaliados” a posteriori por el sistema) o el equipo que está detrás de los Papeles de Panamá. Revelaciones de alcance mundial todas ellas que precedieron al primer estallido social del 17 de diciembre de 2010 en Túnez, a raíz del suicido de un joven sin recursos al que la policía había requisado su puesto callejero de venta de frutas y verduras. Poca duda cabe, visto en perspectiva, que el choque entre la divulgación de los ficheros sobre las fechorías cometidas impunemente por los grandes poderes y la lacerante desigualdad de la población mundial, contribuyó al nacimiento de una nueva conciencia de indignación y resistencia planetaria. Y con ello, empezó a cuestionarse ese “principio de infalibidad” con que, según Paul Feyerabend, suele blindarse a todo lo institucionalmente establecido en la vigente sociedad corporativa.

Con una notable diferencia respecto a pasadas revueltas. En esta ocasión, el punto de ignición radica en personas que actúan como Caballo de Troya del statu quo. Manning y Snowden, por ejemplo, eran empleados de agencias de inteligencia norteamericanas. Posiblemente sin la polinización mental que los sabotajes de esta guerrilla hacker ha provocado desde junio 2010, cuando se inician las filtraciones incontroladas a través del portal de internet Wikileaks, la dimensión de la protestas hubiera sido menor y su capacidad de contagio censurada. El pensar global y actuar local que ese proceso puso en marcha es algo inédito en la historia de las rebeliones populares porque introduce un sesgo bidireccional arriba-abajo y dentro-fuera de carácter subversivo-implosivo. Algo desconocido desde la ya remota filtración de los “Papeles del Pentágono en 1971 por Daniel Ellsberg, otro analista del ejército de Estados Unidos, en protesta por la guerra del Vietnam.

Urtubia y los emboscados hackers representan dos modelos de combatiente por los derechos humanos, distantes solo por las herramientas de trabajo, no por su oficio de transparencia global, y porque mientras el primero actuaba contra el sistema desde fuera del sistema y a pecho descubierto, los otros lo hacían desde el mismo vientre de la ballena como avanzada del ciberactivismo encriptado en el capitalismo inmaterial-informacional. Da igual que se trate de expropiar a los poderosos para dárselo a los necesitados (de toda condición: económica, política o social), o de denunciar la corrupción viral de los Estados autocráticos que hacen negocio de las crisis, las hambrunas y las guerras.

Lo decisivo, en suma, es que ambos, disidentes antisistema y hackers intrasistémicos, lanzan un mensaje de esperanza contra el fatalismo del “no hay alternativa” concienzudamente alimentado desde los púlpitos oficiales para estimular la resignación general. Una apuesta directa interactiva que llama a reivindicar la contienda democrática y la crítica permanente como principal camino de emancipación integral y de la lucha contra el culto a la impersonalidad. Un “dormíamos, despertamos” que se ha vuelto a activar espontáneamente en el corazón de los atónitos ciudadanos al ver el criminal comportamiento de los gobiernos occidentales ante el vértigo distópico del éxodo y la exclusión (refugiados, inmigrantes, marginados). Otra confirmación de que “no nos representan” que ahora también asoma en la #NuitDebout gala con llamada incluida a la responsabilidad humanitaria. Algo que el viejo liberal John Stuart Mill siempre tuvo muy claro: “la fuerza intelectual y la fuerza moral, así como la fuerza muscular, no progresan más que en tanto se ejercitan”.

(Nota. Este artículo se ha publicado en el número de mayo de Rojo y Negro)

Rafael Cid

 


Fuente: Rafael Cid