Artículo de opinión de Rafael Cid

“Y así pasan los días, y yo desesperando,

y tú, tu contestando; quizás, quizás, quizás”

(Canción popular)

“Y así pasan los días, y yo desesperando,

y tú, tu contestando; quizás, quizás, quizás”

(Canción popular)

¡Qué fastidio! ¡Qué hartazgo! Otra vez al molino la burra vuelve y la cebada al rabo. Pasan los años y las generaciones; los equinoccios y los solsticios; se suceden las mareas y los plenilunios, y parece que no aquí madura no es de recibo. Faltos de experiencia propia, huérfanos de responsabilidad directa, otra vez el personal descubre el ritual electoral como única dispensa. El péndulo político recobra su tradicional ritmo como marcapasos de nuestra dependencia, mientras las urnas resplandecen sublimando afanes y expectativas.

El resultado de las recientes elecciones andaluzas tiene un sesgo decepcionante que evidencia la dificultad para cambiar las creencias de la gente sencilla. Como señala en un sagaz artículo Pedro Antonio Honrubia <ni Eres, ni cursos de formación, ni Chaves, ni Griñán, ni 34% de paro, ni recortes en sanidad, educación, ni ser el pueblo con las peores condiciones socioeconómicas del Estado, ni nada de nada de los muchos argumentos similares que se podrían añadir, a la hora de la verdad, el PSOE se mantiene como fuerza hegemónica de la izquierda -y, por ende, de la política- andaluza>.

Tal suele ocurrir con los pueblos que han hecho de la resignación código de conducta, el 22-M se ha votado a la contra, no a favor. Se ha preferido lo malo conocido. ¡Como en casa en ningún sitio!, podría intuirse escrito con tinta indeleble en las papeleteas que han revalidado en el poder a los mayores latifundistas políticos de la reciente historia andaluza. Más de lo mismo, pero por voluntad popular, “democráticamente”. Por eso el merecido y justo castigo al PP regional y a sus mercenarios venidos desde Madrid se ha traducido en un respaldo ciego a los trapisondistas de los EREs y a los sablistas de los Cursos de Formación. Unos de los nuestros. El miedo a quedarse sin la dádiva y la limosna de mamá Junta de Andalucía sigue guardando la viña. Franquismo sociológico: cuando termine esta legislatura el PSOE-A llevará gobernando en solitario más años en Andalucía que Franco en toda España.

Es difícil ser osado donde la sedicente izquierda que monopoliza el poder resulta a la vez la madrina de las tradiciones más cerriles. Pan y toros. Feria de Abril. Semana Santa. Virgen del Rocío. La Andalucía de Carmen y Merimé con la España de charanga y pandereta unidas bajo la egida del puño y la rosa. Ante eso, no hay Podemos que valga. Sobre todo si además los rojos de referencia eclipsan el firmamento político sumándose al negocio de blanquear la estafa social más grande jamás contada. Bien lo sabía el socialismo de faralaes cuando eligió a la Duquesa de Alba hija predilecta de Andalucía.

Dicen, y dicen bien, que en Andalucía el bipartidismo ha resistido el embate de los indignados (el 62% de los votos) en las urnas. Pero a esa constatación habría que añadir un factor tan real como inquietante: lo ha hecho gracias al apoyo de “los de abajo”. Porque si a la lógica transferencia de voluntades desde Izquierda Unida (IU) a Podemos se hubiera unido el no menos consecuente trasiego de seguidores del PSOE-A a las filas de la formación morada en pago a 33 años de mangancia y latrocinio, el camino hacia la ruptura democrática permanecería abierto. Y además esa tendencia, con un Partido Popular a la última pregunta, habría sembrado la senda para una nueva etapa constituyente en el recuento de los comicios de 2015. Pero el pueblo ha hablado.

El mapa político resultante, con la irrupción de dos nuevos actores institucionales como Podemos y Ciudadanos, provocará inevitables desplazamientos en el tablero. La estabilidad ya no dependerá tanto de las alianzas que los partidos hegemónicos, PP y PSOE, establezcan con PNV y CiU, en nombre del nacionalismo vasco y catalán, como ha venido ocurriendo. En lo sucesivo esos pactos se trenzarán prioritariamente con las formaciones emergentes. El péndulo va a pivotar más sobre los flancos abiertos a diestra y siniestra, pero sin anclaje en los extremos. Un arma de doble filo, porque si por un lado esa nueva realidad hará más fiable una gobernabilidad centralista, por otro, al cortar el cordón umbilical entre centro y periferia, el nacionalismo se verá obligado a recobrar aspectos radicales de su identidad antes solapados por “razón de Estado”.

Faltos de un análisis de fuste democrático que lo justifique, los medios afines al PSOE tratan de excusar el seguidismo político de una mayoría de la población a sus colores ungiéndole con el estandarte del nacionalismo andaluz. Según estos exégetas del pensamiento de Blas Infante en versión Ferraz, estaríamos ante la genuina expresión nacionalista de Despeñaperros para abajo, lo que explicaría su éxito incontestable durante más de tres décadas. Pero se trata solo de una mixtificación para banderilleros y espías sordos. De la misma manera que ni el PNV ni CiU son representantes exigentes del vasquismo o del catalanismo, sino sus modalidades oportunistas, el PSOE no ha inventado el nacionalismo andaluz. Basta cambiar el sustantivo para pasar de “el Estado soy yo” a “Andalucía, Euskadi, Catalunya soy yo” como timbre de gloria del absolutismo cañí.

Lo que hecho el socialismo vernáculo en Andalucía ha sido aprovecharse del costumbrismo más rancio, folklórico y beato que allí impera. La prueba es que cuando se habla del nacional-andalucismo la percepción general entiende que en realidad se quiere decir nacional-catolicismo. La España de Frascuelo y de María.

Rafael Cid

 


Fuente: Rafael Cid