Por mucho que nos propongan olvidar o silenciar nuestro pasado, existe algo de lo nadie puede escapar en este país: todos los que formamos parte de esta sociedad, parados, desahuciados, indignados, mangantes, potentados, gente normal y mercachifles varios, todos, absolutamente todos, salimos de la misma dictadura. Parece que podrían quedar exentas de esta afirmación las generaciones más actuales y la inmigración, pero sus abuelas, madres, tíos y tías…y las leyes que les regulan, les enganchan a ese pasado. Es a ellos a quien va dirigido este artículo, para que sepan que nuestro infortunio actual es, una vez más, la continuación de nuestro pasado.

A nuestros jóvenes hay que exponerles que nos despegamos de los tentáculos del franquismo asomándonos al borde de un precipicio que nos enseñaba la tremenda fractura entre nuestra realidad y la ilusión del tan ansiado progreso. Eso sí, siempre al otro lado de los Pirineos, nunca en la otra orilla del Mediterráneo. Que tremenda banalidad –como diría una gran amiga-, y que amarga desilusión nos llevamos. Dicen que salimos. Decían que para ser europeos. Y nos dijeron, que ya éramos “desarrollados” al modo occidental.

A nuestros jóvenes hay que exponerles que nos despegamos de los tentáculos del franquismo asomándonos al borde de un precipicio que nos enseñaba la tremenda fractura entre nuestra realidad y la ilusión del tan ansiado progreso. Eso sí, siempre al otro lado de los Pirineos, nunca en la otra orilla del Mediterráneo. Que tremenda banalidad –como diría una gran amiga-, y que amarga desilusión nos llevamos. Dicen que salimos. Decían que para ser europeos. Y nos dijeron, que ya éramos “desarrollados” al modo occidental. Lo primero y lo segundo, por obviedad no necesita explicación. A lo tercero, como siempre, llegamos tarde y, desde luego, no está muy claro en qué consiste ese desarrollo. Para entonces, por estos lares, el corporativismo transnacional (léanse las multinacionales) ya había comprado la esencia que habíamos confiado a los partidos políticos. Desde entonces, la apisonadora neoliberal no ha cesado su influencia privatizadora, dibujando el perfil de un estado fracasado.

Su doctrina ha sido, y es, hasta ahora, infalible. La creación de situaciones o, tan sólo, de expectativas de bienestar, ha ido anulando de un plumazo cada una de las reivindicaciones sociales que se nos planteaban a la salida de aquel régimen autoritario. Partíamos de un estado aislado y subordinado internacionalmente, centralista, que desconocía las libertades, que había generado una sociedad cerrada y desigual. La meta propuesta no era otra que la transformación dinámica de la sociedad hacia un estado de derecho igualitario, democrático, respetuoso de la diversidad política, económica y cultural, cooperativista, exigente, activo y crítico de sí mismo. Pero la búsqueda de esta seguridad y bienestar, en todos los sentidos, ha resultado ser el mejor antídoto para apaciguar cualquier intento de mudar el sistema heredado. Ejemplo de ello es que, a día de hoy, desde las filas socialistas se pide la abdicación monárquica, cuando lo que se tenía que reclamar era la República por la que lucharon sus muertos.

Es por todo esto, por lo que hay que recordarles a nuestros jóvenes que los Pactos de la Moncloa, amparados por la Inmaculada Transición, vendieron el potencial de crecimiento de nuestra economía a los poderes financieros. Tienen que saber, que los actores principales de esa responsabilidad son los mismos partidos políticos que hoy nos han sumergido en este estado fracasado, traficando con la democracia. Enseguida nos dicen que olvidemos. Ante esta reclamación hay que señalarles que el concepto de Estado no puede ser estudiado en un contexto aislado de su desarrollo histórico a través del olvido. Y más, en nuestro caso. Sugerir no olvidar, no implica nada más que atender a una reflexión que incluya, no sólo los aspectos ligados a los cambios, sino, sobre todo, a un estudio detallado de los elementos de permanencia y continuidad que el franquismo nos concedió, lo que permitirá saber hasta qué punto se ha dado un cambio real, o no, de las dinámicas fundamentales en nuestra la sociedad. El franquismo otorgó carta blanca a la monarquía, excluyéndola de la Ley de Transparencia, como representante de la jefatura estatal con el consentimiento de un déficit democrático firmado por los partidos políticos, que ni siquiera intentaron rellenar la tremenda brecha que atravesaba la memoria de nuestro país, entre la inexistente política pública y la castigada y silenciada opinión pública. Se les puede recordar, y se les debe recordar, que nuestra clase política ha cometido una falta más que por omisión y renuncia, por comisión y delegación, más por corrupción e interés propio, que por legitimación y razón.

Como hemos dicho, el país fue vendido al sistema capitalista, sometido a los dictados de los intereses financieros –especulativos por tanto-, que a su vez condujeron al sistema a la creación de cárteles, consorcios y sindicatos bancarios que favorecían a los poderes de siempre. Está confabulación construyó una trama que impregnó a todas las estructuras del Estado, convirtiéndolo en mero gestor y administrador de esos intereses. Se institucionalizó el sindicalismo, debilitando la organización y las demandas de los trabajadores, surgió una manifestación desconocida y desproporcionada del consumo de masas, que demanda constantemente bienes y servicios, propiciando el control de la especulación capitalista. Hechos reales que han favorecido el funcionamiento del Estado como instrumento al servicio de una clase social que nunca ha perdido el poder económico ni político.

Este matrimonio entre economía y política ha minimizado el papel de las instituciones estatales, desestimando su papel organizativo, sobre todo de la vida pública, implantando un estado paralelo que ha distorsionado a la democracia, que ya no representa a los ciudadanos, sino que protege los intereses de las facciones que disfrutan de profundos y duraderos vínculos con el estado. El fracaso del estado pasa por la incapacidad del mismo para promover los bienes políticos fundamentales asociados a la estabilidad, esencialmente: la administración de la economía en función del estado de bienestar, para todos, incluidos los jóvenes y los nuevos ciudadanos. Estas deficiencias suponen: falta de autoridad, deterioro de los servicios públicos y un retroceso económico que quiebra tanto el contrato social, como el marco legal que lo sustenta, dibujando el perfil de un estado fracasado que nos está haciendo regresar a la situación que existía con anterioridad. Eso sí, con el consentimiento de los poderes constituidos electoralmente.

Es evidente que la aplicación de remedios economicistas y consumistas, no sirve para eliminar la desigualdad de una sociedad concreta si ésta está impregnada de ideologías, creencias y actitudes básicas que la legitiman, como es el caso de nuestra memoria histórica. Dato que ya nos indica que el primer elemento que necesariamente tenemos que modificar: el establecimiento de la igualdad de todos frente a la ley. Los que no lo saben, tienen que saber que partimos de una dictadura, de un imperialismo monárquico y del absolutismo de los poderes oligárquicos apoyados por los partidos políticos que nos dicen representar. Pero nuestros muertos nos han enseñado que la dominación toma sentido cuando se legitima a los dominados conjuntamente con nuestros principios de solidaridad en un mismo contexto. El problema es que es sobre el orden establecido por ellos. Recordemos a los jóvenes la lucha de sus antepasados, recordemos la procedencia ilegítima de su poder, e intentemos todos juntos desdibujar los perfiles de este estado fracasado que han construido.

Julian Zubieta Martinez


Fuente: Julian Zubieta Martinez