Artículo de opinión de Rafael Cid

“Pregunta: ¿Cuál es el camino más corto para ir de Sevilla a Ferraz?

Respuesta: Pasando por Despeñapedros”

(Meme)

“Pregunta: ¿Cuál es el camino más corto para ir de Sevilla a Ferraz?

Respuesta: Pasando por Despeñapedros”

(Meme)

Si no fuera por el respeto que merecen la mayoría de sus militantes y votantes, los de antes y los de ahora, lo ocurrido el pasado sábado 1 de octubre ante la sede madrileña del Partido Socialista debería calificarse de monumental aquelarre. Ha sido una auténtica caza de brujas con los protagonistas cambiados. Los inquisidores, a decir del nominalismo troquelado por los medios de comunicación, eran los “críticos”, con toda la carga positiva que el término conlleva, y sus víctimas una panda de “insensatos sin escrúpulos”. Un espectáculo que no había por dónde pillarlo.

Pero existía un método en esa locura: la técnica empleada para el golpe de mano que desalojó al secretario general. La iniciativa del alzamiento vino de miembros del Comité Federal (CF) bajo que acusaban a Pedro Sánchez de empecinarse en el “No al PP” que el propio CF había adoptado por unanimidad. Aunque esa no fue la única muestra de esquizofrenia habida el día de autos. Hubo otras de parecido calibre y sinsentido que, gracias a la comida de coco realizada por los media (apenas hubo diferencia entre la información basura del Grupo Prisa, cadena SER y diario El País, y la de su adversario el clan Roures, La Sexta y el digital Público). Todos con la misma unidad de destino en lo universal: desnucar a Pedro Sánchez.

Posturas encontradas que rizaron el esperpento sin que apenas hubiera un susurro de desaprobación por parte de los implicados (solo el comité de redacción del periódico de Cebrián emitió una nota de queja al director). Lo más llamativo estuvo en el hecho grandioso de que la conspiración se sustentará en la sospecha de que el dirigente socialista urdía una plan para ganarse a “errejonistas” y soberanistas. Juicio de intenciones propagado con premeditación y alevosía precisamente por los barones que en sus respectivas comunidades (Castilla La Mancha, Extremadura, Aragón o Valencia) gobiernan gracias al apoyo directo o indirecto de Podemos. Una sublime patochada que tuvo su Punto G en la solemne declaración hecha la víspera por Susana Díaz en Sevilla ante la plana mayor del “peronismo rociero”. Con una ejecutiva entregada, e indicando como Colón por donde deberían ir los tiros para tomar Ferraz, proclamó: “Podemos no nos hará lo que ha hecho a IU”. Y lo dijo la misma presidenta andaluza que primero entregó la vicepresidencia de la Junta a Izquierda Unida para así legitimar el gobierno de los ERE y luego, objetivo cumplido, abandonó como una colilla.

Con esos mimbres se ha perpetrado el asesinato político del único secretario general del PSOE elegida por las bases en toda su historia. Aunque como en estos casos siempre se precisa un “incidente” sobrevenido que justifique la agresión en la recámara, tipo Pearl Harbor o Golfo de Tonkín, tuvieron que recurrir al bulo de la urna encriptada para culminar la fechoría. Máxime cuando las tesis de los pedristas estaban ganando la batalla de la opinión pública contra la opinión publicada, rompiendo el perverso encadenamiento que viene utilizándose para naturalizar la servidumbre voluntaria. De ahí que, gentes que públicamente abominan del carácter asambleario de los movimientos sociales que amenazan sus privilegios y prebendas, se mostraran como avezados trileros en el arte de capitanear reuniones tumultuosas. Una confusa ubicación de la urna, seguida de otra igualmente torpe explicación del procedimiento a seguir en la votación, facilitó su explotación maliciosa por el susanismo para imponer el escrutinio a la búlgara, el método ideal con que condicionar la voluntad de aquellos que temen expresarse en público por temor a represalias. De esta forma, entre el clímax follonero y las prácticas coactivas de una asamblea de facultad campando a sus anchas, se descartó la garantía del voto secreto y se dejó expedito el camino a Despeñapedros.

Ahora hay que administrar la victoria. A los ganadores les queda un trecho lleno de minas, y ya no pueden montar más pollos. Porque las opciones son contadas y todas ellas turbulentas y contrarías a los mínimos compatibles con el principio democrático que, según la vigente Constitución (art. 6), debe regir el funcionamiento de los partidos políticos. O el nuevo Comité Federal se abstiene para permitir la investidura al PP, desdiciéndose en redondo de lo aprobado antes (adefesio similar al del general pacifista y antimilitarista del pablismo), y evidenciando que la defenestración de Sánchez carecía de motivación ideológica (aparte de hacerse cómplice de los ajustes y recortes que traiga el nuevo Gobierno al exigirle también al PSOE un sí a los presupuestos). O ir a unas terceras elecciones posibilitando el sorpasso de Unidos-Podemos y su coronación como líder de la oposición y referente de la socialdemocracia española, amén de cebar el subidón electoral del PP.

Por eso se ha constituido una “gestora permanente” (un oxímoron). En lo inmediato no habrá ni primarias ni congreso. Nadie quiere abanderar el desastre que se avecina. Así, la jefa del “peronismo rociero” podrá achacar el descalabro en perspectiva a la nefasta herencia recibida de la era pedrista. Lo que nadie conseguirá ya evitar es que la gente comprenda que la afamada democracia representativa tiene mucho de simulacro de los partidos para maquillar su descarnada lucha por el poder. Un siglo después de que Robert Michel elaborara su “ley de hierro de la oligarquía”, tras el estudio en profundidad de la socialdemocracia alemana de la época, sus palabras siguen de actualidad: “La organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización dice oligarquía”.

Rafael Cid

 


Fuente: Rafael Cid