Artículo de opinión de Rafael Cid

“No podemos aceptar que haya mensajes negativos, en definitiva falsos”

(Isabel Celaá, ministra de Educación).

“No podemos aceptar que haya mensajes negativos, en definitiva falsos”

(Isabel Celaá, ministra de Educación).

La papeleta es morrocotuda. La austerización de la crisis desatada en 2008 por los gobiernos del PSOE y del PP trajo el 15-M y su divisa “PSOE-PP, la misma mierda es”. En consecuencia, la ruleta del vaivén electoral fue desalojando sucesivamente a uno y otro partido del poder. Primero cayó Zapatero y luego Rajoy, cada cual por sus hechos conocidos. Así se vapuleó, pero no noqueó, al duopolio dinástico hegemónico. La sociedad civil reaccionó con un movimiento de indignación que trascendió etiquetas políticas y marchamos ideológicos. La gente salió a salvar a la gente.

Luego, cosas tiene la vida, uno de los actores desalojados volvió donde solía en inusitada compañía. Podemos, un grupo de figurantes de aquella movida en los campus, tendió la mano al reciclado PSOE de Pedro Sánchez. Nació así un gobierno <<rotundamente progresista>>. Una coalición de izquierdas de amplio espectro, que no solo integraba al grupo socialista y al colectivo liderado por Pablo Iglesias, sino incluso a Izquierda Unida, con una representación alícuota en el consejo de ministros de varios dirigentes del PCE. Un auténtico hito histórico desde la constitución del frente popular en la Segunda República.

Ahora, ese flamante ejecutivo hoya por la misma senda que llevó a la población a salir a la calle al grito “no nos representan”. Asimilados al maistream transversal, acumulan errores, incompetencias y mentiras en la gestión de la pandemia, saga a la que unen los atropellos a derechos y libertades perpetrados en el confinamiento forzado y el distanciamiento social. Hasta el punto de militarizar las emergencias y las ruedas de prensa teledirigidas para explicar a la ciudadanía las medidas adoptadas. Resultado: un erial respecto a unas constantes democráticas abruptamente devaluadas y la negra perspectiva de una intervención económica. Regresiones que se intentan solapar instando a reeditar los Pactos de la Moncloa en una suerte de unicidad que encubre de facto el troquel del “partido único”.

La pregunta, al final de la escapada, es: ¿y ahora qué? ¿Nos resignamos, porque ya hemos agotado las reservas políticas e ideológicas convencionales? ¿Compramos el coche de segunda mano que generosamente no ofrece el poder con el kilometraje peligrosamente trucado? ¿O les mandamos al carajo porque ya sabemos de qué va la monserga que con tanta fanfarria orquestaron? Evidentemente la coyuntura no es moco de pavo. Y más en esta ocasión, en que traumatizados por la letalidad sobrevenida y domados en la yunta securitaria del acuartelamiento autoritario, mucha gente está prefiriendo la injusticia al anatemizado <<desorden>>.

Y sin embargo, esta vez la suerte está echada. Ya no hay más cera de la que arde. Las fuentes nutricias del sistema vomitan estiércol. O tomamos definitivamente las riendas de nuestra existencia, preparándonos a una larga caminata para recuperar la vida mentida, sin delegar nuestra experiencia en tribunos, popes y mandangas, o marchamos cabeza baja hacia nuestro ocaso como humanos. No hay “contrato social” que no pueda deshacerse si el coste supera al beneficio ad nauseam. Por muy difíciles y adversas que sea la coyuntura. Hace 25 siglos, los griegos alumbraron la democracia en un discurso fúnebre tras caer derrotados y diezmados en la Segunda Guerra del Peloponeso. Y entre nosotros, la primera constitución liberal vino gracias a la inteligencia y el coraje de un grupo de españoles comprometidos en las Cortes de Cádiz, mientras las tropas de Napoleón asolaban el país y la fiebre amarilla hacia estragos en la ciudad andaluza.

La otra opción “realista” no admite dudas, es una autopista clara, iluminada, directa, obvia, simple y evidente. En ella, punto de salida y meta están asegurados sin más incidencias de las que imponga el mando. Y está libre de los escollos, dificultades, complejidades y percances que supone la estrecha senda que conduce hacia una democracia con demócratas. Representa que nos representen de la cuna a la tumba. Que nos den el santo y seña como viático. Pero no vale lo que promete. Podrán bendecirlo cómo quieran. Que si es por nuestra propio bien. Que si con la derecha sería peor. Que si las circunstancias obligan. Que si papatín, que si patatán. Pero no es por nuestro bien que no haya test suficientes un mes después de declararse la pandemia. Que los sanitarios sigan <<cayendo>> como soldaditos de Pavía porque se suministran mascarillas fake. Que se sancione como multas terroríficas a personas que han salido a la calle por encima de sus posibilidades. O que tengamos que asistir un día sí y al otro también al bochornoso circo de unas ruedas de prensa orwellianas donde se filtran las preguntas de los medios; se escucha a unos señores uniformados dar su diario parte de guerra sobre una población civil uncida a su cuenta de resultados; se censuran denuncias sobre el control gubernamental de noticias que critican a las instituciones; o, señor, señor, que tengamos la santa paciencia de oír a un primer espada del Ejército iniciar su soliloquio cotidiano con el estúpido eslogan “”otro día más en la Operación Balmis”. Francisco Javier de Balmis y Berenguer, el médico militar alicantino que entre 1806 y 1809 llevó la vacuna de la viruela al Nuevo Mundo después de que decenas millones de indígenas murieran a causa del virus importado por los conquistadores durante su cruzada por el Imperio hacia Dios..

¿Para qué, pues, jugarse el tipo? Para que las personas todas, sin denominación de origen, sean la medida de todas las cosas. Para que la salud sea un derecho positivo inalienable en el marco de una Sanidad con mayúscula, pública, gratuita, universal, competente y dotada. Para que la crisis económica derivada del impacto de la epidemiológica no se convierta en otra pandemia social. Para que los derechos y libertades sean los valores insoslayables que informen una democracia que haga honor a su nombre. Para que los cuidados y los respetos de tod@s y para tod@s se la ley suprema de la comunidad. Para que las generaciones futuras no hereden un planeta devastado por la codicia de imperativas empresariales, financieras, comerciales o estatales. Para que ningún ser humano carezca de lo necesario. Sencillamente: para que podamos mirarnos al espejo sin avergonzarnos. Cambiar el Mundo, recuperar la Vida.

Rafael Cid

 


Fuente: Rafael Cid