“Se oyeron las primeras ráfagas de Ak 47, lo que significaba que era hora de matar a todo bicho viviente en el campamento. Hombres y mujeres salían corriendo y caían en desordenado montón, desnudos todavía y agitando las ropas en sus manos. A nuestros oídos, ensordecidos por el tableteo de las armas, los balidos de las cabras, los cacareos de las gallinas y los gritos de los humanos, apenas como un lejano rumor. Cuando entramos en el campamento, yacían bajo el sol de la mañana en confusa mezcolanza las bestias, los hombres y las mujeres que habían venido a visitarlos. Todos muertos”.

“Se oyeron las primeras ráfagas de Ak 47, lo que significaba que era hora de matar a todo bicho viviente en el campamento. Hombres y mujeres salían corriendo y caían en desordenado montón, desnudos todavía y agitando las ropas en sus manos. A nuestros oídos, ensordecidos por el tableteo de las armas, los balidos de las cabras, los cacareos de las gallinas y los gritos de los humanos, apenas como un lejano rumor. Cuando entramos en el campamento, yacían bajo el sol de la mañana en confusa mezcolanza las bestias, los hombres y las mujeres que habían venido a visitarlos. Todos muertos”.

China Keitetsi escribió estas líneas diez años después de huir del Ejército Nacional de Resistencia (NRA) de Museveni, en Uganda, que la había reclutado con tan solo ocho años. Escribió Mi vida como una niña soldado (Ed. Maeva) a modo de terapia, mientras trabajaba durante horas, día a día con un psicólogo en Dinamarca (país que la acogió como refugiada) para aprender lo más básico : “A querer. A sentir algo por los demás. A ser mujer, a dejarme el pelo largo, a ponerme pendientes, a cuidarme las uñas… y sobre todo, a aprender a amar a mis dos hijos”, relató Keitetsi a EL PAÍS. Tuvo al mayor, que hoy tiene 16 años, con 14. La pequeña, de 11, nació en mitad de su huida, a los 18 años. “Me hacían preguntas que era incapaz de contestar. Me preguntaban si quería a su padre. Sólo podía mentirles”, recuerda. “Para una niña era todavía más difícil. Entre tanto hombre, tu también eras un objetivo. A los 15 años era incapaz de recordar cuántos hombres habían abusado de mí”.

Apenas se relacionaba con los otros niños. “Éramos como piedras. Nunca hablábamos de las típicas tonterías de niños. Nos juntábamos los domingos por la mañana para limpiar nuestras armas y no nos decíamos nada. Teníamos mucho miedo pero teníamos que dar miedo. Ni siquiera hablaba con las niñas. Cuando nos quedábamos embarazadas nos sentíamos avergonzadas por lo que nos habían hecho”, recuerda. “Al principio no sabía lo que me estaba pasando, porque nunca nadie te había hablado de eso”.

Vio matar y morir. Asegura que ha hecho cosas terribles de las que se avergüenza “enormemente”, pero no quiere hablar de ello. Desde que recuperó su libertad, intenta conocerse. Recorre el mundo contando parte de su historia, pidiendo a los Gobiernos que trabajen para que no haya más casos como el suyo. Ayer, paró en Madrid, donde asistió a unas jornadas del Programa de Cooperación Internacional de la Obra Social de La Caixa con motivo del Día Internacional para acabar con la utilización de los niños y las niñas soldado. “Hablar de esto ha sido mi mejor medicina. En el tiempo que fui soldado, me preguntaba ¿cuándo voy a morir ? ¿va a ser el resto de mi vida así ? Pero al hablar de ello me he dado cuenta de que era sólo una parte de mi vida y una parte que podía cambiar”, explica. Ha fundado un centro en Ruanda para acoger a ex niños y niñas soldado. “Ahora ellos lo son todo para mí. Por fin me importan los demás. Les quiero”, dice mientras se retoca una vez más los labios. “¡Me encanta hacer esto !”.

En el mundo hay cerca de 500.000 niños combatiendo en casi todos los principales conflictos del mundo, según la Coalición para acabar con la Utilización de los Niños Soldado, de la que forman parte Alboan, Amnistía Internacional, Entreculturas, Fundación El Compromiso, Save the Children y El Servicio Jesuita a Refugiados). En los últimos dos años, el comienzo de procesos de paz en países como Angola, Afganistán o Sierra Leona ha permitido la desmovilización de 40.000 pequeños, aunque mientras tanto, fueron reclutados otros 25.000 en Costa de Marfil y Sudán.


Fuente: NATALIA JUNQUERA | EL PAIS