Rafael Cid
A la Esquerra de Carod- Rovira le ha ocurrido como a los periodistas que aspiran al Pulizer, que se esfuerzan para que la realidad no les estropee su bonita historia pero al final siempre se les pilla en un renuncio. En este caso porque Carod pensaba que podía tocar moqueta en el tripartito y abanderar un Estatut de mínimos, mientras Rovira estaba empeñado en salirse con uno de máximos. Por eso, uno dio el sí quiero en el Congreso y se tapó las napias en el Senado, y el otro se puso al frente de manifestación con las bases y la pancarta del “diguen no” para el referéndum. Y es que toda esquizofrenia política tiene un doble rasero : o camisa de fuerza o que las escopetas disparen a los pajaritos.
Rafael Cid

A la Esquerra de Carod- Rovira le ha ocurrido como a los periodistas que aspiran al Pulizer, que se esfuerzan para que la realidad no les estropee su bonita historia pero al final siempre se les pilla en un renuncio. En este caso porque Carod pensaba que podía tocar moqueta en el tripartito y abanderar un Estatut de mínimos, mientras Rovira estaba empeñado en salirse con uno de máximos. Por eso, uno dio el sí quiero en el Congreso y se tapó las napias en el Senado, y el otro se puso al frente de manifestación con las bases y la pancarta del “diguen no” para el referéndum. Y es que toda esquizofrenia política tiene un doble rasero : o camisa de fuerza o que las escopetas disparen a los pajaritos.

El problema es que ni la dirección de ERC ni sus socios políticos se habían creído lo de la soberanía de las bases. Pensaban que una vez en el machito las cosas cambiarían porque sí. Pero, la memoria democrática a veces tiene su guasa y juega malas pasadas. Aunque no se estila, y lo normal es la organización piramidal elitista, aún existen vestigios de autodeterminación. Que es cuando los de abajo, sean los bases de un partido político o de una peña, exigen participar en el condumio y hacer oír su voz, más allá del compromiso representativo que habitualmente convierte su “delegación” en un baldío acto de ventrilocuismo. De ahí la decepción de Carod, de Rovira y de Maragall.

Y es que la cultura del consenso y la denigración del disenso (¿quién se acuerda del apabullante “no” en el referéndum a la Constitución europea en Francia y Holanda ?) rompe los esquemas por tocapelotas. Lo cantado es el elitismo político. Trasunto de la estabulación social que permite el milagro de que el 20 por 100 de la población tenga el 80 por 100 de la riqueza mundial y viceversa, y que no ocurra una sarracina global.

El pensamiento único se basa en una suplantación manumisora. Se llama democracia indirecta o representativa. Y se justifica sólo como un mal menor ante la imposibilidad física (real o mentida) de reproducir en las modernas sociedades de masas algo que recuerde a la auténtica democracia directa, la acción directa. La prueba de que esa democracia por poderes actual no funciona, al margen de casos puntuales como el Estatut o la Constitución Europea, es la creciente abstención de votantes en las elecciones y la llamada regeneracionista por lo que gentes como Pettit o Pocok llaman democracia deliberativa.

Le denuncia de este viejo cacharro y sus achacosos jerarcas es casi tan vieja como el invento de la rueda. Estudiada ad nausean por Robert Michels, Gaetano Mosca, Pareto y Ostrogorskij, entre otros, representa la patología de que los más y con menos elijan a los menos y superiores para que velen por sus intereses desde la realidad de los suyos, que a menudo existen como hegemonía sobre los inferiores. Lo que da lugar a memorables disparates. Se puede pregonar “OTAN de entrada no” y más tarde convertirse en flamante secretario general del siniestro trasto sin perder la compostura. O, de adelante para atrás, reivindicar la III República habiendo sido el sepulturero de sus señas de identidad en la transición al aceptar bandera y correaje borbónico a cambio de la legalización un 14 de abril del 77. Entre la estirpe de un Javier Solana y un Santiago Carrillo discurre el maná de coherencia política que nos invade en la “praxis.

El último en subir al podium de “Plan Pons, braguetazo en siete días diseñado por Madrid” ha sido la cúpula de Esquerra Republicana de Catalunya. Aunque la cosa no devino en cópula sino en penoso gatillazo por la oportuna irrupción de las siempre incómodas bases. Estos ciudadanos activos, titulares de la soberanía nacional, el demos griego, el populos romano, la plebe jacobina, la jodida gente, ha evitado otro estúpido capítulo de los episodios nacionales. La democracia jibarizada de las élites, exclusivas y excluyentes, fue, vio y capotó.

En este trago habrá quien alabe la astucia de Rodríguez Zapatero, que como Adolfo Suárez en su tiempo (“el tahúr del Misisipi”) no sólo ha conseguido neutralizar a Ibarra, Pepe Bono y Paco Vázquez en casa, sino que además hizo durante meses de terrible independista Carod Rovira un astronauta de la política (siempre en órbita). Pero al final los encantadores de serpientes se encuentran con la dura realidad y, como a los periodistas de orla, se les termina estropeando su bonita historia.
De Zapatero no es lo malo que mintiera como un bellaco para llevarse a ERC a su huerto cuando prometió urbi et orbi que aceptaría el derecho de decisión del Parlament en cuanto al Estatut. Lo peor es que ahora se echa en manos de los mismos CíUdadanos que apoyaron a Aznar, ha destruido a Maragall que le aupó a la secretaria general del PSOE, sembrado la división en el PSC y potenciado el victimismo de Esquerra. Eso, sin contar la más gorda. En un extremo, el nuevo Estatut ha significado la ruptura del consenso con el primer partido de la oposición y, por el otro, no ha conseguido “empotrar” en el sistema a los pieles rojas del catalanismo. Salió de Barcelona refrendado por el 90 por 100 de los votos y Madrid se lo ha “cepillado” (Alfonso Guerra dixit) dejándolo con un escaso 70 por 100 de adhesiones.

Ahora a barajar y pegar el oído al suelo. Porque en política, como en la vida, no hay dos sin tres. La tretas de Suárez incubaron su defenestración, y tendremos que ver hasta qué punto el Thermidor del tripartito, con lo que le cuelga, no altera la relación de fuerzas en el proceso de paz abierto en el País Vasco. Al fin y al cabo el mensaje es claro : el sistema no está dispuesto a aceptar el derecho de decisión autónomo.


Fuente: Rafael Cid