“Si el 85% de los diputados del Congreso apoyan la Constitución, pero luego sólo el 30% o el 40% de los ciudadanos van a votar, ¿esta participación legitimaría la soberanía popular que representa el Congreso ?” Con estas palabras, recogidas por el diario El País en su edición del 1 de febrero pasado, se interrogaba Felipe González sobre las posibles consecuencias políticas de una abultada abstención el 20-F. Pues bien, culminada ya la jornada electoral sobre la Constitución europea, la respuesta viene dada. Y ahora la cuestión sería saber si el eximio predicador exigirá al PSOE que saque las enseñanzas políticas pertinentes de un recuento que representa escasamente 3 puntos más sobre la temida participación, sino además una media de un 17 % de noes y el 6% de voto crítico que suponen las papeletas en blanco emitidas.

Tras una campaña-trágala, tahúr, sin debate, y en alguna medida planteada al estilo de los plebiscitos franquistas, un análisis riguroso de los resultados del referéndum implica afirmar con rotundidad y ante todo que el Gobierno y la mayoría parlamentaria del “sí” han logrado una victoria, pírrica, pero victoria al fin y al cabo. Que los copiosos “noes” representan una nada despreciable masa crítica cargada de futuro.

“Si el 85% de los diputados del Congreso apoyan la Constitución, pero luego sólo el 30% o el 40% de los ciudadanos van a votar, ¿esta participación legitimaría la soberanía popular que representa el Congreso ?” Con estas palabras, recogidas por el diario El País en su edición del 1 de febrero pasado, se interrogaba Felipe González sobre las posibles consecuencias políticas de una abultada abstención el 20-F. Pues bien, culminada ya la jornada electoral sobre la Constitución europea, la respuesta viene dada. Y ahora la cuestión sería saber si el eximio predicador exigirá al PSOE que saque las enseñanzas políticas pertinentes de un recuento que representa escasamente 3 puntos más sobre la temida participación, sino además una media de un 17 % de noes y el 6% de voto crítico que suponen las papeletas en blanco emitidas.

Tras una campaña-trágala, tahúr, sin debate, y en alguna medida planteada al estilo de los plebiscitos franquistas, un análisis riguroso de los resultados del referéndum implica afirmar con rotundidad y ante todo que el Gobierno y la mayoría parlamentaria del “sí” han logrado una victoria, pírrica, pero victoria al fin y al cabo. Que los copiosos “noes” representan una nada despreciable masa crítica cargada de futuro.

Que la igualmente estimable partida de votos en blanco demuestra la defección de muchos aliados del partido socialista en las elecciones del 14-M. Y, sobre todo, que el abrumador partido de la abstención se ha convertido en la forma que tiene hoy la mayoría de la sociedad para instalarse en la convivencia democrática, una mayoría que ha dejado de ser silenciosa para convertirse en decididamente autista.

Porque si frente a la golosa oferta de empadronarse a divinis en “el mayor espacio de prosperidad, justicia y libertad” que vieron los siglos, según la propaganda eurocratica al uso, un 70% aproximadamente de los habitantes del país (juntos y revueltos noes, blancos y abstenciones) responde dando la espalda a ése auténtico premio gordo es que algo decisivo falla, y no es sólo el servicio. A pesar de recurrir descaradamente al voto del miedo a ultima hora, urgiendo al alimón Zapatero y González que había que votar “sí” para acabar con el terrorismo en España, y aún con ese valioso flete de incondiciones que representa para cualquier Gobierno el contingente de funcionarios, clases pasivas e instalados por el “régimen” de turno, sacar un aprobado raspado en un referéndum agit-pro no vinculante -tras haber obtenido casi sólo casi un año antes el mejor electoral de la historia de la democracia- no es precisamente un ejercicio de excelencia ni de probidad democrática.

¿Se ha recabado suficientemente en la contumacia que significa el 54,8% de abstención del 20-F respecto al 57,4% registrado el 13-J del 2004 en las elecciones para el europarlamento ? ¿Cabría honestamente valorar esas dos auténticas pifias como un decidido brindis por la construcción europea ? ¿Puede alguien pensar seriamente que índices de “noes” de casi el 30% en Cataluña, Euskadi y Navarra, las comunidades antesala de Europa, son datos irrelevantes ? ¿Con qué legitimidad se va a administrar esa escasa ratificación del Tratado para la Constitución europea por el mismo bloque del “sí” que se la negó a una votación mayoritaria del Parlamento vasco con el argumento de que dividía a la sociedad ?

Si inicialmente hay algo claro en los resultados de la consulta sobre la Constitución europea del pasado domingo es que no sólo divide a la sociedad española sino que casi la diezma, porque instala una democracia de mínimos sobre una refutación de máximos. Una democracia de sesgo elitista, oligárquico y autoritario, basada en una versión empobrecida de la ley del número. Una democracia estabulada en el voto adicto de una tercera parte de la población, que somete al rodillo de la legalidad vigente a la mayor parte de la ciudadanía, re-presentada pero ausente. Una democracia S.A., gobernada por la mayoría minoritaria, que como la mantis religiosa destruye lo que pregona para afirmarse cleptómanamente. Una democracia depauperada que mina el Estado de Bienestar y el Estado de Derecho, anclajes axiológicos y teleológicos del Tratado por el que establece una Constitución para Europa. Pero también una democracia liliputiense que a partir del día de después del 20-F deberá confrontarse con millones de recalcitrantes europeistas surgidos como ave fenix de los rescoldos electorales de ese “veinte Brumario”… dispuestos a pasarla por la izquierda social.