Artículo de opinión de Rafael Cid

“Es preciso que la verdad ascienda desde los tugurios,

porque desde las alturas no se desprenden más que mentiras”

(Louise Michel)

“Es preciso que la verdad ascienda desde los tugurios,

porque desde las alturas no se desprenden más que mentiras”

(Louise Michel)

La creciente defección de los representantes con el mandato de sus representados está marcando la práxis política en este primer tercio del siglo XXI. Primero a consecuencia de las lesivas medidas  ejecutadas por los gobiernos europeos para afrontar la crisis y ahora con la degradación de la “carta social” por el ultimátum del Reino Unido. Ambas posturas, sancionadas por las élites a espaldas de la gente llevan a la misma conclusión. La que esbozó Louise Michel en la Comuna de París en 1871: ¡no nos representan!

La vulneración de principios del Consejo Europeo al permitir a Londres discriminar en las prestaciones sociales a los no nacionales comunitarios, añade un elemento de urgencia más a la necesidad de construir una Unión Europea de nueva planta. Otra “casa común” que haga posible  un marco donde la democracia, la solidaridad, los derechos civiles, políticos y económicos sean una realidad  y no una mera declaración de intenciones al capricho de los mercados y de las tramas oligárquicas.

Si la implacabilidad con que Bruselas respondió a la voluntad mayoritaria del pueblo griego contra los dictados de la Troika ya significó un claro signo de despotismo, el reciente allanamiento de los eurócratas ante la hipótesis de una consulta popular en Gran Bretaña  que cuestione su permanencia en la Unión Europea confirma la involución democrática en que vive la Unión Europea, secuestrada por unos líderes que no expresan la voluntad general. Una deriva que servirá para dar alas a la extrema derecha xenófoba si los movimientos sociales y el activismo ciudadano no toman cartas en el asunto y siguen otorgando plenos poderes a sus representantes en la UE.

Las concesiones al primer ministro Cameron vienen inmediatamente después del infame espectáculo ofrecido con el simulacro de asilo a refugiados e inmigrantes que ha llevado a levantar alambradas en el perímetro exterior y fronteras temporales en el circuito interior de la UE. Medidas todas ellas que ofenden el espíritu fundacional de la Unión Europea y agrandan aún más el distanciamiento entre sus dirigentes y los ciudadanos. El caso español es paradigmático en este sentido, si se tiene en cuenta que el ingreso en la CEE en 1986 se firmó sin referéndum aprobatorio y que el de la Constitución Europea de 2005 solo obtuvo una participación del 41,8%.

Lo que debía ser un proyecto de prosperidad común, ganado a base de subordinar algunas competencias de los Estado-Nación, se está convirtiendo en un cambalache de intereses cruzados en manos de los órganos de decisión de la UE. Y lo más preocupante en esta última claudicación ante la ya muy privilegiada posición británica (fuera del euro, de Schengen y disfrutando de un “cheque” que posibilita un notable descuento en su contribución) es que su aceptación por el Eurogrupo anticipa nuevas relajaciones en otros países por la lógica del “doy para que me des”. ¿Cómo entender sino que el humillado Alexis Tsipras no haya ejercido su derecho al veto al comprobar el doble rasero con que se ha tratado a Grecia y a Gran Bretaña?

Nadie puede asegurar que un Plan B antiaustericida diseñado en torno al fulgor de  personalidades políticas pueda prender en un gran movimiento de regeneración democrática  en toda Europa, pero lo que está claro es que únicamente a nivel continental una sociedad civil proactiva y comprometida con los valores del humanismo podrá revertir las dinámicas reaccionarias que están canibalizando el proyecto europeísta.  Es la tarea de esta generación. ¡Allons enfants!

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid