“Lo universal es lo local sin muros”

(Miguel Torga)

Igual que en 1814 el Congreso de Viena rediseñó la Europa postnapoleónica que prevalecería hasta la Primera Guerra, doscientos años después es una entente institucional supranacional, la Troika, integrada por el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Comisión Europea (CE) y el Banco Central Europeo (BCE), quien proyecta un nuevo orden global para revalidar el capitalismo.

Igual que en 1814 el Congreso de Viena rediseñó la Europa postnapoleónica que prevalecería hasta la Primera Guerra, doscientos años después es una entente institucional supranacional, la Troika, integrada por el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Comisión Europea (CE) y el Banco Central Europeo (BCE), quien proyecta un nuevo orden global para revalidar el capitalismo. La diferencia es que frente a un Talleyrand o un Metternich como luminarias de aquel juego de tronos, hoy el liderazgo es subsidiario de esa coalición imperialista antidemocrática, se personaliza en la Alemania de Ángela Merkel y no conlleva rivalidad entre las naciones implicadas. Al contrario, el actual mapa surge del consenso de sus respectivas oligarquías para acometer una desamortización de lo público que garantice su pleno dominio político, económico y social en el siglo XXI. Es una guerra civil de clases, no declarada, de los de arriba contra los de abajo, sin que estos últimos, que son la mayoría poblacional y productiva, lo sepan.

A esta alturas de la crisis, todos más o menos tenemos o creemos tener una idea aproximada de quién representa el papel de yunque y quién el de martillo en el nuevo escenario global. Como metáfora de la nueva dominación, esta dramática percepción ha servido para rescatar, quizás por primera vez en la historia de Unión Europea (UE), la dimensión de la lucha de clases en un sociedad diseñada sin “necesidad” de clases en lucha. Una lucidez sobrevenida a costa de la amarga realidad de un presente sin futuro que se mira en el pasado como un tiempo mejor que tiene la virtud de mostrarnos sin tapujos los materiales y herramientas con que se ha ido levantando eso que en sus diferentes fases hemos ido denominando sociedad industrial, sociedad de consumo o sociedad de la información. En realidad, todas ellas simples modalidades de la evolución del capitalismo (mercantil, fabril, corporativo, financiero, etc.) en esa deriva que le ha conducido desde el primitivo uso del capital como una inversión cabal para la producción al servicio de las necesidades humanas, sometido a las mismas restricciones que los otros recursos naturales, a su actual apropiación arbitraria por una casta privilegiada santificada por las leyes, la moral establecida y la costumbre.

La misma construcción europea (el termino habilitante de “construcción” para lo que está resultando ser un proceso de voladura controlada de la cohesión sociedad ya indica al servicio de quién está el neolenguaje) es un ejemplo de ese rapto que no ha encontrado aún el tiempo para su de-construcción. Atado y bien atado, el mapa global destinado a sustituir al primitivo escenario de naciones prósperas y confiadas surgidas de la Segunda Guerra Mundial al final llevaba plomo en las alas. Victoriosa de una contienda gracias al amigo americano (y secundariamente también al tovarich soviético, que pasó de aliado con Hitler al principio a enemigo decisivo tras la ruptura del pacto por los nazis), esgrimió sus primeros atributos fundando una alianza militar transcontinental, la OTAN, ganando por la mano al otro competidor que blandía el Pacto de Varsovía como oferta defensiva para su zona de influencia.

Una vez asentada la hegemonía del bloque afín al Capitalismo de Estado (el añadido “de Estado” permite al Capitalismo el rentable subterfugio del usufructo de “lo público” ), los gobiernos comprometidos en lo que esa doctrina implicaba pudieron tender los raíles de la “construcción europea” sobre el plasma de la ideología económica que patrocinaba Estados Unidos como primera potencial mundial. Desde el ya lejano Tratado de Roma hasta los últimos acuerdos del de Lisboa y la emergencia de la Troika (FMI,CE,BCE) como supervisor aúlico, todos los pasos que han cimentado la presunta “ciudadanía europea” se han dado precisamente en contra de ese reclamo de “ciudadanía compartida”. El EURATON, el Mercado Común Europeo, La Unión Europea, la Unión Monetaria y la ahora la pretendida Unión Bancaria son los ejes de una batalla que ha librado con éxito el gran capital contra los pueblos que en el viejo continente eran celosos depositarios de su soberanía nacional. El balance salta a la vista está. Convergencia en los sacrificios, divergencia en los beneficios, y un inmenso ERE perpetrado por los titulares del poder político, militar, económico y financiero contra la sociedad civil. Tal es la verdadera Europa IV Reich que nos inocula el golpe de los mercados, aunque focalicemos la agresión en esa ex dirigente de las juventudes comunistas de la antigua RDA, Ángela Merkel, travestida hoy en zarina de la financiarización global.

Conviene decir que buena parte del trauma vigente procede de una aceptación acrítica del trágala doctrinal que esgrimían los titulares de las instituciones. Estamos fatalmente socializados en el capitalismo y su cultura. Dijeron que el mapa era el territorio y no solo nos lo creímos a pies juntillas sino que nos convertimos en entusiastas exploradores de ese Eldorado virtual que ha devenido en miseria para los más y festín depredador para unos pocos. La política pavloviana de fijarse en los efectos sin desentrañar las causas, y la no menos hipnotizadora de ponderar los fines desatendiendo a los medios utilizados, tejieron una tela de araña dentro en una jaula de oro que, tumbo a tumbo, desencadenó la tormenta perfecta. El autismo moral lo inundó todo como si se tratara de un logro civilizatorio. Se prefirió la injusticia al desorden por mor de una seguridad y una oferta de libertad que no trascendía más allá de la órbita de los negocios y los mercados, y el resultado fue desorden e injusticia a partes iguales. Recordar que la barbarie programada desde los altos despachos contra el pueblo de Irak se escudó en la burda existencia de armas de destrucción masiva malvadamente enfiladas contra las pacíficas sociedades de Occidente, hoy solo nos sirve para ratificar la naturaleza de la patología que nos trasciende.

Por eso, en los momentos presentes ya no es posible enfrentarse al diluvio que amenaza nuestra existencia de seres racionales con medidas paliativas, reiniciando el sistema o refundándolo, por muy bienintencionados que sean los partidarios de la toma del “palacio de invierno”. Todo lo que no signifique volver a recuperar la autonomía de la política sobre la economía, atendiendo a los riesgos de la huella ecológica, solo confirmará el revés de aquellos que creían haber tomado el poder cuando la realidad era que el poder les había tomado a ellos. Un ridículo troquel que ha logrado algo inédito en la conflictiva historia de la humanidad: negar la autodeterminación del individuo, afirmando la necesidad controladora de Gobiernos, Estados e Iglesias, mientras al mismo tiempo se reconoce la plena capacidad de autorregulación para los mercados. Heteronomía para la personas físicas y autonomía para las personas jurídicas. Una estrafalaria conjugación vital de suma cero.

Pero desarmar ese nudo gordiano, entraña además remontarnos al momento en que la ventriloquocización social arraigó. ¿Cuándo llegaron los bárbaros? El vaciamiento de la democracia convertida en una perfomance que funciona como caja de resonancia de la dominación tiene mucho que ver con esa imagen del mapa y el territorio y con la pauta de la dimensión a escala que se aplica para su representación. Dirigentes y dirigidos, dominantes y dominados, explotadores y explotados existen porque antes hubo representantes y representados. Una inversión de valores excusada en la complejidad de las llamadas sociedades complejas, de masas, por la cual el actor para a ser el autor y este deviene fatalmente en pasivo espectador. De esta manera, el elemento “cantidad” (poblacional) se superpone al de “calidad” (existencial), borrando la experiencia propia como activo vital para sumergirnos en un mundo sin acontecimientos. Usos y costumbres reiterados sobre dicho modelo de comportamiento y su sanción legal, o viceversa, hacen que pasadas varias generaciones de “servidumbre voluntaria” se produzca un olvido de la primera naturaleza que culmina en una insondable orfandad al cosificarse sociedades habitadas por personas “reproducidas en cautividad”.

Precisamente este afán de plenitud dota al sistema de la inmanencia que le caracteriza, esa mala salud de hierro a prueba de crisis y ciclos depresivos. Porque estamos ante dos “creacionismos” que se auxilian y complementan. Uno tiene su dogal en la religión, se verbaliza como espiritual y trascendente, y promete su botín en el más allá in artículo mortis. El otro es terrenal y cortoplacista y actúa como una suerte de Pantocrátor de hipermercado. Los dos existen y reinan soberanamente porque confluyen codiciosamente en la ingente tarea de exiliar a las personas de su razón vital, aunque prediquen sus atributos desde la sima de la contradicción misma. Lejos del régimen de competencia que se supone al “libre mercado” lo que la realidad arroja es una incesante rutina monopolista, mientras que por parte de las confesiones la comprometida tolerancia entre iglesias se convierte a menudo en una fanática guerra de religiones. Del dicho al hecho…

La lógica de la interpretación abstracta que rige en la cartografiá migra a la política, aunque cualquier geógrafo avezado sabe que el mapa no es el territorio sino su suplantación. Lo que ocurre es que en el ámbito de la política ese solapamiento implica a su vez una jibarización. O sea, que bajo su inocente planteamiento lo que se produce es una auténtica mutación con exigencias que ponen el acento más en la manejabilidad del proceso que en el desarrollo del factor humano. De ahí la “necesidad” de una construcción de arriba abajo, con las consiguientes dosis de privatización, autoritarismo, subordinación, exclusión y elitismo. En suma, una concentración de poder político (consentida), que sigue y complementa a la concentración del poder económico (impuesta). Y sin duda totalitarias ambas, ya que históricamente la máxima expresión de concentración de poder depredador se ha dado en los Estados totalitarios (nazismo y estalinismo, según la ya clásica taxonomía de Annah Arendt).

¿Exageración? Los hechos son tozudos. Y los datos oficiales reflejan ya ese absolutismo en ciernes. Lo que ocurre es no viste camisa parda y no camina al paso de la oca, sino de la troika Son cifras contundentes. Estamos a punto de superar el 90% de deuda pública respecto al PIB debido a los préstamos contraídos para el rescate del sistema financiero; tenemos una economía en profunda recesión con el 27% de paro forzoso de promedio nacional (cerca del 60% entre los jóvenes); se desmantelan al galope casi todas estructuras de asistencia social básicas y, con ese cuadro, debido al golpe de mano de la contrarreforma del artículo 135 de la Constitución por el gobierno de Rodríguez Zapatero, a partir del 2020 tendremos que aplicar un estricto equilibrio presupuestario (mismos ingresos mismos gastos) y primar el pago de los interés de la deuda (generada por la “mejor banca del mundo”) sobre cualquier otra necesidad o emergencia. Ese dinero “traído del futuro” para salvar a los bancos encierra un silogismo siniestro. En buena medida procede de fondos de pensiones de Estados Unidos y Europa y son los jubilados de los países del sur quienes están siendo obligados a pagar esa deuda a costa de sus propias pensiones y servicios sociales. A eso lo llamó yo un Proyecto Totalitario.

Todo ello, en la antípodas del ideal del “hombre como medida de todas las cosas”, de abajo arriba, democrático participativo, confederal y libertario. Como dijo el escritor portugués Torga, “lo universal es lo local pero sin muros”, en una reivindicación del factor humano como propuesta cooperativa y solidaria, y lo que desborde la diversidad de ese enclave antropocentrismo es meramente abstracto, artificial, protésico y ajeno. La mala de la película y madrastra de la crisis es Ängela Merkel, pero el IV Reich se incuba de la mano del golpe de los mercados y la sumisión al sistema financiero. Los que provocaron la crisis, desataron el genocidio social y ahora nos indican, con la autoridad que les da contar con la aquiescencia de los propios gobiernos, el camino torcido de salida de la crisis. Sangre, sudor y lágrimas para los de abajo y privilegios para los de siempre. Privilegios: privata lex, leyes particulares. Por ello, alrededor de 31.000 millones de euros de dinero público (tres veces más que los recortes de Sanidad y Educación juntos), empleados para rescatar al sistema financiero a través del FROB, ya se dan definitivamente por perdidos. Un auténtico trato de cerdos (PIGS).

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid