En 1826 el valenciano Cayetano Ripoll, nacido en Solsona y que ejercía como maestro en Ruzafa, fue condenado a la horca por las Juntas de Fe de la Inquisición por comer carne el viernes, retirar el crucifijo del aula donde daba clase y no impartir la doctrina cristiana. Acusado de hereje y masón, su cuerpo fue quemado por los inquisidores. 

Desde una perspectiva histórica este fue el último asesinato de la Iglesia Católica para mantener la fe entre el pueblo que trataba como si fuera de una rebaño de ovejas, los que creían recibían hierba y los que no, palo. El último asesinato se ha dicho? No. Al menos hubo otro, o muchos más según como lo miramos. Otro que por su trascendencia hay que recordar y volver a recordar.

Desde una perspectiva histórica este fue el último asesinato de la Iglesia Católica para mantener la fe entre el pueblo que trataba como si fuera de una rebaño de ovejas, los que creían recibían hierba y los que no, palo. El último asesinato se ha dicho? No. Al menos hubo otro, o muchos más según como lo miramos. Otro que por su trascendencia hay que recordar y volver a recordar. Si Cayetano era un maestro, Francisco Ferrer Guardia era un pedagogo, un pedagogo que creía en los niños y los respetaba como personas en formación que son, pensaba que el maestro debía acompañarlos en su aprendizaje, ni adoctrinarllos ni castigarlos. Con esta intención creó la Escuela Moderna, su propuesta y su realidad para hacer frente al oscurantismo de la escuela religiosa mayoritaria en la época, religiosa y no para todos, claro. 

La Escuela Moderna fue un movimiento de pedagógico libertario basado en unos principios completamente alejados de la pedagogía mayoritaria de la época, de forma especial de la que se aplicaba a las escuelas religiosas. Para Ferrer, la base de la educación debía ser racional y científica, sin tener nada que ver con las explicaciones ni místicas ni sobrenaturales propias de las escuelas religiosas. La Escuela Moderna situaba, al lado de la inteligencia, el desarrollo del carácter del niño, basado en la voluntad y en el equilibrio entre la cabeza y el cuerpo. La moral no podía ser la postración ante unos principios religiosos impuestos a partir del miedo sino un camino de respeto hacia los demás a través de su conocimiento y de la solidaridad, y todo en consonancia con la psicología de los niños y las niñas, que aprendían juntos, sin separación por razones de sexo. Los castigos estaban prohibidos, y más que ninguno los físicos, que eran la norma de las escuelas religiosas y otros, pero también los premios, para no fomentar la competencia. Ni exámenes ni separación por sexos situaban a la Escuela Moderna en otro lugar en relación con el resto de escuelas de entonces pero también con muchas de hoy. 

En el año 1855 por primera vez las asociaciones obreras de Barcelona habían exigido públicamente la escuela gratuita y universal y dos años después la Ley Moyano promulgaba la instrucción básica, dejándola en manos de los ayuntamientos, los cuales no pudieron darla porque no tenían suficientes dotaciones económicas. No será hasta la revolución de 1868 que será posible la creación de ateneos obreros con proyectos pedagógicos emancipatorios, espacios que ponían la educación de los niños obreros en el centro de sus intereses, aunque en un primer momento fueran sólo revolucionarios los contenidos, sin cuestionar a fondo también los métodos de enseñanza. 

En 1873, un joven Francisco Ferrer, de sólo 14 años, entró en contacto con los círculos republicanos, francmasones y internacionalistas catalanes. Veinte años después, relacionado con los círculos librepensadores de todo el Estado, Ferrer se acercó definitivamente a las ideas anarquistas y planteó la educación como herramienta transformadora de la sociedad. Es determinante, para entender estas propuestas educativas, su acercamiento a las ideas de Paul Robin y de su «Manifiesto a los partidarios de la educación integral». Robin, ateo y defensor de la coeducación de sexos, había trabajado con el ministro francés Jules Ferry, creador de la escuela republicana pública gratuita y universal, que a la vez prohibía impartir enseñanzas a las órdenes religiosas. 

En 1894, Ferrer había conocido Ernestine Meunier, una alumna suya muy rica que le acabó financiando sus proyectos. El poder religioso y reaccionario de la época, viendo ya que los cambios que proponía Ferrer ponían en peligro su hegemonía porque ya no eran sólo propuestas, utilizó este hecho para censurar al pedagogo y acusarle de robar la fortuna en Ernestine tras ‘haberle engañado con un falso enamoramiento. En 1901, con la herencia de Ernestine, Ferrer abre la Escuela Moderna, en la calle Bailén, 56, de Barcelona. 

Ferrer no se detiene y continúa siempre ampliando sus conocimientos en el campo pedagógico, y si en 1898 había conocido Ovide Decroly y estudiado las propuestas de Pastalozzi y Fröbel, en 1906, la Escuela Moderna ya contaba con más de mil alumnos repartidos en 34 centros, un auténtico peligro para quien lo único que quería de la escuela era el mantenimiento del sometimiento y de la estructura social clasista. Es entonces cuando Mateo Morral, bibliotecario de la Escuela, atenta contra Alfonso XIII y, aprovechando este hecho, Ferrer es acusado de complicidad en el asesinato y es encarcelado sin juicio durante un año entero, a la vez que la Escuela Moderna es clausurada. El cierre de la Escuela se mantendrá aunque él es absuelto de participar en el atentado. Opta entonces por el exilio en el Estado francés, donde es acogido como un héroe que se ha enfrentado a la oscuridad que representa la España más clerical y de misa. Visita París, Bruselas y Londres, escribe «La Escuela Moderna» y su influencia no deja de crecer, con la creación de la Asociación de maestros laicos racionalistas. En 1908, para extender aún más sus propuestas, crea la Liga Internacional para la Educación Racional de la Infancia e inicia la publicación de «L’École Renovée». Ese mismo año, la reacción eclesiástica se hace sentir en Barcelona , donde el Ayuntamiento de la ciudad decide crear escuelas municipales que incluyen la obligación de la educación religiosa y niegan la coeducación como consecuencia de las presiones ejercidas por el obispo Casañas. 

Con este clima llega el 1909 y la revuelta antimilitarista que ha pasado a la historia con el mote de Semana Trágica pero que nosotros llamaremos tal y como la llamaron sus protagonistas: Semana Gloriosa o Semana Roja. Gloriosa porque el poder, ejemplificado por la Iglesia, vio como sus privilegios se hundieron al menos durante unos días. Y decenas de miles de jóvenes dejaron de ser enviados al matadero de la guerra de Marruecos a defender los intereses de cuatro familias ricas catalanas. Asimismo, decenas de edificios religiosos eran incendiados y el espacio urbano barcelonés ganaba unas cuantas plazas ya la larga también alguna zona verde. La excusa perfecta para la renovación urbanística… 

Y también la excusa perfecta para señalar culpables y limpiar entre las filas de librepensadores de izquierda, entre libertarios, obreros, masones y republicanos. Un buen momento para eliminar cabezas pensantes, cualquiera que los pusiera en duda, a ellos y a su forma de perpetuación en el poder. Un buen momento para señalar como culpable Francisco Ferrer Guardia. Detenido y acusado de ser el instigador de la revuelta barcelonesa, de nada le sirve asegurar que se había pasado los días de la Semana Gloriosa en su mas de Alella, aislado de todo. Detenido el 31 de agosto, el 13 de octubre de 1909 a las nueve de la mañana fue fusilado en el foso de Santa Amalia de la prisión del Montjuïc. 

No importaba que no hubiera pruebas suficientes, porque Barcelona estaba conmocionada y todo valía para encontrar la venganza esperada por los mandones de la Liga Regionalista, de la Patronal, del Ejército español y de la Iglesia Católica. Todos a una una vez más. En la creación del clima acusatorio contra Ferrer no podemos olvidar el trabajo oscuro hecho por diarios como «La Vanguardia», «El Correo Catalán», «El Noticiero Universal» o el semanario «Cu-Cut!», Cercano a la Liga Regionalista. No es necesario que me extienda sobre qué era la Liga, pero para quien no lo sepa y quiera una explicación rápida le podría decir que era el partido más parecido entre los que había al que hoy es Convergencia y Unió. 

Ferrer no era catalanista, ni de izquierdas ni de derechas, no era catalanista. Ferrer en el ámbito nacional si le tuviéramos que dar una adscripción podríamos afirmar que era español… a veces nacionalista banal español y otros un poco más español, aunque él se llamaba intetrnacionalista… y, eso sí, defensor de la lengua castellana en la enseñanza de los niños, nunca de la catalana. Hay que decirlo también. No hay que esconder lo obvio. Sin embargo no podemos olvidarlo ni despreciar, porque su propuesta pedagógica partía del internacionalismo, que como catalanes nos sitúa en la primera línea mundial. Partía de la racionalidad. Y reivindicar a alguien no quiere decir, de ninguna de las maneras, no hacer crítica, y yo le hago la crítica de la lengua, claro. Ferrer fue defendido, en el momento de su juicio, en toda Europa y de buena parte del mundo, su nombre acompañó a los revolucionarios de todo el mundo, desde el México insurgente de Zapata hasta la Ucrania de Nestor Makhno, donde numerosas escuelas tomaron su nombre durante la revolución libertaria e independentista. 

¡Y aquí mismo! Como si resucitara para vengarse y al mismo tiempo rectificar en esta elección lingüística tan desacertada, el 19 de julio de 1936 el fantasma de Ferrer Guardia miraba como ardía la ciudad desde Montjuïc. ¿Un fantasma? No, dos. Uno en Barcelona y uno en Valencia. El de Ferrer y el de Ripoll, porque Cayetano Ripoll también fue visto hace poco por las calles de Valencia, ante el Instituto Luis Vives concretamente, corriendo delante de la Policía Nacional y bailando de noche en la Primavera Valenciana aquella canción de La Perra sorda que dice «No podrán, no sabrán detener la explosión de colores cuando llegue la luz. No sabrán, no podrán rechazar el impacto en la cara de toda la luz «. Suerte que somos racionalistas y los fantasmas sabemos que no existen… 

Acabaré este intervención con una constatación, porque toda la obra de Ferrer, todo el espíritu de Ripoll, y todo el catalanismo lingüístico que el segundo no defendía ni proponía se sumaron en la creación del Consejo de la Escuela Nueva Unificada en la revolución de 1936. Qué cosas decir, no? Pues sí, la primera vez que la escuela en una parte de los Países Catalanes fue para todos, lo fue también con el catalán como lengua vehicular. Era el 1936 y se hacía aplicando pedagogías libertarias de escuela activa de la mano del pedagogo anarquista Joan Puig Elías, miembro de la FAI, que recogía la herencia pedagógica de Ferrer y esta vez sólo en catalán. El fantasma había reavivado… 

Quisiera terminar esta intervención con un grito. Deje que llame fuertemente la frase con la que Ferrer se despidió de los que iban a fusilar. Muchos dicen que la frase en cuestión era «Viva la Escuela Moderna!» Pero nosotros sabemos que cuando supo que le querían poner al lado la avenida dedicada a Juan Antonio Samaranch levantó el puño y lo que gritó fue, ya lo sabéis, «No pasarán! No pasarán! No pasarán! «

Jordi Martí


Fuente: Jordi Martí