Artículo de opinión de Antonio Pérez Collado

En su día dije que hay dos temas, de esos que llaman de rabiosa actualidad, sobre los que es difícil opinar sin que una u otra postura te considere enemigo y/o traidor. Me refería en aquel momento a un par de asuntos que no han perdido su protagonismo mediático y social: el proceso para crear un nuevo estado en Cataluña y la visión fija para una parte del feminismo como si fuera una lucha entre sexos -o géneros, término que parece se ha impuesto ya.

En su día dije que hay dos temas, de esos que llaman de rabiosa actualidad, sobre los que es difícil opinar sin que una u otra postura te considere enemigo y/o traidor. Me refería en aquel momento a un par de asuntos que no han perdido su protagonismo mediático y social: el proceso para crear un nuevo estado en Cataluña y la visión fija para una parte del feminismo como si fuera una lucha entre sexos -o géneros, término que parece se ha impuesto ya. Es tal la pasión y la firmeza de posturas inamovibles que, creía yo, no merece la pena dudar, matizar, reflexionar o dialogar con respeto y generosidad. Evidentemente he roto aquella promesa más una vez, ya que hay ocasiones en que te ves en la obligación de participar en un debate o se te pregunta en algún foro.

Sobre nacionalismo sí que he opinado y publicado alguna cosa, por lo que no me voy a repetir; sobre todo porque mis opiniones no servirían para tranquilizar a los patriotas de uno y otro lado. Tampoco creo que tenga mucho que aportar al discurso dominante en el feminismo actual. En ambos asuntos respeto las opiniones, aunque no todas las comparta, y me gustaría que las mías gozaran de la misma suerte.

Considero la lucha por la igualdad y la libertad de la mujer como algo necesario y digno de apoyar; como también lo pienso de la lucha sindical, del ecologismo, del antimilitarismo o de la solidaridad internacionalista. No solamente lo pienso, sino que he aplicado ese compromiso personal en la medida de mi tiempo y mis fuerzas. No creo acertado pensar que hay una sola causa por la que trabajar o militar; todas son importantes y forman una misma lucha por un mundo mejor y más justo.

Quizás por ese eclecticismo activista he podido sobrevivir a todas las luchas intestinas y a las muchas batallas finales padecidas en los movimientos sociales y sindicales. Como es natural, he perdido compañeros de lucha en estos conflictos internos, aunque apenas he ganado enemigos en lo personal. Supongo que ahora, después de cuarenta años en la brecha, mi vida va a cambiar muy poco porque, ahora sí, me gane un buen puñado de enemigos y enemigas por atreverme a nadar contra la corriente y señalar algunos comportamientos precipitados e inoportunos, cuando menos.

Todo esto viene a cuento de la serie de condenas, categóricas e inapelables, que desde lugares diversos y distantes se está lanzando contra un militante de CGT-Madrid que, presuntamente (porque yo no estaba delante, ni tengo pruebas, ni soy juez) ha agredido a otra compañera del sindicato. No sé ni entro, en si fue agresión, pelea, acoso, discusión, forcejeo o cualquier otro comportamiento censurable en un sindicato de influencia libertaria. Entiendo que la organización, que se ha ido dotando en sus congresos de mecanismos para solucionar amistosamente los conflictos entre órganos y militantes, ha de recabar toda la información posible y formar una comisión de garantías, como se ha hecho ante otras muchas situaciones. Y cuando no exista ninguna duda y todo el mundo haya podido explicarse, el sindicato tendrá que tomar sus resoluciones. No antes, ni por gentes predispuestas a la condena eterna.

No me parece a mí que en la CGT, y en el conjunto del anarcosindicalismo (que tenemos nuestros fallos, y en esto de la igualdad seguramente más) no se hayan realizado avances en la forma de tratar y participar en la lucha por los derechos de las mujeres. Y no solamente ahora, que parece lo más natural, sino desde hace mucho tiempo; desde que se abrieron los sindicatos y los ateneos también a las compañeras, desde que empezaron a ser nombradas para importantes cargos de gestión, desde que –en este nueva etapa- se crearon secretarías específicas y se fueron incluyendo acuerdos para desterrar el lenguaje sexista, el acoso laboral, la desigualdad salarial, etc.

Sin temor a equivocarme creo que no es la CGT merecedora de este orquestado ataque desde todos los frentes –aunque duelen más los más cercanos- en un momento en que nuestro sindicato se enfrenta a infinidad de conflictos laborales y situaciones de represión en las empresas. Resulta sorprendente que los comunicados por el tema de marras tengan más difusión (y más “me gusta”) que los llamamientos a la solidaridad de secciones sindicales en lucha, asistencia a juicios por despidos o campañas de movilización aprobadas por todas las confederaciones territoriales.

Tampoco deja de ser reseñable que sea el anarcosindicalismo el sector más vilipendiado por cualquier mínima sospecha de sexismo, mientras en otras organizaciones (que incluso intentaron boicotear las huelga del 8M, convocada legalmente por el anarcosindicalismo) sus militantes feministas arropan a sus órganos directivos y se cuidan de discrepar públicamente de su línea, mucho más conservadora.

No se me escapa que detrás de este suceso (en el que parece no solo estaban el compañero y la compañera referidos) hay un problema enquistado en un sindicato concreto, donde dos formas de entender el sindicalismo llevan demasiado tiempo sin dialogar e intentar respetarse. Sin ese grave conflicto no habría “caso” ni el asunto se habría sacado de contexto para hacer más daño. Las broncas y las malas formas son una consecuencia de la tensión en la que vivimos en la sociedad, y aunque quisiéramos mejorarla, los y las anarcosindicalistas (y quienes están en CGT de otras corrientes) no somos ajenos a esta sociedad.

Antonio Pérez Collado

CGT-València

 


Fuente: Antonio Pérez Collado