Ha muerto Fernando O’Neill, quien fue colaborador de Rojo y Negro en su primera etapa malagueña
Fernando O’Neill pasó unos años en Málaga, colaborando con la Federación Local de CNT desde el 1982 hasta su regreso a Uruguay. Impulsó y colaboró entuasiatemente en la primera etapa de Rojo y Negro. Persona muy querida por la militancia cenetista de aquellos años en la capital malacitana, donde dejó su impronta y fue ejemplo de honestidad. Fernando sigue viviendo en nuestra memoria.
Carlos Peña. Rojo y Negro Digital
Ha muerto Fernando O’Neill, quien fue colaborador de Rojo y Negro en su primera etapa malagueña

Fernando O’Neill pasó unos años en Málaga, colaborando con la Federación Local de CNT desde el 1982 hasta su regreso a Uruguay. Impulsó y colaboró entuasiatemente en la primera etapa de Rojo y Negro. Persona muy querida por la militancia cenetista de aquellos años en la capital malacitana, donde dejó su impronta y fue ejemplo de honestidad. Fernando sigue viviendo en nuestra memoria.

Carlos Peña. Rojo y Negro Digital

La muerte de dos libertarios

Fernando O’Neill :

Los laberintos de un militante*

En prisión (1945-1952) adhirió al anarquismo, y desde entonces y hasta su muerte -el martes 4- O’Neill no dejó de militar, investigar y reflexionar sobre la revolución social.

Carlos Caillabet

Hijo de un rematador de haciendas y administrador de campos, Fernando O’Neill nació en Mercedes en un hogar culto y desahogado económicamente que lo impulsaba a seguir una carrera universitaria.
Sin embargo, entre los 18 y los 22 años, en “defensa del honor familiar”, protagonizó varios enfrentamientos a cuchillo en el transcurso de los cuales hirió de gravedad a dos personas y mató a una tercera.

O’Neill, un hombre en extremo razonador, amable e instruido, nunca manifestó arrepentimiento por su responsabilidad en estos episodios, pese a calificarlos como “lances tristes y sombríos que para bien y para mal marcaron mi destino para siempre”.

Años más tarde, en cierto modo, se justificó al escribir que, producto de las circunstancias, durante su “adolescencia se sentía atraído por el mundo del suburbio, donde resolver los asuntos a punta de cuchillo no era mal visto”.
Además, decía, en su familia casi era una tradición el ejercicio de “la justicia por mano propia”, así como las muertes violentas : “Dos de mis tíos de la rama paterna cometieron homicidios y otro murió en las guerras civiles, y un tío materno murió apuñalado en un incidente con un vecino”.

Reflexionaba O’Neill que por la época en que hirió y mató aún existía en Uruguay -sobre todo al norte del Río Negro- “un contexto cultural semibárbaro que aceptaba (e incluso exigía) la violencia como forma honorable de zanjar ciertos conflictos interpersonales”.

Luego de permanecer recluido durante un año en la cárcel de Mercedes, en 1946 fue trasladado a la de Miguelete. Hasta entonces O’Neill se consideraba “un muchacho de la clase media que sentía un profundo rechazo o indiferencia hacia los valores morales propios de esa clase : el éxito económico, el logro de un lugar relevante en la sociedad, una profesión universitaria”.

Decía haber sentido durante su primera juventud una rebeldía contra determinados personajes de su pueblo y no contra un sistema de cosas, “una rebeldía de muchacho ignorante que poco y nada sabía sobre el origen de las fortunas y el poder”.
En la cárcel de Miguelete O’Neill conoció al ácrata catalán Pedro Boadas Rivas, allí recluido por haber participado en el asalto al Cambio Messina en 1928 y por haberse fugado en 1931 junto a otros anarquistas de la penitenciaría de Punta Carretas por un túnel construido desde la carbonería El Buen Trato y planificado por el legendario anarquista argentino Miguel Ángel Roscigna, el primer desaparecido según sostenía O’Neill.

Cuando “conocí a Boadas mi universo era pobre y limitado ; las cosas que me interesaban eran simples y escasas”, reconoció más tarde. Es Boadas “el que me arrima las primeras obras anarquistas que devoro y me seducen rápidamente”.

En 1947 es trasladado a Punta Carretas, donde establece contacto con el resto de los anarquistas de acción allí recluidos y comparte la celda con dos de ellos : Domingo Aquino y José González Mentrosse.

Liberado en 1952, y en combinación con anarquistas de la Juventud Libertaria de Montevideo, escribe y publica un librillo de 48 páginas que titula Un ex penado habla, donde relata sus siete años de cárcel y acusa de corrupción y malos tratos a muchas autoridades penitenciarias de la época. En el último capítulo O’Neill escribe : “Soy perfectamente consciente de la gravedad que encierran algunas de mis acusaciones, y estoy resuelto a mantenerlas delante de cualquier tribunal al que se me quiera hacer comparecer”. Pero dejó constancia de que en caso de volver a prisión el entonces director general de Institutos Penales sería “responsable de cualquier agresión moral o física” contra su persona, pues sabía que los carceleros eran “capaces de cualquier acción cobarde y ruin”. Sin embargo, el trabajo de O’Neill no sólo iba contra el sistema carcelario y algunos funcionarios policiales : “Entre un rico y un ladrón profesional, en el plano moral no existen diferencias fundamentales (…) el orden social burgués lleva en sí mismo gérmenes profundamente antisociales y agresivos”, escribía.

DE ÁCRATA A TUPAMARO

Como los 500 ejemplares editados se agotaron rápidamente, un distribuidor de diarios y revistas de apellido Martínez imprimió, para beneficio propio, una edición de 2 mil ejemplares que vendió en todo el país y que le reportó una buena ganancia. O’Neill y sus compañeros no se molestaron, ya que gracias al tal Martínez la publicación se difundió con amplitud.

Quizá fue así que el folleto llegó a manos del entonces periodista Manuel Flores Mora, quien publicó un artículo en la contratapa del semanario Marcha a favor del ex preso, que a esa altura estaba acusado de “delito de imprenta” y corría riesgo de volver a prisión.

Ya con méritos propios dentro de la militancia participó en 1956 de los diez días de sesiones del Pleno Nacional Anarquista del que surge la Federación Anarquista del Uruguay (FAU). O’Neill integraba entonces un grupo junto al zapatero Luis Aldao, el periodista Tato Lorenzo y Gerardo Gatti.
Por entonces, acosado por obsesiones y contradicciones, O’Neill se somete a una terapia psicoanalítica con el profesional Juan Carlos Plá. Pese a que el tratamiento -según él- le sirvió para tomar conciencia de lo negativo de la educación católica recibida durante su infancia, concluyó que el psicoanálisis “tendía a la readaptación del individuo al sistema que combatía”.

Entre 1965 y 1967 O’Neill trabajó como empleado en el sindicato de Funsa y luego ordenó la Biblioteca Archivo Internacional Anarquista que funcionaba en el Palacio Díaz en Montevideo.

Por esa época entre los ácratas se evidenciaron posiciones diferentes con respecto a la revolución cubana. Mauricio y Gerardo Gatti, Carlos Fuques, Carlos Mechoso y O’Neill se identificaron con el proceso cubano. Por otro lado se nuclearon en torno a Bellas Artes y a la Comunidad del Sur los llamados “ortodoxos”, que no aceptaban integrar ninguna organización que implicara relaciones de jerarquía. Estos anarquistas también rechazaban la idea de “toma del poder” y sólo compartían con los cubanos las políticas sociales, por ejemplo la reforma agraria.

O’Neill sostenía que aceptaba “la valoración individual del militante pero dentro de una organización, y en el caso de un conflicto entre ésta y el individuo debían prevalecer los intereses de la organización sin considerar a la organización como un fin en sí mismo sino como un instrumento para aproximarnos a una sociedad más justa”.

Para O’Neill no se podía tomar partido a favor de la revolución cubana y seguir considerándose anarquista. Le parecía más clara -aunque equivocada- la posición de Luce Fabbri, para quien “el signo que nos hace reconocer una auténtica revolución es el hecho de que el primer impulso no esté dirigido a la toma del poder”.

A fines de los años sesenta O’Neill ingresó al movimiento tupamaro y en 1973 se debió exiliar primero en Chile, luego en Buenos Aires y finalmente en Europa (Suecia y España). “Durante todo el exilio me consumía la posibilidad de regresar al Uruguay para enfrentar las barbaridades de la dictadura, pero cada vez que se planificaba el retorno surgían imposibilidades operativas o algunas defecciones.”

Finalmente retornó a Uruguay en 1986. En sus últimos años de vida publica varios libros : en 1993, Anarquistas de acción en Montevideo. 1927-1937, un exhaustivo trabajo de investigación donde intercala su propio testimonio de los años de convivencia con los ácratas, prologado por Osvaldo Bayer ; en 2001, El caso Pardeiro, un ajusticiamiento anarquista, en el que reivindica la muerte, en 1932 en Montevideo, por el anarquista italiano Bruno Antonelli (“Facha Bruta”) del comisario uruguayo Pardeiro, acusado de torturador ; y en 2003, Búsqueda y captura del comandante Doblas, un represor de su pago.

* Las palabras de O’Neill fueron tomadas de los libros que escribió, de sus apuntes y de largas conversaciones mantenidas durante varios años con el autor de esta nota.


Fuente: Carlos Peña. Rojo y Negro Digital / Carlos Caillabet