Esta vez no funcionó el esperpento. Ni consiguieron hacerles comulgar con ruedas de molino. Como ocurrió en el desfile del pasado doce de octubre. Cuando el ocurrente ministro de Defensa José Bono hizo marchar a exilados republicanos al lado de veteranos pronazis. Juntos y revueltos. Una representación de españoles de la Resistencia, los primeros en liberar París de las SS, a la par que un puñado de la División Azul, voluntarios de Hitler para “cazar” rojos en la URSS. Víctimas y verdugos al alegre paso de la paz. Repitiendo la humillante fórmula que entronizó la transacción de la transición de “todos fueron culpables”.

Pero esta vez al menos no coló. En el 60 aniversario de la entrada de los aliados (los soviéticos fueron la avanzadilla) en los campos de exterminio nazi, un republicano, sobreviviente del Holocausto entre otros 6.000 desaparecidos, fue el encargado de recordar en el Congreso de los Diputados qué fue aquel horror, quiénes programaron la barbarie y de qué semilla ideológica brotó la doctrina de la “solución final”. Mientras, en las tribunas coronadas, algunos herederos de sangre y de convicciones de aquella tétrica factoría de “matapobres” mostraban con elocuentes bostezos que la recomendada medicina del olvido de la memoria sigue produciendo monstruos.


Esta vez no funcionó el esperpento. Ni consiguieron hacerles comulgar con ruedas de molino. Como ocurrió en el desfile del pasado doce de octubre. Cuando el ocurrente ministro de Defensa José Bono hizo marchar a exilados republicanos al lado de veteranos pronazis. Juntos y revueltos. Una representación de españoles de la Resistencia, los primeros en liberar París de las SS, a la par que un puñado de la División Azul, voluntarios de Hitler para “cazar” rojos en la URSS. Víctimas y verdugos al alegre paso de la paz. Repitiendo la humillante fórmula que entronizó la transacción de la transición de “todos fueron culpables”.

Pero esta vez al menos no coló. En el 60 aniversario de la entrada de los aliados (los soviéticos fueron la avanzadilla) en los campos de exterminio nazi, un republicano, sobreviviente del Holocausto entre otros 6.000 desaparecidos, fue el encargado de recordar en el Congreso de los Diputados qué fue aquel horror, quiénes programaron la barbarie y de qué semilla ideológica brotó la doctrina de la “solución final”. Mientras, en las tribunas coronadas, algunos herederos de sangre y de convicciones de aquella tétrica factoría de “matapobres” mostraban con elocuentes bostezos que la recomendada medicina del olvido de la memoria sigue produciendo monstruos.

El ciudadano Enric Marco, 84 años, portavoz de Amical de Mauthausen, no aceptó el chantaje de las buenas maneras ni el consejo de perfil bajo que la solemnidad del acto supuestamente requería. En su breve discurso ante los padres de la patria, representantes de las instituciones, iglesias y cuerpo diplomático no evitó el cuerpo a cuerpo. Dejó bien claro quién fue yunque y quién cruel martillo en aquella Europa uniformada de pensamiento único, cámaras de gas y represión generalizada. Ellos, los republicanos españoles, los derrotados por Franco, Hitler y Mussolini, aventajados en la lucha contra el fascismo en el Viejo Continente, estuvieron entre los primeros en alimentar los campos de exterminio siendo los más madrugadores en el maquis. Pero pagaron con creces su atrevimiento. Los que ocupaban los motorizados Belchite, Brunete, Guadalajara, Don Quijote al pasar ante el Arco del Triunfo no tuvieron patria ni consuelo. Primero en la España de Franco y luego en la Monarquía del 18 de Julio, aquellos recalcitrantes y heroicos republicanos, doblemente derrotados pero nunca vencidos y menos asimilados, vieron rematada su odisea con un largo y doloroso exilio interior.

Marco mismo, del que ninguna crónica periodística creyó oportuno recordar su clara militancia anarcosindicalista en la clandestinidad durante la dictadura, era un testimonio vivo de aquella dolosa afrenta. Terminada la Segunda Guerra Mundial, y como tantos otros de su coraje cívico, entró en España para oponerse al Caudillo al que el actual Rey juraría inquebrantable adhesión (“estoy seguro de que la historia de España le guarda un lugar de excepción”) volviendo a tener que enfrentarse de nuevo al fascismo en su propio país. El hombre que habló alto y claro de los nuevos campos de la muerte en Ruanda, Guantánamo y Palestina ante sus perplejos anfitriones en una sede de la soberanía nacional vacía de verdadero pueblo, denunciando la vigencia de la violencia, la explotación humana, la mentira global y la política venal venga de donde viniera, tuvo el renovado mérito de haber sido uno de tantos luchadores antifranquistas anónimos de aquel rebautizado Reino por la gracia de Dios. Como su homónimo valenciano Enrique Marco Nadal, detenido el 27 de mayo de 1947, que fue condenado a la pena capital en el 49 y, tras pasar dos meses y medio aislado en el calabozo número 31 del Penal de Ocaña conocido como el “tubo de condenados a muerte”, logró su conmutación por treinta años de reclusión. A todas luces, un legado estomagante para el fino paladar de algunas señorías.

Pero no por eso los conversos del “patriotismo constitucional” desistieron una vez más de poner cínicamente el derecho del revés. Faltos ahora de un comodín para escenificar el manoseado totum revolutum habitual, visualizaron la inaudita fechoría de rasgarse las vestiduras presentándose como corderos amenazados. Al menos así se expresaba al día siguiente la pírrica presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre ( consorte de un Grande de España al que la fortuna oficial ha beneficiado con un apeadero del AVE junto al mayor latifundio de Guadalajara) cuando razonó que la retención de dos cargos del partido para aclarar supuestas agresiones durante una manifestación pacifista recordaba a la Gestapo y al Holocausto. Todo ello dicho sin complejos ni miramientos por la bromista líder ultraliberal del PP que asegura que para abaratar la vivienda hay que dejar de construir pisos protegidos.

Es el doble holocausto de los combatientes republicanos. Antes y ahora. En el esfuerzo común contra el nazismo y por la democracia, y en la amargura de comprobar como sus antiguos victimarios siguen en el podium. Nada extraño por otra parte teniendo en cuenta la radicalidad de su ideal, lo subversivo de su ejemplo y el alcance del mensaje que significaba ser los impertinentes protagonistas de la primera democracia española. Peligrosa y obstinada gente cargada de futuro que persiste en el mal ejemplo de acariciar valores sencillos como fraternidad, laicismo, federalismo, libertad, ciudadanía y república sin reparar en esa especie de ley de punto final sellada, a base de amnesia y renuncia, por una elite política que necesitaba hacerse perdonar estar de vuelta sin nunca jamás haber ido.

Porque a la postre la cuestión decisiva es que hubo muchos españoles corrientes que defendieron la causa republicana en España, lucharon contra el nazismo en Europa y se enfrentaron a Franco durante la Dictadura porque tenían “conciencia de la libertad”, como dice Bruno Bettelheim, otro testigo ejemplar del Holocausto en los campos de Dachau y Buchenwald. O porque “llevaban un mando nuevo en sus corazones”, como diría Enric Marco recordando las elocuentes palabras de Buenaventura Durruti. Mientras, por el contrario, hubo otros pocos y seleccionados que aceptaron en nombre de todos cambiar algo para que todo siguiera igual porque tuvieron “conciencia de la oportunidad”.
Y como afirma el propio Bettelheim en su hermoso libro “El corazón bien informado”, el Holocausto es posible, ayer y hoy, cuando el ser humano entrega su autonomía. Cuando “el individuo permite que otros decidan por él”. Cuando la vida que merece ser vivida es un proyecto ajeno que atrofia el genuino sentimiento de autodemocracia. Cuando, en suma, los réditos de la razón practica impelen a abdicar de gritar simple y solidariamente “¡¡en nuestro nombre, no !!”

Autodemocracia y conciencia de la libertad vigilante para evitar que encima, luego, los impostores de vitola como Esperanza Aguirre nos hagan pasar por taquilla para contarnos cómo pasó.