Artículo de opinión de Antonio Pérez Collado, publicado en Levante-EMV

Recientemente publicaba el diario Levante-EMV una columna del escritor y poeta valenciano Carlos Marzal titulada “Anarquistas, ministros y discursos”, en la que el autor -con la escusa de que un abogado amigo suyo está trabajando en una tesis sobre Juan García Oliver- arremete con más inquina que rigor contra este destacado militante de la CNT y ministro durante unos meses en el gobierno republicano presidido por Largo Caballero.

Recientemente publicaba el diario Levante-EMV una columna del escritor y poeta valenciano Carlos Marzal titulada “Anarquistas, ministros y discursos”, en la que el autor -con la escusa de que un abogado amigo suyo está trabajando en una tesis sobre Juan García Oliver- arremete con más inquina que rigor contra este destacado militante de la CNT y ministro durante unos meses en el gobierno republicano presidido por Largo Caballero.

Las intenciones del citado artículo quedan claras cuando vamos viendo cómo en el texto se van intercalando calificativos sobre García Oliver y sus compañeros libertarios del cariz de compinche, compadre, banda, crímenes, cuyo evidente objetivo parece ser el de poner al lector en contra del anarquismo; algo habitual, por otra parte, en la mayoría del academicismo y la intelectualidad triunfante en estos tiempos.

Abordar con esos prejuicios la historia social de una época tan convulsa como la del primer tercio del siglo XX, donde la ley de fugas y el terrorismo patronal diezmaban los sindicatos obreros, es de una ligereza rayana en la manipulación. Y lo es porque cualquiera que se preocupe un poco por la trayectoria del anarcosindicalismo, enseguida averiguará que la inmensa mayoría del millón y medio de afiliados que la CNT llegó a tener fueron gentes pacíficas y trabajadoras, cuyo único anhelo era sostener a su familia y crear una sociedad mucho más justa e igualitaria. Aparecerán sus ateneos, sus escuelas y bibliotecas, sus grupos de teatro, sus colonias para practicar el naturismo, sus publicaciones, sus clases de esperanto, etc.

Evidentemente no se puede negar que un reducido grupo de militantes anarcosindicalistas, entre los que estaba Juan García Oliver, se vieron empujados a empuñar las armas para proteger sus vidas y la de los más conocidos militantes de las fábricas. Pero antes de que tomaran esa dura decisión ya habían caído, bajo las balas de los pistoleros pagados por la patronal y tolerados por las autoridades, Salvador Seguí y decenas de sindicalistas intachables.

En ese contexto es donde hay que situar a García Oliver, Durruti, Ascaso y otros miembros del grupo Los Solidarios. Tampoco se puede ignorar que, aunque practicaron lo que ellos llamaban expropiaciones a bancos, e incluso llegaron a quitar la vida a más de un patrón sanguinario, autoridad particularmente represora o símbolos del poder político y religioso, la mayoría de los robos y asesinatos que se les imputaron no fueron cometidos por ellos.

Como todo el mundo sabe, era habitual -y lo sigue siendo hoy- atribuir a los anarquistas la autoría de acciones y delitos sin indicios serios de su participación. Casos tenemos para llenar libros enteros. Desde la acusación y asesinato de estado contra Francisco Ferrer Guardia por los hechos de la Semana Trágica, en los que el ilustre pedagogo no tuvo participación alguna, a los recientes casos (que no han resultado caso alguno) de los burdos montajes contra jóvenes anarquistas conocidos como “Piñata”, “Mateo Morral”, “Pandora” y otros ridículos policiales y jurídicos.

En cuanto a la descalificación absoluta e injustificada respecto a la incorporación al gobierno republicano de cinco anarquistas (los cuatro iniciales: Federica Montseny, Joan Peiró, Juan López y el citado García Oliver, más el posterior caso de Segundo Blanco) también habría que hacerle al señor Marzal alguna precisión. La primera es que -como ya reconocieron algunos de los propios exministros y la mayor parte del anarcosindicalismo- su presencia en el gobierno republicano supuso una renuncia a los principios libertarios que no sirvió para impulsar la revolución y ni tan siquiera para asegurar el sistema republicano.

El reconocimiento de ese error histórico enriquece el papel que el movimiento libertario jugó en unas instituciones de las que dudaban bastante, pero otra cosa mucho más injusta sería ignorar que, a pesar de las trabas del propio gobierno y las presiones de socialistas y comunistas, el papel de los ministros anarquistas fue intachable y eficaz. En primer lugar hay que destacar que no se llevaron un duro y volvieron a sus ocupaciones nada más dimitir del cargo; algo difícil de creer hoy día. Y por otra parte es admirable la cantidad de proyectos y reformas que pusieron en marcha en sus respectivos ámbitos (sanidad, prisiones, comercialización de cítricos, etc.) en los escasos meses que permanecieron en los cargos. Ejemplar es el caso de Joan Peiró, que se reincorporó a su puesto de trabajo en la cooperativa del vidrio de su Mataró natal, y que en su exilio en Francia fue hecho prisionero por los nazis y entregado por Hitler a Franco, el cual al negarse Peiró a colaborar en el montaje del sindicato vertical ordenó su ejecución. Estuvo preso en Valencia y fue fusilado en Paterna, como tantos otros inocentes.

Tras estas breves pinceladas sobre lo que el anarcosindicalismo ha representado en nuestro país, sólo me resta desear que la tesis del amigo de Carlos Marzal resulte mucho más rigurosa y objetiva que el artículo que ha motivado esta respuesta abierta.

Antonio Pérez Collado

CGT

 


Fuente: Antonio Pérez Collado